La desinformación: que es decir lo que conviene y callar lo que no conviene. Está mal porque hay que decirlo todo. Los periodistas sabemos que es preciso hablar con todos los involucrados en el acontecimiento que estamos convirtiendo en noticia. La verdad –y casi siempre la razón– no suele ser la versión de una sola de las partes, pero si igual fuera así, tenemos obligación de dar voz a todas las partes involucradas. Y además tenemos que informar siempre más allá de nuestra propia conveniencia. Otra cosa es la opinión, que es libre para cada uno de los que opinan y por eso es muy importante que en un medio de comunicación se distinga la información de la opinión y de la publicidad.
La calumnia: inventar cosas que no son ciertas. Los periodistas tenemos una obligación especial de decir la verdad, calificada por la profesión, pero también los que no son periodistas están obligados a decir la verdad. Callarse cuando no se puede decir la verdad es un viejo principio de la ética, con el que coinciden todos los mandamientos morales, todas las religiones y todas las leyes. Es que no se podría vivir en el mundo sin este respeto a la verdad. Así como necesitamos el aire para respirar, también necesitamos la verdad para alimentar nuestra razón y, lógicamente, para la vida en sociedad.
Hay muchos modos de decir la verdad, tantos como las personas que la dicen. Y la misma cantidad de modos de mentir. El Papa agrega la idea –que comentaba el domingo pasado– del arte que tenemos los periodistas para hacerla atractiva, y comparaba nuestra creatividad con la de los poetas. Buena comparación porque eso es lo que somos: artistas que respetan a rajatabla la realidad, buscan afiebradamente la verdad y la expresan con arte; ni más ni menos que cualquier poeta o literato. Y en un mundo de mentirosos, los periodistas nos hemos vuelto tan imprescindibles como el aire y los medios como el agua.
La difamación: decir cosas que, aunque sea ciertas, hacen daño. Es la gran diferencia, también en el derecho penal, entre la difamación y la calumnia: la calumnia es una falsedad; la difamación es una verdad pero que no se debe decir por estar fuera de contexto, ser del pasado o de una situación que no tiene nada que ver con la persona involucrada pero que la mancilla. Lo hacemos todos los días todo el tiempo, sobre todo los mayores que nos pasamos la vida juzgando y prejuzgando a nuestros semejantes y cualquier dato nos sirve para etiquetarlos o cancelarlos. Las generaciones más jóvenes, en cambio, han aprendido a no juzgar a la gente: es una gran cosa.
La coprofilia: que el Papa la traduce literalmente como el amor a la caca y la RAE define como atracción fetichista por los excrementos. Es el periodismo que hurga en la porquería, lucra con el morbo, apela a la curiosidad malsana y no a la necesidad de verdad. La coprofilia es una pandemia que se ha instalado en la industria hace muchos años, la vemos todos los días en la televisión, en programas y hasta canales dedicados exclusivamente a revolver excrementos que deberían quedar en la intimidad. Siempre podemos reírnos de un borracho desnudo en lugar de protegerlo de las miradas indiscretas, como hicieron los hijos buenos de Noé.