En España, pico es un grisín cortito de pan duro: algo así como las torraditas pero con puntas, de ahí su nombre. Es lo más aburrido que hay, pero sirve para matar el hambre, sobre todo en el campo. Lo suelen poner en los bares para acompañar la ración de jamón serrano: una lástima, con lo rico que es el pan en España y lo bien que combina con el jamón.
También se llama pico en castellano a la herramienta para picar materiales duros. Pero sobre todo se llama pico a la boca de los pájaros y por extensión a toda boca, también la humana. Los pájaros sí que tienen pico y es evidente el parecido con el pico de picar piedra o con el pico de los mosquitos, que más que pico es una aguja bien afilada. Porque picar, pican los mosquitos, las abejas, los tábanos y el mbarigüí, aunque dicen que más que picar muerde, como las serpientes.
Pero hay otro pico, aunque nunca es la acción y el efecto de picar a nadie. Los argentinos le decimos pico –o piquito– a un beso bastante inocente que se da apenas tocándose los labios en forma de pico. Picos se dan los que se quieren besar sin besarse mucho, por discreción, para evitar suspicacias, por vergüenza o por asquito nomás. Y la palabra pico para ese beso es ya un aporte argentino al castellano universal.
Bueno, hace casi dos semanas que un pico es la noticia sobresaliente en España y en gran parte del mundo. El pico que le encajó Luis Rubiales a Jenni Hermoso en la ceremonia de premiación de las campeonas del mundo de fútbol en Australia. Hermoso es una de las jugadoras de la selección española; Rubiales es el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, y el pico quedó registrado por las cámaras de televisión y por cientos de celulares que seguían el acto: ya se sabe que hoy cada vez más gente prefiere ver la realidad enmarcada en la pantalla vertical del teléfono.
Dos días después del hecho estalló la opinión pública. Ese y otros videos mostraron una realidad escondida: el abuso de un dirigente hacia su dirigida; pero a juzgar por la reacción colectiva no era solo a Jenni Hermoso sino a todas las jugadoras, y tampoco era solo de un dirigente. Las futbolistas españolas renunciaron en masa a la selección si continuaba esa dirigencia, el Presidente del Gobierno descalificó a Rubiales y prometió intervenir ante al FIFA para sancionar a Rubiales y la FIFA lo suspendió por 90 días. Mientras Rubiales se defendía diciendo que había sido apenas un piquito, empezó, con histrionismo andaluz, un nuevo acto de esta tragicomedia de la picaresca hispánica: la madre de Rubiales se atrincheró en huelga de hambre en la iglesia de Motril, su pueblo de la provincia de Granada. Cuando llegaron las cámaras de la televisión, acusó de linchamiento mediático a los enemigos de su hijo y al gobierno de intentar distraer a la opinión pública.
Hasta aquí, en resumidas cuentas, el caso Rubiales, que puso la mira del mundo en el fútbol femenino, en los abusos en el fútbol femenino y en el machismo en el fútbol femenino. Ciertamente también opacó el triunfo de la selección española en el Campeonato Mundial de Australia y Nueva Zelanda, en el que nuestra selección quedó eliminada en la fase de grupos (perdimos contra Italia, empatamos con Sudáfrica y perdimos contra Suecia).
El fútbol femenino está enseñando un corte de la realidad; pero cuidado, porque es un corte proporcional, un botón de muestra. Quiero decir que el problema no es el fútbol femenino, que, por cierto, todavía es poco femenino; y tampoco es solo un problema español. Si pasan estas cosas en el fútbol femenino es porque pasan en todas partes, para arriba y para abajo y también para los costados. Hay que mirarlo así y preocuparse, y no verlo como la noticia de un acontecimiento raro, ajeno o lejano.