Antes de entrarle a los dichos del Papa, creo prudente hacer unas precisiones sobre los conceptos de pecado y delito. Pecado es una ofensa a Dios. Delito es lo que la ley penal establece que es delito. A veces coinciden y a veces no: la codicia, por ejemplo, no es delito pero sí es pecado. Los pecados son universales porque lo que es pecado en Japón también es pecado en Canadá. Los delitos, en cambio, pueden cambiar según las leyes de cada país. Los estados confesionales, como las repúblicas islámicas, confunden delito y pecado; gracias a Dios, los cristianos preferimos la separación de la Iglesia y el Estado tanto como los anticlericales más fanáticos.
Los cristianos, además, confiamos en que hay una ley superior, que está inscrita en la naturaleza y contradecirla acarrea graves consecuencias individuales y colectivas, y no solo espirituales. El aborto o la eutanasia pueden no ser delitos para las leyes civiles pero sí lo son para la ley natural (la ley natural es la que permitió condenar a los criminales de guerra nazis que alegaban el fiel cumplimiento de las leyes de su país en los juicios de Nuremberg).
La homosexualidad no es pecado en sí misma y el Papa insiste en que no debe ser nunca un delito, como hoy lo es en unos 30 países, un tercio de ellos con pena capital. Lo que está mal –y es pecado pero no delito– es el uso del sexo para cualquier fin que no sea la procreación, pero a eso lo sabemos hace siglos y mucho más desde la encíclica Humanæ Vitæ de Pablo VI. Pero la respuesta de Francisco va muchísimo más allá: la salvación es para todos, sin exclusión de ningún tipo. Eso es central en el mensaje de Jesucristo y es la misión esencial de la Iglesia. Todos significa TODOS, también justos y pecadores, ucranianos y rusos, fachos y zurdos, gorilas y peronistas, ricos y pobres, cristianos y paganos, homosexuales y heterosexuales, casados y divorciados... Jesús llama a todos y cada uno resuelve su relación con Dios como puede o como quiere. A veces uno quiere y no puede, pero el Señor espera siempre, explica el Papa.
Si los curas pueden o no casarse, dice Bergoglio que no hay problema. Nunca lo hubo y los curas que no se casan son los de la Iglesia latina, occidental, pero entre los de rito oriental sí hay opción al matrimonio. Ante el planteo de si habría más vocaciones en el caso de que se permitiera el matrimonio a los sacerdotes, el Papa es contundente porque la experiencia de la Iglesia también es contundente a favor del celibato obligatorio de los curas, así que no le parece una buena idea y él mismo no piensa abrir esa ventana.
Respecto del divorcio, que las leyes de la Iglesia no admiten porque el matrimonio es para toda la vida, Francisco repite algo que dijo tres veces Benedicto XVI: gran parte de los matrimonios que se celebran en la Iglesia son inválidos por falta de fe. Y como no se puede disolver una cosa que no existe, bastaría con probar que no existió. El Papa recomienda acudir al obispo a quienes pretenden otra oportunidad: es el obispo quien tiene la jurisdicción y la competencia para sentenciar si antes hubo o no matrimonio. La nulidad de cualquier acto jurídico es un principio básico del derecho, lo novedoso es que dos Papas afirmen que la mayoría de los matrimonios por la Iglesia son inválidos.
Hablando de las resistencias a sus reformas, el Papa dio una gran lección de política contemporánea: sospecharía de decisiones en las cuales no hay ninguna resistencia.
Hablando de las resistencias a sus reformas, el Papa dio una gran lección de política contemporánea: sospecharía de decisiones en las cuales no hay ninguna resistencia.