No es una palabra mal escrita. O sí, porque viene del apellido de un español que se llamaba Juan de Esquivel, que vino a América a partir del segundo viaje de Colón, anduvo dando vueltas por el Caribe y hasta conquistó Jamaica. Cómo pasó de Esquivel a Esequibo se lo debo porque nadie lo sabe. La cuestión es que en honor a Juan de Esquivel le pusieron Esequibo a un río del norte de Sudamérica, de unos mil kilómetros, que nace en las montañas de Acarai y desemboca en el Atlántico. La cuenca del Esequibo incluye casi todo el territorio de Guyana y algo de Venezuela. Le recuerdo que las Guayanas son tres, de este a oeste: un Territorio de Ultramar francés; una excolonia neerlandesa llamada Surinam; y la excolonia británica llamada Guyana, atravesada longitudinalmente por el río Esequibo que corre de sur a norte casi desde su límite con Brasil. Pero además se llama Guayanas a toda una región geológica de Sudamérica, que incluye las clásicas tres Guayanas, más todo el oriente venezolano y el estado de Amapá en el extremo norte de Brasil.
Después de la independencia de Venezuela, en 1819 Simón Bolívar anexionó el territorio de la Guayana venezolana y agregó una octava estrella a la bandera tricolor, que ya tenía siete por los estados fundadores, pero esa estrella se perdió enseguida porque el territorio federal de la Guayana (era pura selva) se desmembró en los estados de Bolívar, Amazonas y Delta Amacuro. En 1999, inspirado por Bolívar y pensando en quedarse con el Esequibo, Hugo Chávez volvió a instalar la octava estrella en la bandera, a la vez que dio vuelta el caballo blanco del escudo nacional, que desde entonces galopa hacia la izquierda.
Resulta que alegando razones históricas y el uti possidetis, Venezuela porfía que su frontera oriental es el río Esequibo, cosa que dejaría a Guyana sin dos tercios de su territorio y agregaría a Venezuela un nuevo estado, el 24, llamado Guayana Esequiba. Lo sostiene después de un largo conflicto de laudos y tratados, pero a pesar de no ejercer ni un gramo de soberanía sobre esa región, que fue conquistada para España en 1530 por Diego de Ordás, en 1616 fue tomada por los Países Bajos, en 1796 pasó a ser colonia británica y desde 1966 es independiente como República Cooperativa de Guyana.
El domingo pasado, un referéndum preguntó a los venezolanos si el mapa de Venezuela debe llegar hasta el río Esequibo. Los que están en contra de la dictadura de Maduro no fueron a votar. Según las autoridades votó todo el mundo y según la oposición no votó casi nadie. Las cosas estaban preparadas para que el gobierno de Venezuela, alegando la voluntad popular, agregue la Guayana Esequiba a sus mapas –cosa que ya hizo– e invada el 60 % del territorio de su vecino. Así estamos ahora, con el vértigo de saber cómo va a terminar esta loca aventura de Nicolás Maduro.
Los argentinos conocemos el amargo intento de usar la soberanía para perpetuarse en el poder. Una bravuconada que terminó muy mal, provocando la muerte de cientos de argentinos y británicos en el campo de batalla de las Malvinas y el Atlántico Sur. No les resto valor ni heroísmo, pero ir a la muerte obligados por la necesidad de un dictador es una desgracia que se agrega a la muerte misma. En Venezuela están por imitar a Galtieri: un dictador ya débil que recurre a la soberanía para recuperar poder y popularidad. Maduro parece capaz de llevar a sus fuerzas armadas a un conflicto que puede costar muchas vidas. Por lo pronto, y a pedido de la República de Guyana, el Comando Sur norteamericano acaba de empezar maniobras conjuntas con las Fuerzas de Defensa de Guyana y su Cuarta Flota ya navega cerca de la desembocadura del Esequibo.
Maduro está mostrando al mundo su extrema debilidad y esto tiene toda la pinta de ser una trampa en la que está cayendo como un chorlito.