The economy, stupid es el eslogan que se hizo famoso durante la campaña electoral de Bill Clinton para las elecciones de 1992. James Carville, el estratega de su campaña, había pegado en las paredes de sus cuarteles generales unos carteles que recordaba los tres temas centrales de la agenda. Uno de ellos se volvió famoso y con el tiempo se completó la frase como It's the economy, stupid! (¡Es la economía, estúpido!) que se puede aplicar a cualquier cosa. Quiero decir que la frase le sirvió a Clinton para ganarle a Bush, pero eso no quiere decir que sea universal ni que sirva para todo y mucho menos a la Argentina, a pesar de lo que puede parecer si uno se atiene a la agenda de las campañas y de los medios que las cubren.
El problema de la Argentina no es la economía. El problema de la Argentina no es la inflación. El problema de la Argentina no es el peso. El problema de la Argentina no es la emisión. El problema de la Argentina no es el dólar. El problema de la Argentina no es el gasto público. El problema de la Argentina no es el Banco Central. El problema de la Argentina no son los 167 impuestos y tasas...
El problema de la Argentina es moral y me da la razón la noticia que ha sido relevante y omnipresente durante toda la semana que pasó.
Pareciera que Martín Insaurralde no cometió ningún delito, como dijo un candidato opositor sobre su aventura mediterránea desde Marbella con una... digamos modelo. Debería ser algo privado que no tenemos por qué juzgar, pero es evidente que hay un enriquecimiento desproporcionado en una persona que toda su vida vivió de magros sueldos del estado. Pero lejos del fuero penal, donde probablemente salga airoso y ya sabemos por qué, la opinión pública juzga y condena la inmoralidad, y es evidente que tamaña ostentación, justo ahora, de un funcionario cuyos ingresos no le alcanzan para pagarse el pasaje a España, le hace daño a la campaña electoral del oficialismo desde que con extrema urgencia le pidieron que renuncie a la jefatura de gabinete de Axel Kiciloff, retiraron su candidatura a concejal de Lomas de Zamora –y su nombre en letras bien grandes en la boleta– y lo borraron de todos los carteles de campaña, en los que aparecía abrazado al candidato a intendente del distrito con más votos de la provincia de Buenos Aires después de La Matanza.
Ni los jueces inmorales, subsidiarios del poder político, pueden arreglar las consecuencias muy serias de un comportamiento privado que se hizo público, porque la sentencia de la opinión pública es inapelable. Nos escandaliza la inmoralidad generalizada, obscena y temeraria, sean quienes sean sus protagonistas.
El problema de la Argentina es moral porque el problema de la Argentina es la corrupción de su clase política, que ha corrompido también todo lo que toca, incluidos la Justicia, el poder económico y el sindical, el periodismo y hasta el fútbol. Los corruptos viven en ese ambiente como peces podridos en agua podrida, y se dan cuenta tarde de que los argentinos no somos como ellos: preferimos el agua clara y fresca de la verdad y la decencia. Y como toda generalización es injusta, estoy seguro de que hay políticos, jueces, periodistas y empresarios decentes, pero confieso que cuesta encontrarlos.
La corrupción es un cáncer que avanza con su metástasis y se propaga por toda la sociedad. Las crisis económicas de la Argentina son el resultado de su grave crisis moral: a nadie le interesa arreglar la economía porque solo les interesa el poder, como al ladrón le interesa el botín, porque el poder es impunidad y la impunidad es el paraíso de cualquier inmoral.