28 de agosto de 2022
Esperando el gasoducto
A raíz del retraso en las obras del aeropuerto de Posadas, insistía el domingo pasado en la necesidad de mejorar la conexión de la provincia de Misiones, con Buenos Aires, con el resto de la Argentina y con el mundo. Uno de esos puntos de encuentro es el aeropuerto, por donde pasa una parte importante de los negocios que llegan y salen de la provincia, pero también van y vuelven empresarios, turistas, funcionarios, profesores, parientes, amigos... Y está claro que no es lo mismo estar a 300 que a 1000 kilómetros de Buenos Aires, porque el viaje por otros medios de transporte es una opción inversamente proporcional al valor del tiempo de quienes viajan.
Misiones debe aceptar que está lejos del resto de la Argentina. Su situación en el mapa es tan curiosa como emblemática: le da forma a la silueta nacional en la geografía americana por quedar enclavada como una cuña entre Paraguay y Brasil.
Además de la del aeropuerto, otra debilidad que nos ha deparado la geografía es la provisión de gas natural. La Argentina es un privilegiado poseedor de inmensas reservas de gas que hoy Europa necesita, sedienta por el corte de suministro de Rusia debido al apoyo europeo a Ucrania. Pero nuestro gas todavía está bajo tierra y mientras no se construya la infraestructura para sacarlo y transportarlo a los puertos hay que importar el gas que ahora necesitamos en lugar de usar el que tenemos.
Hace años que Misiones clama por la llegada de un gasoducto que le provea el gas que ya tienen el resto de las provincias argentinas (incluyo a Corrientes porque llega a su rincón sudeste). La obra del Gasoducto del Nordeste, que iba a traer el gas desde Salta y Bolivia, está parada; solo se han construido 1147 kilómetros de los 3041 originales.
Posadas, Puerto Iguazú o Bernardo de Irigoyen son tan argentinas como Mar del Plata, Córdoba o Rosario, pero a Misiones hay que traer el gas especialmente y no de paso para ningún lugar. Ese es el problema, pero la distancia nunca debería ser una excusa para relegar a los argentinos que viven en un sector más alejado de nuestra geografía. Todo lo contrario: la distancia debería ser un motivo de especial cuidado por parte de las políticas nacionales, preocupadas ahora por la construcción del gasoducto Néstor Kirchner, que unirá el inmenso yacimiento de Vaca Muerta con la red nacional, hasta Salliqueló en su primera etapa y hasta San Nicolás en la segunda. Mientras apuran estas obras, que permitirán sustituir importación por exportación de gas, Misiones seguirá teniendo que importar gas desde la Argentina, a mucho mayor precio que el gas natural, envasado y transportado en camiones que consumen combustible, cubiertas y asfalto, en lugar de abastecernos por ductos, tal como hoy nos llegan el agua o la electricidad a cada vecino.
El aeropuerto abandonado a su suerte, con una infraestructura obsoleta, y el gasoducto que se nos niega, son dos pruebas claras del olvido al que el gobierno nacional, uno tras otro, someten a Misiones, que no tiene la culpa de estar lejos. A eso se suma el rechazo a la Zona Aduanera Especial que convertiría en fortalezas algunas debilidades geográficas de la provincia. Hay que volver a insistir, una y otra vez, hasta conseguirlo.
Estar lejos no tiene por qué ser una debilidad, si sabemos aprovecharlo, claro. Misiones está lejos de Buenos Aires pero cerca de los estados más ricos de Brasil, donde más produce y más consume nuestro principal socio comercial. Gran parte de las exportaciones argentinas a Brasil debieran producirse en nuestra región, con beneficios fiscales y energéticos que podrían convertirla en la provincia más rica de la Argentina, pero hay que seguir esperando...