Antes del primero se pronosticaba que el ganador sería Nixon, y el mismo Nixon estaba seguro de que destrozaría a Kennedy solo con su experiencia y su retórica. Pero resulta que Nixon sabía hablar y convencer, pero no tenía ni idea del lenguaje de la televisión. Pierre Salinger, asesor de Kennedy, consiguió no solo la victoria en los debates sino también que gracias a ellos llegara a la presidencia de los Estados Unidos. Mientras Nixon se preparaba estudiando encerrado en el hotel, Kennedy tomaba sol, así que Nixon llegó pálido y Kennedy con buen color. Kennedy (43) era algo más joven y pintón y Nixon (47) era de todo menos buen mozo. Nixon se puso la clásica camisa blanca y Kennedy innovó con una celeste que daba más calidez en las pantallas en blanco y negro. Nixon sudaba y Kennedy estaba lo más Pancho y parece que fue porque Salinger apagó el aire acondicionado del estudio; se calcula que lo vieron 70 millones de norteamericanos.
En la Argentina pasaron dos debates de la campaña para las próximas elecciones generales del domingo que viene. Se emitieron por TV en directo, el primero desde Santiago del Estero el domingo 1 de octubre y el segundo desde la Buenos Aires el domingo pasado, día 8. Al revés que en los Estados Unidos, acá los debates tienen pocos años y son obligatorios por la ley 27.337 de 2016, que modificó, una vez más, el Código Electoral Nacional. En la próxima reforma capaz que nos obligan a mirarlos...
Pero esta columna no es sobre debates sino sobre el examen psicofísico, o psicológico y psiquiátrico que están proponiendo algunos candidatos con bastante sensatez. La propuesta se funda en que no hay ninguna condición de salud física o mental para ser presidente, cuando sí la hay para un chofer de colectivos o un piloto de aviones, que tienen bajo su responsabilidad entre 50 y 500 personas, mientras que el presidente puede chocar un país con 45 millones de habitantes. El artículo 89 de la Constitución establece que, para ser presidente solo se requiere haber nacido en el territorio argentino, o ser hijo de ciudadano nativo, habiendo nacido en país extranjero; y las demás calidades exigidas para ser elegido senador. Y para ser senador, solo agrega el artículo 55 que hay que tener 30 años (curiosamente no dice más de 30 años ni 30 años cumplidos).
Ahora imagínese lo que sería si en lugar de los debates que hemos visto los domingos que pasaron, lo que presenciáramos fuera un examen psicofísico en vivo y en directo de los candidatos, con un jurado de psiquiatras, psicólogos y algún bioquímico o anestesista que analice lo que consumen. Además hay que averiguar si su nivel de abstracción y su edad emocional corresponde a los 30 años que pide la Constitución (este año sería la parte más difícil de pasar), más un chequeo completo de condiciones físicas y, por supuesto, la declaración de bienes patrimoniales y de ahorros en la Argentina y paraísos fiscales, de ellos y sus parientes hasta el cuarto grado de consanguinidad; también de sus cónyuges, novios o amantes y sus parientes hasta el mismo grado. Va a ser una especie de Bailando de la Política, cien veces más interesante que un debate en el que no se debate nada, que es lo que vimos el domingo, mientras esperábamos en vano que ocurra algo distinto.
Además de la utilidad evidente y del rating asegurado, seríamos los inventores del género, del que el mundo se acordará como ahora nos acordamos del debate de Kennedy y Nixon en 1960.