Ya se ve que es un club exclusivo el de los campeones del mundo; que no es para cualquiera. También se ve, como en todos los clubes, que hay algún colado y hasta uno que no paga la cuota hace rato... Y todo hay que decirlo: estamos más cerca de Italia y Alemania, pero Brasil nos lleva dos estrellas de ventaja.
La Argentina tiene el carnet al día y sabemos cómo hacerlo: jugando a la pelota. No es chiste la expresión que usan casi todos los futbolistas profesionales. Pero como ganan millones y viajan en jets privados, sus vidas se parecen más a las de los artistas de Hollywood que la de unos chicos que juegan a la pelota.
Jugar a la pelota implica algo elemental en todo deporte asociado, jugado en equipo: es el esfuerzo colectivo de un grupo de personas. Y mientras eso no se entienda, es imposible ganar, por más cracks que se cuenten en el equipo. Esa es la razón del éxito de selecciones impensadas y del fracaso de algunas candidatas en cualquier Mundial. Y esa es la lección que debíamos haber aprendido cada vez que fracasamos por confiar en que nos salvaría un solo jugador, o dos.
Pasa desde la Copa América del año pasado: está claro que hay un ídolo indiscutible, pero ahí nomás están los otros. Desde que terminó el Mundial en Catar, los medios siguieron a Messi hasta Rosario, pero también al barrio de Ángel Di María, a Julián Álvarez lo siguieron hasta Calchín, a Alexis Mac Allister hasta Santa Rosa, a Lautaro Martínez hasta Bahía Blanca, a Dibu Martínez hasta Mar del Plata, a Enzo Fernández y Exequiel Palacios hasta San Martín, a Nahuel Molina hasta Embalse, a Lionel Scaloni hasta Pujato, a Chiqui Tapia a cumplir con la Difunta Correa y a Rodrigo de Paul a cumplir con Tini Stoessel... y en cada una de esas localidades se organizaron festejos parecidos. Messi no ganó solo y él lo sabe mejor que nadie.
También sabemos que el esfuerzo del conjunto no es el amontonamiento de cracks jugando a la pelota. Entre otras cosas que hay que aprender para ganar está la de saber perder: hay que reponerse de las derrotas porque en los deportes se gana, pero sobre todo se pierde y si no, pregúnteles a todas las selecciones que volvieron a sus países sin la copa o a las que ni siquiera clasificaron para jugar la última fase en Catar (de paso le recuerdo que la FIFA tiene más miembros que la ONU).
Ahora resulta que descubrimos cómo se agregan estrellas a la camiseta de la selección. Así que hay que empezar a pensar en la cuarta para llegar con envión. Porque esa es otra condición que marcó al equipo argentino: el envión ganador, que es una cuestión psicológica, difícil de medir, pero casi tan importante como la humildad, el trabajo en equipo y la habilidad para jugar a la pelota.
La tercera estrella puede marcar el fin de la Argentina pendenciera, egoísta, agrietada, peleadora, soberbia... Ojalá lo hayamos aprendido en este año que se termina para todas nuestras actividades y sobre todo para la política, que no debe ser nunca la búsqueda del poder solo para tener poder.
El año 2023 puede ser el de la generación de las tres estrellas, marcada por esta selección de Messi, pero no solo de Messi. El fin de un estilo y el comienzo de otro. Estos acontecimientos tienen un efecto paradigmático inmenso, que aunque no se ve de un día para otro, hace que toda una sociedad cambie de era, y un día la historia le ponga nombre a ese gran cambio colectivo. Es un deseo de fin de año: mire si se cumple...