En castellano, llamamos historia tanto a lo que pasó como al relato de lo que pasó, que nunca es lo mismo, aunque la ciencia de la historia tenga obligación de acercarse a lo que realmente ocurrió en el pasado. El periodismo, que es la primera versión de la historia, tiene esa debilidad: le falta la perspectiva, la distancia de la historia, que es esencial para juzgar los hechos que relata y por eso su verdad sale siempre cruda, en proceso. Quería aclararlo antes de meterme con toda la prudencia del caso en los hechos de esta semana. Usted ya los conoce por los medios que elige para enterarse de las noticias: poco antes de las 21 del jueves intentaron asesinar a la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Repudiar el hecho es lo mínimo, pero confieso que me suena a la formalidad de las conversaciones menores, como si se pudiera estar a favor o en contra. La violencia, pero especialmente la violencia política como este atentando contra la Vicepresidenta, produce un íntimo rechazo, que lógicamente se expresa con todas las palabras que tenemos para hacerlo. Pero además es preciso que se renueve el compromiso integral de defender la paz, la democracia, la república, la justicia y la libertad. Los medios son protagonistas de ese compromiso y
El Territorio lo reafirma en este momento con la convicción de siempre, como hace casi 100 años lo viene haciendo todos los días.
Por desgracia, la división ya enfermiza de nuestra sociedad nos ha vuelto a colocar a los argentinos de un lado y del otro de la grieta. Unos dicen que todo esto es un montaje a partir de un hecho aislado –o quizá también montado– que sirve a Cristina Fernández de Kirchner para posicionarse en las elecciones de 2023. Del otro lado suponen que si bien el autor material es un perejil medio loco, los autores intelectuales son los partidos opositores, los medios de comunicación y el poder judicial. Del lado opositor al gobierno piensan que si Cristina quisiera planear un cambio de imagen para recuperar intención de voto, este era el Plan A. Quizá por eso sus
trolls anónimos están tirando la idea de que es todo un montaje fríamente calculado: conspiranoia revuelta con noticia deseada. Del lado del gobierno nacional, los más audaces opinan que esa suposición es resultado del odio de todos los colores, sembrado desde la oposición, el periodismo, el partido judicial y la Embajada de los Estados Unidos...
En el medio está la crónica de la decadencia argentina. Una inmensa avalancha que se despeña hacia un abismo que parece no tener fin, en un país que hace muchos años no encuentra su destino. Políticos que buscan el poder por el poder mismo, sin importar las consecuencias, preocupados obscenamente por quedarse con los últimos despojos de un país que una vez fue rico. Como si no tuviéramos ningún problema, asistimos impávidos al espectáculo deplorable de referentes políticos paneleando en medios amigos –cada lado de la grieta tiene los suyos– azuzados por conductores que inducen la respuesta de sus entrevistados. Acusan, adolescentes, a sus contrarios de hacer lo mismo que ellos hacen y los contrarios a su vez hacen lo mismo que los que los acusan, pero del otro lado.
En la Argentina de hoy todo es política, hasta comerse una empanada, cantar una chacarera o cargar combustible. Ir a misa es política, jugar al fútbol es política, trabajar en un medio es política, el color de la camisa es política, la corbata es política y la camiseta también. El idioma es política. La sonrisa del Papa es política. La manera de hablar también es política. La barba siempre fue política, y las patillas, y la melena, y el pelo corto. Vacunarse es política y no vacunarse también es política. Sputnik y Pfizer son pura política. Los tatuajes son política. Las alpargatas, el gaucho, el dulce de leche y el gusto del helado son política. Es política el barrio, la manzana y la esquina. Los nombres y los sobrenombres de los hijos son política y hasta las mascotas son política... Todo está politizado porque todo tiene un significado y es aprovechable para la política: nada se desperdicia en la lucha por el poder porque la política en la Argentina se ha vuelto el asalto al poder que no se tiene, o aguantar a toda costa en el poder que sí se tiene.
No nos extrañe que se busque rédito político de uno y otro lado a un atentando que en sí mismo es una desgracia tremenda para la Argentina, absolutamente repudiable, y que puede tener efectos tremendos si no empezamos a hacer Política con mayúsculas, Alta Política, como le gusta decir al Papa Francisco, para significar la dedicación a solucionar los problemas de los demás.