Nosotros lo vemos desde el otro lado del mundo, no solo geográfico sino también cultural. En general la monarquía nos parece una antigüedad, sobre todo cuando va rodeada del boato, de capas, cetros, coronas, diademas, uniformes, carrozas, espadas, palacios, pajes... y otros accesorios que no tenemos ocasión de ver por estas playas. Hay que decir también que la británica es la única monarquía que mantiene una liturgia propia de la Edad Media: la pose para las fotos de Carlos III con su capa dorada, su orbe y su cetro está inspirada en un cuadro de Carlomagno del siglo IX.
A favor de los chistes está el rey coronado a los 74 años porque su madre –que lo conocía muy bien– no quiso abdicar aunque tuviera casi 100. Lo cierto es que cada vez vivimos más, especialmente los reyes, duques y condes, que deben tener buena obra social, así que la sucesión ya no es lo que era. Quizás este rey viva 120 años y su hijo lo suceda cuando tenga 86. La edad no quiere decir nada: en Europa hay un rey que fue coronado a los 76 y que todavía, a los 86, trabaja y manda de verdad; para más datos es argentino (además de jefes de la Iglesia y aunque ya no usen corona, los papas son reyes absolutos del Estado del Vaticano). Para colmo, además de un rey hay una reina argentina en los Países Bajos, así que no nos hagamos tanto los republicanos que tenemos cabezas coronadas en dos de los ocho países con monarcas de Europa.
Carlos tiene cara de poca cosa, o de susto, y a esta edad la cara ya no es una herencia sino huella de la vida. Para colmo se divorció de Lady Di por culpa de una amante que hoy es la reina y eso no nos gustó nada. Pero ahí lo tenemos, en uno de los países más importantes, más creativos, más poderosos, más ricos y más democráticos del mundo. Y para colmo es rey también de Canadá, de Nueva Zelanda, de Australia... y nadie duda de la condición democrática y del buen nivel de vida de esos países.
Con menos boatos reales –menos capas, cetros y coronas– tienen reyes también algunas democracias muy serias como España, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Suecia, Noruega, Dinamarca, Mónaco o Japón. Hay otras no tan serias y nada democráticas, como Jordania, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Kuwait, Bután, Camboya, Malasia, Brunéi, Marruecos, Lesoto o Swazilandia. Y hay dinastías que no se llaman monarquías pero lo son: presidentes que se consideran dueños de sus países como Vladimir Putin en la Federación Rusa; Recep Erdoğan de Turquía; Háfez al-Ásad y su hijo Bashar al-Ásad que gobiernan Siria ininterrumpidamente desde 1971; Kim Il-sung, su hijo Kim Jong-il y su nieto Kim Jong-un, que se hacen los comunistas pero gobiernan como dinastía y como déspotas en Corea del Norte desde 1948. Daniel Ortega y su mujer Rosario Murillo, entronizados en Nicaragua como Carlos y Camila, pero con poder absoluto hasta en cuestiones de religión...
Entre nosotros solo voy a mencionar el caso de Melchor Posse y su hijo Gustavo, que gobiernan el ducado de San Isidro, en la provincia de Buenos Aires, desde 1983 (y ya está en carrera la tercera generación). Usted conoce los otros porque hay muchos monarcas y muchas dinastías que no se llaman monarcas ni dinastías, en todo el mundo y también en la Argentina. Son de todo tipo, en distintas escalas y en todas las instituciones, especialmente en los sindicatos.
Al fin y al cabo y con sus anacronismos, lo de Carlos III es lo de menos, y a juzgar por los resultados de ellos y de nosotros, quizá nos convenga probar con un rey, aunque sea un poco opa.