30 de abril de 2023
Alguien piensa que somos estúpidos
Se acerca la fecha de la elecciones provinciales y, como siempre, también la de los anacronismos de nuestra democracia electoralista. Escribo lo mismo en versiones distintas con motivo de cada comicio, porque compruebo las mismas taras, repetidas como si fueran la esencia de un mecanismo para activar la democracia. Las elecciones no son el fin sino una consecuencia del sistema democrático, que se basa en la convivencia pacífica de los que piensan distinto. El principio contrario es la imposición a las minorías del pensamiento de las mayorías. Por eso, la elección sirve para saber cuántos y quienes son la mayoría y cuántos y quienes las minorías: unos van a gobernar y otros van a disentir... o no, que cada tema tiene su gente a favor y en contra.
El disenso es el factor que le ha dado más fuerza a la democracia, porque solo las ideas que se confrontan hacen crecer el pensamiento, consiguen el progreso y el desarrollo de los pueblos. El pensamiento humano avanza confrontando, verificando, equivocándose, pidiendo opiniones, rectificando, mejorando... Y el pensamiento único no avanza por la mismísima razón. La comprobación empírica es la que muestra a las democracias entre los países más avanzados del mundo y a las dictaduras autoritarias entre los más retrasados.
Pero quería también resaltar la antigüedad y el paternalismo de nuestra liturgia democrática. Y recordar que algún día tenemos que desprendernos de esas rémoras si queremos una democracia moderna y un sistema republicano adaptado a esa modernidad.
El vicepresidente no tiene ninguna razón de ser en un mundo que se puede gobernar a distancia. Se ha convertido en una persona que espera... espera que se muera el presidente o quede inhabilitado, para sucederlo, como si no alcanzara con la línea de sucesión de los cargos electivos que hoy están debajo del vicepresidente. También es una antigüedad el presidencialismo, que es una monarquía con fecha de vencimiento. Y la jura de los cargos, que ya es por cualquier cosa y que para colmo hacemos en castellano del siglo XVIII.
Todavía elegimos a los candidatos como en el siglo XIX, con papelitos llenos de nombres –la mayoría desconocidos– que metemos en una caja de cartón. Para eso, tenemos que ir hasta el lugar donde se vota, hacer cola, elegir el papelito y ponerlo en un sobre. Toda una organización que incluye autoridades de mesa, fiscales, seguridad, logística, limpieza, catering... En el mundo ya casi no existe el dinero, hacemos las transacciones bancarias sin ir al banco y sin llenar una sola papeleta; ni las multas tienen boleta, pero resulta que hay que ir a votar con un papel metido en un sobre. Está probado que se puede votar electrónicamente por cada candidato, y evitar las listas, en pantallas que todos manejamos, instaladas en los lugares de votación. Pero además se puede saber –sin gastar millones en encuestadores– cuántos y quiénes estamos a favor y en contra de cada decisión del gobierno. Sería una democracia mucho más participativa, no para gobernar pero sí para conocer el pensamiento del pueblo. Y que voten los que quieran, claro, porque los que no les interesa no tienen por qué votar...
Es que el voto obligatorio es otro anacronismo y además es imposible de sancionar en épocas en que está votando entre el 60 y el 70 por ciento de los empadronados (por desuetudo, el voto ya no es obligatorio en la Argentina). En cambio en supermercados, vinerías y restaurantes siguen aplicando la ley seca, que prohibe vender alcohol desde doce horas antes de cada elección y hasta tres horas después de terminada: algo completamente inútil, antiguo, discriminatorio, paternalista y en contra de la presunción de inocencia, ya que nos prejuzga a todos como borrachos. También están prohibidos desde 48 horas antes del comicio la publicidad, el proselitismo, la difusión de encuestas, los sondeos, los datos de boca de urna y cualquier exteriorización que pueda influir en la decisión del voto: alguien piensa que somos estúpidos.
23 de abril de 2023
Vacunas, antibióticos y Neuquén
Las provincias de Río Negro y Neuquén no inauguraron el domingo pasado el calendario electoral 2023 de la Argentina: la primera en hacerlo fue La Pampa en la estrambótica fecha del 12 de febrero. Salvo, hasta ahora, un par de provincias, todas tienen fechas anticipadas para despegarse de la influencia de las elecciones nacionales. Es que no es una buena idea que la política nacional contamine a la provincial o municipal. Por ley deberían estar separadas y elegir en un día distinto también a los diputados y senadores nacionales de cada provincia, que todavía están vandalizadas por las elecciones presidenciales cada cuatro años.
No hubo sorpresas en las de Río Negro, pero sí en las de Neuquén, la estratégica provincia de Vaca Muerta, donde perdió por primera vez la gobernación de la provincia el Movimiento Popular Neuquino.
El MPN fue fundado por los hermanos Elías, Felipe y Amado Sapag el 4 de junio de 1961 en el pueblo neuquino de Zapala, a donde llegaron sus padres desde el Líbano en 1913. Elías había nacido en 1911 en el Líbano. Felipe y Amado nacieron en la Argentina, igual que otros cinco hermanos. Los tres estuvieron presentes en la historia política de la provincia durante por lo menos 50 años. Ahora, ya fallecidos los fundadores, los suceden sus hijos y nietos, que no siempre llevan el apellido Sapag. Felipe fue cinco veces gobernador (hasta fue gobernador de facto durante la presidencia de Onganía). Elías fue senador nacional durante tres periodos. Amado fue intendente de Zapala durante seis periodos y también fue intendente de facto.
Durante algunos años la hegemonía del partido estuvo en manos de Jorge Sobisch, que, aliado con algunos Sapag, se cruzó en la interna con otros Sapag (todos de la segunda generación); ganó y desde el MPN accedió a la gobernación por primera vez en 1991 (vicegobernador Felipe Rodolfo Sapag), la segunda en 1999 (vicegobernador Jorge Sapag) y la tercera en 2003 (ya sin Sapag tan cerca). Pero siguió siempre dentro del MPN, el partido provincial de los Sapag que ganaba las elecciones desde 1962.
Siempre hay oposición. Y cuando hay un movimiento o un partido tan hegemónico que parece imbatible, la oposición aparece adentro del partido. Felizmente es la condición de la naturaleza humana: a la tesis y a la antítesis las inventaron Adán y Eva y no Marx y Engels. Sin la disidencia el mundo no habría progresado. Por eso es tan importante entender y vivir la democracia como la convivencia pacífica de los que piensan distinto. Y por eso, al no haber disidencias en las tiranías, el pensamiento no progresa y el progreso se estanca.
Un periodista de Buenos Aires ocupaba una linda metáfora para explicar lo de Neuquén. Decía que no era un antibiótico sino una vacuna el remedio contra el MPN. El antibiótico es un enemigo que ataca al germen que enferma. La vacuna, en cambio, es un amigo: la misma enfermedad que se inocula para crear los anticuerpos necesarios para vencerla. Eso es Rolando Figueroa, el gobernador electo de Neuquén, un hombre con larga carrera política en el MPN que le ganó al MPN casi sin campaña, ni publicidad, ni medios a favor. Leía el descontento desde adentro –y arriba– del MPN y le alcanzaron apenas seis meses para fundar un partido y desbancar 61 años de MPN.
Es una lección de teoría y de práctica política que hay que aplicarse: no hay mejor cuña que la del mismo palo, pero la historia se acelera tanto que hoy alcanzan dos estaciones para cambiarlo todo. No me digan que no avisé.
No hubo sorpresas en las de Río Negro, pero sí en las de Neuquén, la estratégica provincia de Vaca Muerta, donde perdió por primera vez la gobernación de la provincia el Movimiento Popular Neuquino.
El MPN fue fundado por los hermanos Elías, Felipe y Amado Sapag el 4 de junio de 1961 en el pueblo neuquino de Zapala, a donde llegaron sus padres desde el Líbano en 1913. Elías había nacido en 1911 en el Líbano. Felipe y Amado nacieron en la Argentina, igual que otros cinco hermanos. Los tres estuvieron presentes en la historia política de la provincia durante por lo menos 50 años. Ahora, ya fallecidos los fundadores, los suceden sus hijos y nietos, que no siempre llevan el apellido Sapag. Felipe fue cinco veces gobernador (hasta fue gobernador de facto durante la presidencia de Onganía). Elías fue senador nacional durante tres periodos. Amado fue intendente de Zapala durante seis periodos y también fue intendente de facto.
Durante algunos años la hegemonía del partido estuvo en manos de Jorge Sobisch, que, aliado con algunos Sapag, se cruzó en la interna con otros Sapag (todos de la segunda generación); ganó y desde el MPN accedió a la gobernación por primera vez en 1991 (vicegobernador Felipe Rodolfo Sapag), la segunda en 1999 (vicegobernador Jorge Sapag) y la tercera en 2003 (ya sin Sapag tan cerca). Pero siguió siempre dentro del MPN, el partido provincial de los Sapag que ganaba las elecciones desde 1962.
Siempre hay oposición. Y cuando hay un movimiento o un partido tan hegemónico que parece imbatible, la oposición aparece adentro del partido. Felizmente es la condición de la naturaleza humana: a la tesis y a la antítesis las inventaron Adán y Eva y no Marx y Engels. Sin la disidencia el mundo no habría progresado. Por eso es tan importante entender y vivir la democracia como la convivencia pacífica de los que piensan distinto. Y por eso, al no haber disidencias en las tiranías, el pensamiento no progresa y el progreso se estanca.
Un periodista de Buenos Aires ocupaba una linda metáfora para explicar lo de Neuquén. Decía que no era un antibiótico sino una vacuna el remedio contra el MPN. El antibiótico es un enemigo que ataca al germen que enferma. La vacuna, en cambio, es un amigo: la misma enfermedad que se inocula para crear los anticuerpos necesarios para vencerla. Eso es Rolando Figueroa, el gobernador electo de Neuquén, un hombre con larga carrera política en el MPN que le ganó al MPN casi sin campaña, ni publicidad, ni medios a favor. Leía el descontento desde adentro –y arriba– del MPN y le alcanzaron apenas seis meses para fundar un partido y desbancar 61 años de MPN.
Es una lección de teoría y de práctica política que hay que aplicarse: no hay mejor cuña que la del mismo palo, pero la historia se acelera tanto que hoy alcanzan dos estaciones para cambiarlo todo. No me digan que no avisé.
16 de abril de 2023
Que venga Pellegrini, Julio
Cambalache debe ser el tango más conocido de Enrique Santos Discépolo. Es el de la Biblia junto al calefón. Está dedicado al siglo XX, que ya pasó, pero en el XXI sigue siendo actual porque como entonces, hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador. Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor...
Pero hay un tango menos conocido de Sosa, que hoy está más vigente que nunca. Se llama Al mundo le falta un tornillo y dice, entre otras cosas que hoy no hay guita ni de asalto y el puchero está tan alto que hay que usar el trampolín. Si habrá crisis, bronca y hambre que el que compra diez de fiambre hoy se morfa hasta el piolín.
Lo que más me gusta de este tango es la estrofa que le da nombre, la que dice que al mundo le falta un tornillo, que venga un mecánico para ver si lo puede arreglar. Para el Varón del Tango solo hace falta un mecánico que ajuste el tornillo que está suelto o se perdió en alguna curva del camino. Y aclaro que lo del tornillo es la metáfora que usábamos hace años para referirnos a los que les patina el embrague, les faltan caramelos en el frasco o no tienen todos los patitos en la fila.
A la Argentina le falta un mecánico porque le falta un tornillo. Por eso pienso que lo que necesitamos es que vuelva alguien como Carlos Pellegrini. Pellegrini fue presidente de la Argentina desde el 7 de agosto de 1890 al 12 de octubre de 1892: dos años, dos meses y cinco días. Y le alcanzó ese tiempo para arreglar el desastre del gobierno de Miguel Juárez Celman, de quien era vice y a quien sucedió hasta terminar su período. Juárez Celman renunció a causa de la llamada Revolución del Parque, que se desató por el descontento del pueblo contra su desgobierno, y Pellegrini no tenía que pensar en ninguna elección para mantenerse en el poder y terminar sus reformas porque entonces el período presidencial era de seis años sin reelección inmediata. No sabemos si fue por esa razón que encaró las reformas sin titubeos; pero lo que sí sabemos es que lo hizo y que puso al país en el sitio en que estuvo hasta que en 1930 empieza esta decadencia que parece no tener fin.
No hay que ser Mandrake para predecir que la inflación del año que viene, gobierne quien gobierne, va a ser mayor que la de este año. Quien venga tendrá que acelerar los cambios que hay que hacer para bajarla, pero con la seguridad de que primero va a subir; y son precisamente las medidas a las que hoy nadie se anima para no quedar sin votos en las próximas elecciones. Todo hay que hacerlo antes de que la fiebre electoral lo malogre por miedo a perder poder en las elecciones de medio término o en las generales: cualquiera sabe que con una inflación del 120 % anual (con suerte) y sin futuro cierto a la vista, no hay modo de ganar ninguna elección, así que hay que evitar que los efectos en la población malogren la continuidad del programa.
Para ahorrar dinero y desconectar la impresora de billetes, no queda otra que bajar los subsidios a los servicios públicos. La otra medida que parece necesaria es la devaluación de la moneda hasta ponerla en su sitio real. Estas dos medidas traerán, al principio, un aumento de la inflación; por eso la urgencia. Además hay que reducir drásticamente las ayudas sociales y el gasto público; dos medidas que pueden reducir la inflación pero son muy impopulares y que, sin pregonarlo, las está tomando el gobierno actual.
Decididamente necesitamos que venga Carlos Pellegrini con un buen destornillador. A favor va a tener el litio y el cobre de la Cordillera, el gas y el petróleo de Vaca Muerta y el fin de esta larga sequía que ya augura años de buenas cosechas.
Pero hay un tango menos conocido de Sosa, que hoy está más vigente que nunca. Se llama Al mundo le falta un tornillo y dice, entre otras cosas que hoy no hay guita ni de asalto y el puchero está tan alto que hay que usar el trampolín. Si habrá crisis, bronca y hambre que el que compra diez de fiambre hoy se morfa hasta el piolín.
Lo que más me gusta de este tango es la estrofa que le da nombre, la que dice que al mundo le falta un tornillo, que venga un mecánico para ver si lo puede arreglar. Para el Varón del Tango solo hace falta un mecánico que ajuste el tornillo que está suelto o se perdió en alguna curva del camino. Y aclaro que lo del tornillo es la metáfora que usábamos hace años para referirnos a los que les patina el embrague, les faltan caramelos en el frasco o no tienen todos los patitos en la fila.
A la Argentina le falta un mecánico porque le falta un tornillo. Por eso pienso que lo que necesitamos es que vuelva alguien como Carlos Pellegrini. Pellegrini fue presidente de la Argentina desde el 7 de agosto de 1890 al 12 de octubre de 1892: dos años, dos meses y cinco días. Y le alcanzó ese tiempo para arreglar el desastre del gobierno de Miguel Juárez Celman, de quien era vice y a quien sucedió hasta terminar su período. Juárez Celman renunció a causa de la llamada Revolución del Parque, que se desató por el descontento del pueblo contra su desgobierno, y Pellegrini no tenía que pensar en ninguna elección para mantenerse en el poder y terminar sus reformas porque entonces el período presidencial era de seis años sin reelección inmediata. No sabemos si fue por esa razón que encaró las reformas sin titubeos; pero lo que sí sabemos es que lo hizo y que puso al país en el sitio en que estuvo hasta que en 1930 empieza esta decadencia que parece no tener fin.
No hay que ser Mandrake para predecir que la inflación del año que viene, gobierne quien gobierne, va a ser mayor que la de este año. Quien venga tendrá que acelerar los cambios que hay que hacer para bajarla, pero con la seguridad de que primero va a subir; y son precisamente las medidas a las que hoy nadie se anima para no quedar sin votos en las próximas elecciones. Todo hay que hacerlo antes de que la fiebre electoral lo malogre por miedo a perder poder en las elecciones de medio término o en las generales: cualquiera sabe que con una inflación del 120 % anual (con suerte) y sin futuro cierto a la vista, no hay modo de ganar ninguna elección, así que hay que evitar que los efectos en la población malogren la continuidad del programa.
Para ahorrar dinero y desconectar la impresora de billetes, no queda otra que bajar los subsidios a los servicios públicos. La otra medida que parece necesaria es la devaluación de la moneda hasta ponerla en su sitio real. Estas dos medidas traerán, al principio, un aumento de la inflación; por eso la urgencia. Además hay que reducir drásticamente las ayudas sociales y el gasto público; dos medidas que pueden reducir la inflación pero son muy impopulares y que, sin pregonarlo, las está tomando el gobierno actual.
Decididamente necesitamos que venga Carlos Pellegrini con un buen destornillador. A favor va a tener el litio y el cobre de la Cordillera, el gas y el petróleo de Vaca Muerta y el fin de esta larga sequía que ya augura años de buenas cosechas.
9 de abril de 2023
Pateadura
Los medios de toda la Argentina estuvieron ocupados durante gran parte de la semana pasada en la pateadura que le dieron unos colectiveros a Sergio Berni, el Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires. El hecho que provocó la paliza fue el asesinato de un colectivero a las 4.30 de la madrugada del lunes. El chofer asesinado se llamaba Daniel Barrientos y estaba a punto de jubilarse. Manejaba la unidad 87 de la línea 620 que recorre calles y avenidas del municipio de La Matanza, una de las zonas más populares de lo que hoy se llama el conurbano bonaerense.
Según el censo de 2022, el partido de La Matanza tiene 1.837.774 habitantes, que son algo más que la suma del mismo censo para todos los habitantes de las provincias de Misiones y Formosa. Aunque sea el más populoso, es tan solo uno de los 40 municipios que componen el Gran Buenos Aires, con casi un tercio de la población de la Argentina, donde se supone que está la llave de cualquier elección presidencial.
Me referí a dos hechos lamentables, uno peor que el otro. Primero el asesinato de Daniel Barrientos por unos bandidos que se subieron a la unidad para robarle las pertenencias a ocho pasajeros, y como quien saluda le pegaron el tiro que acabó con la vida del chofer. Hay que agregar que los hechos de inseguridad son bastante habituales en esa zona, tanto que no es el primer chofer de esa línea que pierde la vida por asaltos semejantes: en 2018 mataron en el mismo barrio y en circunstancias parecidas a Leandro Alcaraz, también colectivero de la 620.
Indignados por el asesinato de su compañero, unos cuantos choferes iniciaron un paro y manifestación para pedir seguridad a las autoridades. Fue en medio de esa manifestación que llegó en helicóptero el ministro Berni con la idea de apaciguar los ánimos y dar la cara, una actitud que se ve poco entre los funcionarios, que tienden más a esconderse y no decir ni mu ante situaciones que pueden comprometerlos. Pero esta vez, Berni tampoco pudo decir ni mu porque los colectiveros literalmente le rompieron la cara. Lo acorralaron contra un muro de la colectora de la avenida General Paz y lo molieron a patadas y trompadas además de tirarle todo lo que había a mano. Berni fue rescatado por la Policía, y no importa si fue de la Provincia o de la Ciudad de Buenos Aires. A la tardecita de ese mismo día y con las marcas de la pateadura, Berni apareció en los canales de televisión más afines al gobierno nacional dando su versión de los hechos y culpando a una supuesta maniobra de la oposición que buscaba sembrar el caos.
Hay otras consecuencias que no vienen ahora al caso. Solo quería decir que el asesinato del colectivero no justifica, de ningún modo, romperle la cara a Berni ni a nadie. Tampoco la violencia de la agresión a Berni justifica el operativo que se realizó al día siguiente para llevarse presos a dos colectiveros identificados como algunos de los que le rompieron la cara. No se puede justificar la violencia con la violencia y es urgente que nos libremos de los razonamientos adolescentes que no nos dejan pensar como adultos. Quizá Berni actuó como adolescente, o los choferes... pero eso no autoriza a nadie a actuar también como adolescente. Es al revés: la respuesta a la conducta adolescente debe ser siempre adulta, prudente, y no la que solemos dar cuando justificamos nuestras inconductas con las inconductas ajenas. Pero bueno... esto de la adolescencia colectiva nos viene trayendo a los argentinos hace años por la calle de la amargura.
Algo más: Sergio Berni se parece en esto a Fernando Burlando, el abogado de la familia de Fernando Báez Sosa asesinado en enero de 2020 en Villa Gesell por una patota de amigos de Zárate. Con pretensiones políticas explícitas, uno y otro usan a los medios de comunicación y a unos cuantos periodistas ingenuos para conseguir amplias cuotas de conocimiento público, algo que en términos publicitarios cuesta muchísimo dinero.
Según el censo de 2022, el partido de La Matanza tiene 1.837.774 habitantes, que son algo más que la suma del mismo censo para todos los habitantes de las provincias de Misiones y Formosa. Aunque sea el más populoso, es tan solo uno de los 40 municipios que componen el Gran Buenos Aires, con casi un tercio de la población de la Argentina, donde se supone que está la llave de cualquier elección presidencial.
Me referí a dos hechos lamentables, uno peor que el otro. Primero el asesinato de Daniel Barrientos por unos bandidos que se subieron a la unidad para robarle las pertenencias a ocho pasajeros, y como quien saluda le pegaron el tiro que acabó con la vida del chofer. Hay que agregar que los hechos de inseguridad son bastante habituales en esa zona, tanto que no es el primer chofer de esa línea que pierde la vida por asaltos semejantes: en 2018 mataron en el mismo barrio y en circunstancias parecidas a Leandro Alcaraz, también colectivero de la 620.
Indignados por el asesinato de su compañero, unos cuantos choferes iniciaron un paro y manifestación para pedir seguridad a las autoridades. Fue en medio de esa manifestación que llegó en helicóptero el ministro Berni con la idea de apaciguar los ánimos y dar la cara, una actitud que se ve poco entre los funcionarios, que tienden más a esconderse y no decir ni mu ante situaciones que pueden comprometerlos. Pero esta vez, Berni tampoco pudo decir ni mu porque los colectiveros literalmente le rompieron la cara. Lo acorralaron contra un muro de la colectora de la avenida General Paz y lo molieron a patadas y trompadas además de tirarle todo lo que había a mano. Berni fue rescatado por la Policía, y no importa si fue de la Provincia o de la Ciudad de Buenos Aires. A la tardecita de ese mismo día y con las marcas de la pateadura, Berni apareció en los canales de televisión más afines al gobierno nacional dando su versión de los hechos y culpando a una supuesta maniobra de la oposición que buscaba sembrar el caos.
Hay otras consecuencias que no vienen ahora al caso. Solo quería decir que el asesinato del colectivero no justifica, de ningún modo, romperle la cara a Berni ni a nadie. Tampoco la violencia de la agresión a Berni justifica el operativo que se realizó al día siguiente para llevarse presos a dos colectiveros identificados como algunos de los que le rompieron la cara. No se puede justificar la violencia con la violencia y es urgente que nos libremos de los razonamientos adolescentes que no nos dejan pensar como adultos. Quizá Berni actuó como adolescente, o los choferes... pero eso no autoriza a nadie a actuar también como adolescente. Es al revés: la respuesta a la conducta adolescente debe ser siempre adulta, prudente, y no la que solemos dar cuando justificamos nuestras inconductas con las inconductas ajenas. Pero bueno... esto de la adolescencia colectiva nos viene trayendo a los argentinos hace años por la calle de la amargura.
Algo más: Sergio Berni se parece en esto a Fernando Burlando, el abogado de la familia de Fernando Báez Sosa asesinado en enero de 2020 en Villa Gesell por una patota de amigos de Zárate. Con pretensiones políticas explícitas, uno y otro usan a los medios de comunicación y a unos cuantos periodistas ingenuos para conseguir amplias cuotas de conocimiento público, algo que en términos publicitarios cuesta muchísimo dinero.
2 de abril de 2023
Peligrosa colonización ideológica
El Papa recuerda la novela Señor del Mundo de Robert Hugh Benson, que siempre recomienda. Benson se imagina en 1907 un mundo futuro, gobernado por una sola persona, en el que todo es igual, colonizado por una trascendencia sin Dios, porque el hombre se ha puesto en su lugar. Y sigue el Papa: hay gente un poco ingenua que cree que es el camino del progreso y no distingue lo que es respeto a la diversidad sexual o a diversas opciones sexuales de lo que es ya una antropología del género, que es peligrosísima porque anula las diferencias, y eso anula la humanidad, lo rico de la humanidad, tipo personal, como cultural y social, las diferencias y las tensiones entre las diferencias.
La ideología de género es consecuencia del narcisismo, del egoísmo que se ha instalado en nuestra sociedad como si fuera algo bueno. Vivimos en la era del yo, del ahora y del fluir como únicos patrones de conducta: hago lo que tengo ganas sin importar las consecuencias para mí y ni para el resto. Lo curioso de la observación del Papa es que da vuelta el argumento: el individualismo significa uniformidad y no diversidad, precisamente porque hemos decidido anular las diferencias esenciales que impone la naturaleza, como si eso fuera posible.
Es el paradigma de la generación tatuada, que no repara en operaciones irreversibles cuando la vida, gracias a Dios, siempre fue lo más reversible que hay. El caso de los tatuajes viene al pelo porque igualan más que diferencian: son distintos pero son todos iguales y además son irreversibles, cuando lo lindo de la vida es equivocarse, arrepentirse y mejorar. Los errores y los fracasos enseñan mucho más que el éxito, que además es siempre esquivo. Y equivocarse, arrepentirse y mejorar es central en el mensaje cristiano.
Es tan evidente que los humanos somos varones y mujeres, machos y hembras, como todos los animales, y que eso no se puede cambiar por más que lo intentemos, como si por mucho pensar en un venado me fueran a salir cuernos, o si me implantara trompa y colmillos me convertiría en elefante. Esa tendencia sin sentido coloniza el mundo desde Adán y Eva. Es la ignorancia colectiva que nos imagina forjando un futuro en el que el ser humano es capaz de todo, como Dios, cuando apenas somos unas hormigas levantando las antenas para saber a dónde vamos. Lo que nos diferencia de las hormigas es el don divino de la libertad, que nos permite revelarnos contra nuestra propia naturaleza y elegir entre el bien y el mal.
No sé quién dijo primero que Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca, pero es un gran verdad que Jorge Bergoglio también ocupa de vez en cuando. Por mucho que nos amemos a nosotros mismos, no somos Dios y tampoco podemos cambiar las leyes de la naturaleza. Nos conviene respetarlas porque lo mismo que no podemos respirar abajo del agua o salir volando como los caranchos, tampoco podemos cambiar las otras semejanzas y diferencias que la naturaleza nos impuso.
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