5 de febrero de 2023

El otro juicio


En Santa Rosa (La Pampa) terminó esta semana el juicio oral a las asesinas de Lucio Dupuy, el chiquito que murió el 26 de noviembre de 2021 a causa de una golpiza en su propia casa. Su madre, Magdalena Espósito, y la pareja de su madre, Abigail Páez, fueron declaradas culpables de homicidio con agravantes. En el caso de la madre los agravantes son el vínculo, la alevosía y el ensañamiento. Su, digamos novia, tiene cargos de homicidio agravado por alevosía y ensañamiento y también por el delito de abuso sexual ultrajante cometido contra el chico de cinco años. El fallo declaró solo la culpabilidad y las condenas serán dadas a conocer el 13 de febrero, pero con estos cargos se descarta que les darán prisión perpetua a las dos: 50 años en la cárcel sin ninguna posibilidad de excarcelación ni reducción de pena.

Refiriéndome a las condenas de los asesinos de Fernando Báez Sosa, que se darán a conocer mañana, decía el domingo pasado que no arreglan nada. Y repasaba una sabia garantía constitucional que establece que en la Argentina las cárceles no son para castigo de nadie sino para seguridad de los que están libres. Por eso, los jueces que dictan condenas tan graves deben estar convencidos de que esas personas serán peligrosas para la sociedad, por lo menos hasta que cumplan los 70 años, edad a la que podrán salir por otra medida humanitaria del sistema penal argentino, que supone que a esa edad ya nadie es peligroso.

¿Es mejor para la sociedad que Abigail y Magdalena pasen el resto de sus vidas en una cárcel que, para colmo y en contra de la ley, es lo más parecido a un infierno? Lo pensaba –y lo escribía– sobre los todavía sospechosos del crimen de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, que a todas luces parecen ser los asesinos, pero no unos perversos criminales seriales, sino unos adolescentes bastante pavotes, víctimas a su vez de una descomunal operación de opinión pública montada por el abogado querellante de los particulares damnificados, a quien le importa un comino arruinarles la vida para siempre si consigue la fama que necesita para ser candidato a gobernador de Buenos Aires.

No vale pedir justicia y después solo conformase con los fallos que nos gustan. Es intrínseco a la Justicia (ahora con mayúscula) su independencia de la opinión pública y de cualquier otra intromisión de cualquier influencia y de cualquier poder, incluidos el ejecutivo y el legislativo. Así funciona el sistema republicano, que supone la garantía esencial de igualdad ante la Ley y de desigualdad ante la Justicia, porque Justicia es la aplicación de la Ley a cada caso en particular. Ciega es la Ley, no la Justicia, que tiene los ojos bien abiertos.

No puede ser que para la opinión pública sean buenos los jueces que fallan a nuestro gusto y malos los que no. Y eso no quiere decir que no haya jueces corruptos, que los hay, pero no son corruptos porque nos disgusten sus sentencias sino por otra razón, que siempre es la misma y de color verde. La República tiene sistemas para defenderse de esa corrupción: hay que confiar en ellos y perfeccionarlos cada vez más.

Finalmente algo sobre la violencia intrafamiliar. A pesar de lo que uno supondría, dicen las estadísticas que en la Argentina el castigo a los niños es endémico, permanente y creciente. Y no tiene nada que ver la condición de la madre porque no hay madre en el reino animal que mate a sus hijos, o que en caso de peligro no dé la vida por ellos. Entonces ¿cómo puede una madre matar a un hijo de cinco años? No hay respuesta de la naturaleza, pero sí intenta encontrarla la psicología humana.

Solo los humanos podemos ser egoístas. Pero tan egoístas que el amor a nosotros mismos es capaz de pudrir, y convertir en odio, hasta el amor de una madre a su propio hijo. Y lamento comunicarle que el egoísmo es una de las señales más características de este tiempo que nos toca vivir, por eso el remedio no está en las cárceles mientras en las cárceles no se enseñe a amar a los semejantes.