Una de las primeras empresas que creó Prigozhin fue el catering del ejército ruso. Pero no solo cocinaba el rancho para millones de soldados, también tenía muy buenos restaurantes en San Petersburgo y Moscú y era contratado por el Kremlin para dar de comer a Vladimir Putin y sus invitados; por eso se lo conoce también como el chef de Putin. Lo del catering fue solo empezar. Le alcanzó con conocer el estado calamitoso del ejército para que se le ocurriera la idea de fundar uno privado y ofrecer sus servicios a Putin. Así creo el Grupo Wagner, que consiguió sus primeros contratos en la guerra separatista del Donbás en 2014. Luego los soldados de Wagner fueron protagonistas de la intervención rusa en Siria, a favor del dictador dinástico Bashar al-Ásad. También siguieron a la vanguardia de las intervenciones rusas en donde hiciera falta, o protegiendo propiedades e industrias de Rusia y de algunos dictadores africanos, y hasta fueron contratados por Nicolás Maduro para su guardia personal. Entre Wagner y otras empresas, Prigozhin es dueño de cientos de miles de hectáreas en África y de minas de oro y de diamantes que protege con sus soldados.
Los mercenarios son invento muy antiguo, pero los creadores de las Private Military Companies (PMC) son los norteamericanos para sus guerras de ultramar. Son empresas militares privadas, formadas por mano de obra muy calificada, contratadas para operaciones determinadas, de mayor o menor envergadura y por montos inimaginables.
Prigozhin conoce el ejército ruso y también las cárceles porque estuvo trece años preso por delitos de robo, fraude y uso de adolescentes para cometer delitos. Engrosó sus filas con presos, para quienes consiguió la absolución de penas si peleaban en Ucrania durante seis meses. Hasta la semana pasada han sido los mercenarios de Wagner quienes hicieron el mayor esfuerzo bélico en Ucrania, y se calcula que entre muertos y heridos cuentan ya con unas 20.000 bajas. Pero la misma corrupción del ejército que le abrió la ventana para los negocios fue su perdición: nada funciona, todos roban, nada llega a destino. A los mercenarios había que abastecerlos de equipos y municiones desde un ejército corrompido, que no tiene ganas de luchar y que envidia los sueldos, los éxitos y hasta la pinta de los mercenarios. La cosa terminó mal cuando el sábado de la semana pasada, Prigozhin y unos 25.000 mercenarios se amotinaron contra Putin, tomaron la ciudad del Rostov y avanzaron hacia Moscú, dicen que con la idea de mostrarles cómo se gana una guerra. Putin y Prigozhin pactaron la paz el domingo gracias a la intervención urgente del dictador de Bielorrusia y lacayo de Rusia, Aleksandr Lukashenko, que les dio asilo en su país.
Ucrania aprovechó el desorden para avanzar en su todavía lenta contraofensiva. Pero la consecuencia elemental está reclara: Rusia tiene el segundo ejército más numeroso del mundo, pero eso no es nada si no hay amor a la patria, y como consecuencia, hambre de victoria, honestidad, trabajo y orden, que privan sobre la corrupción que lo vuelve inoperante. ¿Cómo va a hacer Rusia ahora para continuar la guerra sin la eficacia de Wagner? Nadie lo sabe. Lo que sí se sabe, y desde la primera guerra de la historia, es que si no hay corazón no hay coraje que valga. Y hasta en las guerras el corazón puede más que las armas.
Lo mismo pasa en todas las actividades humanas y sobre todo en la política: las armas y la plata no son nada contra el amor a la patria.