4 de octubre de 2024

Derecha divertida

Las fuerzas –digamos progresistas– están poniéndose cada día más nerviosas por cierta pérdida de influencia en la opinión pública. Esa influencia era, hasta hace poco, casi total. Nadie podía opinar en contra de ciertas ideas que, como los dogmas, parecían eternas; y si opinabas en contra eras cancelado o tachado de fascista, cipayo, gorila o integrista sin que medie ningún razonamiento serio o maduro. Pero además se sentían dueños de la calle, ese lugar que se ocupa con manifestaciones más o menos multitudinarias, pero siempre de minorías si se las compara con el impacto bestial de las redes sociales. Para colmo, las manifestaciones de los más radicalizados solo consiguen que vayan, con sus ajadas pancartas multiuso, los mismos que los votan; así que los que van, siempre son todos los que hay.


Curiosamente, muchos periodistas –ahora digamos honestos– no confían en las redes sociales. Dicen que es una inmensa cloaca o sostienen que son un arma de las fuerzas reaccionarias puestas al servicio de Donald Trump por Elon Musk, a quien tachan de gran manipulador de las masas de la ultraderecha norteamericana.

Esta cerrazón de cabeza de los periodistas progres aparece todos los días en la prensa española, francesa, italiana, alemana, holandesa, austriaca... Para todo ese periodismo, absolutamente mayoritario, la derecha es siempre ultra o extrema, mientras que la izquierda es moderada. Aclaro que los progres son la inmensa mayoría del periodismo porque esto es un arte y los artistas estamos siempre del lado progresista y divertido de la vida. Pero resulta que a pesar del periodismo progre en esos países de Europa están avanzando las derechas y lo confirma el veredicto incontestable de las urnas. En la Argentina pasa algo parecido, también avanza la derecha en contra de la voz casi unánime de los periodistas, y supongo que esas voces son las que enervan al presidente y provocan sus insultos casi diarios, muchas veces con razón.

Todo es mucho más espontáneo de lo que se imaginan los que ven fantasmas en Twitter (no pienso decirle X). No nos imaginamos lo que significarán las redes sociales para el avance de las ciencias y las tecnologías; mucho menos para los cambios sociales que van a producir. Imposible saber todavía la magnitud de esos cambios, pero empezamos a vislumbrarlos en una nueva especie de democracia que espanta a los que se creían dueños de las ideas de los demás.

Es de lamentar la actitud cerrada de un lado o del otro. Tachar o cancelar a los que piensan distinto no es avanzar en la historia sino retroceder. Y al final resulta que la izquierda se está volviendo conservadora y la derecha progresista; y lo que es peor para los progresistas es que ahora la izquierda aburre y la derecha divierte.

La democracia es la convivencia pacífica de los que piensan distinto y no la imposición a minorías de lo que piensan las mayorías, que por desgracia es bastante parecido a la imposición a las mayorías de lo que piensan las minorías: tal es la tiranía que desde el progresismo y la izquierda hoy imponen en nuestra América los patriarcas otoñales de Cuba, Venezuela o Nicaragua.