En las rutas argentinas se pueden ver miles de disparates. Hace tiempo que en esta columna critico los retenes inútiles de las fuerzas de seguridad, esos que matan el tiempo mirando el teléfono y también los retenes de las mismas fuerzas de seguridad que se divierten molestando a los viajeros. Además están los negocios espontáneos que invaden las banquinas y la profusa cartelería que los antecede, completamente prohibidos; algunos con instalaciones permanentes y otros son apenas tenderetes que deben dar buena carne a juzgar por la cantidad de camiones que paran y dificultan la vista y el tránsito...
Hay otros disparates que hacemos con los autos y que tampoco son pasibles de sanción alguna, aunque estén prohibidos por las leyes. Y si no lo hacen las leyes, déjenme por lo menos que me desahogue aquí de la indignación que me producen los necios que van con las luces de niebla prendidas cuando no hay niebla. Las de adelante solo muestran esa necedad, pero la trasera es pura imbecilidad, dada la luz intensa que encandila a los que vienen detrás. También están los que circulan con las balizas prendidas, quizá para decir acá estoy yo, que es lo mismo que hacemos con la bocina casi todos los argentinos, siempre autorreferenciales. No me diga que no es un disparate que se multe a los que llevan apagada la luz que debe ir prendida y no se multe a los que llevan prendida la luz que debe ir apagada.
Pero hay un disparate que supera todos. Es el más disparatado. El disparate superlativo.
Es tan disparate que seguramente ha producido muchos accidentes, pero no podemos saber cuántos, porque nadie lo controla. Tampoco hay estadísticas. Y es un dispare nacional porque los argentinos vamos a contracorriente del resto del mundo, pero también en contra de la Ley de Tránsito (Ley 24.449, artículo 42, inciso f), que deberíamos saber, pero nadie toma en el examen teórico ni práctico de la licencia de conducir. Tampoco hay autoridad que sancione por esta infracción. Nada.
El disparatón es la señal que indica la inconveniencia de pasar al que viene atrás (y por carácter transitivo la que avisa que se puede pasar), que los argentinos hacemos con el guiño de la derecha para desaconsejar el paso y con el de la izquierda para darlo.
No haría falta ninguna ley que lo establezca porque es lógica pura, pero igual lo hacemos al revés. El guiño a la izquierda significa inequívocamente que uno va a girar a la izquierda y el guiño a la derecha que uno va a girar a la derecha; a eso lo entendemos a pesar de nuestra adolescencia colectiva. Precisamente por eso es tan peligroso el guiño a la izquierda para dar paso, ya que es imposible saber si el de adelante puso el guiño a la izquierda para girar a la izquierda, para sobrepasar un vehículo, o para dar paso. En cambio, si la señal de dar paso es el guiño de la derecha, da lo mismo si es para girar a la derecha o para dar paso, ya que no se correrá ningún peligro de colisión en el caso de que efectivamente el que va adelante gire a la derecha.
Decía que es imposible saber la cantidad de accidentes que se producen porque alguien intentó sobrepasar al de adelante cuando vio el guiño de la izquierda y un segundo después se los tragó porque estaba anticipando, correctamente, el giro a la izquierda o el sobrepaso de otro vehículo.
También es imposible entender cómo un país entero comete semejante disparate sin que nadie diga nada; sin una campaña nacional para arreglarlo; sin que las fuerzas de seguridad se muevan ni un milímetro; sin que el sindicato de camioneros le dedique ni un segundo; sin que se active un pelo de toda la organización pública que debería asegurarse de las condiciones de conducción de los ciudadanos que sacan o renuevan su carnet.