3 de julio de 2022

Las puertas abiertas de la Argentina

Le transcribo completo el preámbulo de la Constitución Nacional; si es argentino es probable que lo recuerde, aunque sea vagamente:

Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina.


En el texto original la Nación Argentina se llamaba Confederación Argentina. Y aclaro, por las dudas, que hombres son los varones y las mujeres, que es lo que siempre se entendió con esa palabra hasta que los españoles confundieron hombre con varón y nos metieron en este lío de género, que entró un mal día al servicio de la dialéctica política. 

El texto es una copia ampliada y mejorada del breve preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos de América, sancionada 77 años antes que la nuestra y trece años antes de la Revolución Francesa. A esa altura de la historia, los Estados Unidos de América mostraban al mundo una democracia consolidada que provocaba la envidia de nuestras jóvenes repúblicas sudamericanas.

Una de las mejoras de nuestro preámbulo respecto del norteamericano es la afirmación fundacional y categórica de que la República Argentina es para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Y no es la única alusión a los extranjeros; ahora solo quiero agregar la del artículo 25: El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes.

Se calcula que la República Argentina tenía entonces, en 1853, los habitantes que tiene hoy Misiones: poco más de un millón. Una extensión inmensa, fértil y despoblada, y gran parte de su territorio era todavía desconocido, por lo menos para los que redactaron la Constitución y para quienes ejercían el gobierno en Buenos Aires. Pero el espíritu de nuestra Carta Magna no ha cambiado. La Argentina debe recibir con los brazos abiertos a todos los habitantes de mundo que vengan con ganas de sumarse a un país dispuesto a compartir sus riquezas con quien quiera trabajar y enseñar, especialmente si son europeos.

El decreto 29.337 del 22 de noviembre de 1949 confirmó esta hospitalidad para la universidad pública argentina (no había privadas). Estableció que es gratuita para todo el que quiera estudiar en ella, sea argentino o extranjero. A muchos no les gusta que los extranjeros no paguen, o que no pague ninguno, pero la universidad gratuita para todos significó la llegada a la Argentina de cientos de miles de estudiantes de nuestra América, que vinieron a hacer su carrera, nos conocieron y se convirtieron en propagandistas de la Argentina en sus países y en el mundo; eso cuando no se quedaron a vivir aquí, enamorados de la Argentina... o de una argentina, o de un argentino, que para el caso es lo mismo.

Lo paradójico es que haya tantos argentinos que se quieran ir del país. Entiendo que es parte del mismo código genético, porque las puertas están abiertas tanto para entrar como para salir. Y tampoco podemos saber cuántas generaciones hacen falta para que los argentinos echemos raíces profundas en nuestra Patria como para quedarnos a ponerla en su sitio. Hay que tener un poco de paciencia.