Los diarios dan sombra. Es la conclusión de un silogismo fácil que voy a expresar de este modo: el papel sale de árboles que se plantan para hacer diarios. Y toda industria que se sirve de los árboles, como la mueblería, la construcción o el papel, antes plantó inmensos bosques que le dan su materia prima. Por eso se puede decir que tenemos grandes bosques gracias al papel higiénico y al que envuelve regalos, a las casas de madera, a las sillas, los roperos y las mesas, y claro, a los diarios, a las revistas, a los libros... Al contrario, también se puede decir que, en la medida que decrece el número de páginas o de ejemplares de la industria gráfica, también se achicará la cantidad de árboles del planeta, porque nadie los plantará. Esta es también la base equivocada de un sofisma que se oye a menudo en los ambientes ecologistas: dicen que si cada edición del New York Times consume 25.000 pinos (invento rápido el número), hay que terminar con el New York Times; cuando el razonamiento correcto indica que esos 25.000 pinos se plantaron para esa edición del New York Times. Así que es al revés: gracias a una edición del New York Times hubo 25.000 pinos más en la naturaleza durante unos 15 o 20 años, renovando el aire, dando sombra, bajando la temperatura, cuidando el agua...
El mismo razonamiento se puede aplicar a toda industria relacionada con la madera, ya que –salvo casos excepcionales y casi siempre ilegales– usan como materia prima árboles que se plantaron para esa industria. Al fin y al cabo es como cualquier cultivo vegetal o ganado animal, que son muy numerosos solo en cuanto sirven para su explotación (si no comiéramos su carne, quizás los cerdos se habrían extinguido). El día que no usemos más papel ni madera, nuestros campos se volverán interminables planicies sin una sombra.
Los postes de madera que sostienen los cables que nos proveen de luz, telefonía, televisión e internet, también fueron árboles –casi siempre eucaliptos– así que se puede decir que dan sombra como los diarios porque la dieron antes de ser postes. Pero los cables que sostienen esos postes compiten con los árboles en nuestras veredas, y en Posadas por desgracia en esa competencia ganan los cables...
No hay ninguna razón de peso para no dar prioridad a los árboles sobre los cables, al revés de como lo estamos haciendo. Ninguna razón para que las cuadrillas municipales o de Energía de Misiones se entretengan destrozando los árboles que dan sombra, frescura y salud en las ciudades y en las rutas. Quiero decir que perfectamente pueden convivir en lugar de competir, pero si fuera el caso de elegir entre uno y otro, no hay ninguna duda de que hay que elegir al árbol. Es que los intrusos son los cables, no los árboles.
En países y ciudades donde la sombra no es tan necesaria porque por su latitud el sol está muy sesgado o hay nubes durante gran parte del año, los árboles se protegen mucho más que en nuestras calles, donde el sol cae a pico durante la mitad del año. En esas ciudades a nadie se le ocurre, jamás, cortar una rama para que pase un cable. Es que conocen la fortaleza superior de la sombra, de la buena temperatura y del aire puro, y saben que con eso no se juega. Lo curioso es que nosotros lo ignoremos.
Y no hay que ir tan lejos. Basta con recorrer las calles arboladas de Buenos Aires o de su inmenso conurbano, para comprobarlo. En muchos casos esos árboles sirven de postes naturales, son solidarios en lugar de enemigos de los cables y a nadie se le ocurre podarlos.
Bastaría con que los mismos funcionarios que hoy destrozan sin ningún criterio los árboles de nuestras veredas, se ocuparan de acomodar los cables entre ramas y horquetas cuando hay algún conflicto, en lugar de tronchar años de crecimiento y cuidado de los vecinos con una estúpida motosierra.