Lo de la unidad no es solo para casos extremos como el de la
Hermandad de la Nieve, que relata la epopeya de los uruguayos en los Andes en 1972. Ya lo sabían los padres de nuestra Patria y los de cualquiera. No hay país que base su independencia o su cultura de poder en la división. Tanto que a veces basta con la unión para decidirse a cualquier aventura, desde la independencia nacional al matrimonio de dos personas que solo se tienen a ellos mismos. La unión es más importante que el dinero, que la edad, que la salud, que la inteligencia... y está directamente relacionada con el amor al prójimo.
Más de una vez he insistido en la necesidad de la unión y no solo en la Argentina: también en nuestra América y en el mundo, en el que una importante cantidad de países llevan la unión en su propio nombre aunque se olviden de ella. Al paso que vamos, o los humanos nos ponemos de acuerdo con lo que queremos hacer o dejaremos el planeta sin gente.
En 1813, tres años antes de nuestra independencia, se acuñó la primera moneda patria, era de ocho reales y tenía de un lado el Sol de Mayo, rodeado por el nombre del país que estábamos fundando: PROVINCIAS DEL RIO DE LA PLATA. Y en el reverso dice clarito EN UNIÓN Y LIBERTAD alrededor del escudo, sin sol pero bien acompañado por los laureles que todavía conserva. La primera versión acuñada, la más difícil de encontrar, tiene en la base del escudo dos cañones cruzados y un tambor, y en cada flanco dos banderas. Desde entonces, todas las monedas y billetes argentinos llevan la inscripción EN UNIÓN Y LIBERTAD y si quiere comprobarlo, mire un billete cualquiera y la va a encontrar, siempre debajo de REPÚBLICA ARGENTINA.
El sol de esa moneda es el que también da vida a nuestra bandera y asoma sobre nuestro escudo. Tiene 32 rayos, intercalados entre flamígeros y rectos, y es el mismo del emblema de la Compañía de Jesús, que hoy campa, dorado como el nuestro, en el escudo papal y de la Santa Sede, porque era el escudo episcopal de Jorge Bergoglio, que conservó como Papa.
Decía también al final de la columna del domingo pasado que sería una macana confundir la unidad con uniformidad. Por desgracia muchos argentinos entienden una cosa por otra. La unidad incluye en su concepto la diversidad, ya que si todos somos iguales, si todos pensamos igual, si somos uniformes, ya no hace falta la unidad. La unidad supone la libertad, la uniformidad no. La unidad es el destino común de los que piensan distinto. La uniformidad es la entronización del pensamiento único. Y la democracia nunca es la imposición de las mayorías a las minorías sino la convivencia pacífica –en unión y libertad– de los que piensan distinto.
La Argentina no saldrá de su estancamiento si seguimos divididos. Hoy más que nunca es preciso que nos unamos y que superemos nuestras diferencias de adolescentes, pero no resignando las ideas detrás de las ajenas, a no ser, claro, que descubramos que estamos equivocados. Es urgente que fortalezcamos lo que nos une y minimicemos lo que nos separa. Hoy está de moda la libertad, y aunque solo el gobierno la exalte, a nadie le cabe duda de que es un activo esencial para todos. Ahora toca emparejar la unión y ponerla también de moda, junto con la libertad.