Los medios de toda la Argentina estuvieron ocupados durante gran parte de la semana pasada en la pateadura que le dieron unos colectiveros a Sergio Berni, el Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires. El hecho que provocó la paliza fue el asesinato de un colectivero a las 4.30 de la madrugada del lunes. El chofer asesinado se llamaba Daniel Barrientos y estaba a punto de jubilarse. Manejaba la unidad 87 de la línea 620 que recorre calles y avenidas del municipio de La Matanza, una de las zonas más populares de lo que hoy se llama el conurbano bonaerense.
Según el censo de 2022, el partido de La Matanza tiene 1.837.774 habitantes, que son algo más que la suma del mismo censo para todos los habitantes de las provincias de Misiones y Formosa. Aunque sea el más populoso, es tan solo uno de los 40 municipios que componen el Gran Buenos Aires, con casi un tercio de la población de la Argentina, donde se supone que está la llave de cualquier elección presidencial.
Me referí a dos hechos lamentables, uno peor que el otro. Primero el asesinato de Daniel Barrientos por unos bandidos que se subieron a la unidad para robarle las pertenencias a ocho pasajeros, y como quien saluda le pegaron el tiro que acabó con la vida del chofer. Hay que agregar que los hechos de inseguridad son bastante habituales en esa zona, tanto que no es el primer chofer de esa línea que pierde la vida por asaltos semejantes: en 2018 mataron en el mismo barrio y en circunstancias parecidas a Leandro Alcaraz, también colectivero de la 620.
Indignados por el asesinato de su compañero, unos cuantos choferes iniciaron un paro y manifestación para pedir seguridad a las autoridades. Fue en medio de esa manifestación que llegó en helicóptero el ministro Berni con la idea de apaciguar los ánimos y dar la cara, una actitud que se ve poco entre los funcionarios, que tienden más a esconderse y no decir ni mu ante situaciones que pueden comprometerlos. Pero esta vez, Berni tampoco pudo decir ni mu porque los colectiveros literalmente le rompieron la cara. Lo acorralaron contra un muro de la colectora de la avenida General Paz y lo molieron a patadas y trompadas además de tirarle todo lo que había a mano. Berni fue rescatado por la Policía, y no importa si fue de la Provincia o de la Ciudad de Buenos Aires. A la tardecita de ese mismo día y con las marcas de la pateadura, Berni apareció en los canales de televisión más afines al gobierno nacional dando su versión de los hechos y culpando a una supuesta maniobra de la oposición que buscaba sembrar el caos.
Hay otras consecuencias que no vienen ahora al caso. Solo quería decir que el asesinato del colectivero no justifica, de ningún modo, romperle la cara a Berni ni a nadie. Tampoco la violencia de la agresión a Berni justifica el operativo que se realizó al día siguiente para llevarse presos a dos colectiveros identificados como algunos de los que le rompieron la cara. No se puede justificar la violencia con la violencia y es urgente que nos libremos de los razonamientos adolescentes que no nos dejan pensar como adultos. Quizá Berni actuó como adolescente, o los choferes... pero eso no autoriza a nadie a actuar también como adolescente. Es al revés: la respuesta a la conducta adolescente debe ser siempre adulta, prudente, y no la que solemos dar cuando justificamos nuestras inconductas con las inconductas ajenas. Pero bueno... esto de la adolescencia colectiva nos viene trayendo a los argentinos hace años por la calle de la amargura.
Algo más: Sergio Berni se parece en esto a Fernando Burlando, el abogado de la familia de Fernando Báez Sosa asesinado en enero de 2020 en Villa Gesell por una patota de amigos de Zárate. Con pretensiones políticas explícitas, uno y otro usan a los medios de comunicación y a unos cuantos periodistas ingenuos para conseguir amplias cuotas de conocimiento público, algo que en términos publicitarios cuesta muchísimo dinero.