12 de noviembre de 2023

Debate y hamburguesas


Hoy habrá debate, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, entre los candidatos a Presidente de la Nación que tenemos que elegir el domingo 19. Podrían haber contratado el Luna Park, mucho mejor escenario por ser el clásico de las peleas de box. El debate promete un rating similar al de la final del Mundial de Fútbol, que tuvo un promedio de 59 puntos, lo que implica unos 6.000.000 de televidentes enganchados. Pongamos que lo van a ver 6.000.000 de personas y entonces nos explicamos la importancia que tiene para los candidatos salir mal o bien parados frente a quienes pueden desequilibrar la balanza en la elección del domingo que viene.

Muchos de esos seis millones lo verán con un balde de pochoclo y considerarán ganador a su candidato; y hay que ver si les mueve la aguja a los que están decididos a votar en blanco porque no saben que tomar una decisión, aunque sea equivocada, siempre es mejor que no tomar ninguna. La elección se gana por un voto, y si le creemos a las encuestas parece que estamos ante un empate técnico, así que persuadir o disuadir a un solo votante importa un montón. El espectáculo de esta noche promete ser intenso y basado en una sola estrategia, compartida por los dos campamentos: desencajar al contrario, provocar el error para que pierda por lo menos un votante, y el que pierda más votantes habrá ganado el debate.

Lo más curioso de los debates es el público presente. En el Hall de Pasos Perdidos de la Facultad estarán los canales de televisión haciendo entrevistas, bastante intencionadas porque los de Buenos Aires han tomado partido hace rato. Adentro de la imponente Aula Magna se instalarán, en segunda fila y más atrás, los que van a hacer el aguante a sus candidatos. Pero lo interesante viene en la primera fila: ahí no estarán la familia ni los amigos más cercanos sino los consultores de opinión pública, los marquetineros políticos, los asesores de imagen, los expertos en discurso y en lenguaje no verbal... que harán señas de truco para que interrumpan, para que se calmen o para que hagan gestos cuando exponga su oponente, ya que no pueden hablar ni gritar, como los directores técnicos de los equipos de fútbol. Y entre round y round         –ahora como los segundos de las peleas de box– se acercarán a dar consejos, les secarán el sudor con una toalla o les colarán una pastilla de Alplax en el agua.

Al final, resulta que los candidatos son productos, mercaderías, marcas... que los electores (el soberano) compramos o rechazamos. No debería sorprendernos que después no hagan nada de lo que dijeron o que hagan lo contrario porque son como los carteles de hamburguesas, esponjosas y chorreantes de cheddar, que no tienen nada que ver con la chatarra aplastada y escasa con que uno se enfrenta después de comprarla.

Según las definiciones del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, debate es una controversia y una controversia es una discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas. Así que un debate puede ser bueno o malo, dependiendo de lo civilizado o salvaje que se presente.

Pienso que, si me tocara ser candidato, haría todo lo contrario de lo que se espera. Dejaría hablar a mi oponente, sin interrumpirlo; y en cuanto él me interrumpiera, me callaría con un gesto amable para que hable todo lo que quiera. No respondería a los agravios y celebraría con vehemencia sus aciertos. Incluso lo invitaría a formar parte central de mi gobierno en caso de ganar las elecciones la semana que viene. Convertiría el debate en un abrazo de buena onda. Estoy convencido de que la gente está tan harta de vernos pelear que cosecharía los votos que hacen la diferencia.