La reunión tuvo lugar en la renacentista Sala del Consistorio del Palacio Apostólico y, nada más comenzar, pasó algo que pocas veces pasa y que es siempre digno de mención. Cuando le trajeron el discurso, el Papa se lo devolvió y dijo en italiano a los presentes: aquí está el discurso que tengo que pronunciar... Pero, ¿por qué perder el tiempo diciendo esto cuando ustedes lo pueden leer después? Y empezó a improvisar un discurso que no tiene una palabra de más y que es a todas luces su pensamiento, sin los filtros del speechwriter.
Ahí Francisco dijo lo que piensa de los periodistas y de los medios de comunicación, tanto que esa charla improvisada debería ser el preámbulo de la constitución de cualquier escuela de periodismo, sea de inspiración cristiana o no cristiana y también anticristiana. Por suerte y gracias a Dios –y aunque no les guste a los feligreses de Maradona y de Messi– Jorge Bergoglio llegará a ser el argentino más influyente en la historia de la humanidad y no es de balde cada palabra que dice, aunque todavía no tengamos ni una pizca de la perspectiva histórica que habrá cuando estas cosas se valoren de verdad.
Según la traducción oficial de la Santa Sede, en uno de los párrafos que quería destacar Francisco dijo, entre otras cosas: lo primero que comunica un comunicador es a sí mismo, sin quererlo, quizá, pero es él mismo. Este habla de este tema, pero es importante cómo habla: claro, transparente; es él mismo que habla. Esto es originalidad. En este sentido, los comunicadores son poetas.
El periodismo es un arte y su verdad es la verdad de las artes. Lo decía hace unas semanas en este mismo espacio cuando El Territorio cumplía 97 años. Insistía entonces, como hace tiempo, que nuestra verdad es tan verdad como la de los científicos o de los jueces, y ahora agrego la verdad de las religiones. Decía el medievalista alemán-norteamericano Ernst Kantorowicz (1895-1963), que hay tres profesiones que visten toga para significar que solo rinden cuenta a Dios de las verdades que sostienen: los jueces, los universitarios y los sacerdotes.
Los periodistas no usamos toga y rendimos cuenta a los hombres y a sus leyes de lo que sostenemos, pero lo que sostenemos siempre tiene que respetar la realidad, los hechos; y en ese respeto consiste la verdad. Nuestro modo de buscar la verdad es asintótico, no llegamos nunca definitivamente a ella, pero tenemos obligación de acercarnos aunque eso suponga involucrarnos con lo que pasa, mojarnos con las lágrimas de los que sufren, mancharnos con la sangre de los heridos y también celebrar con los que festejan sus triunfos. Tampoco llega a la verdad absoluta nada que busque un ser humano, pero debe acercarse todo lo que pueda a la realidad si quiere decir la verdad más cabalmente. Eso es propio de la pintura, la música, la literatura, el teatro o la poesía... y también del periodismo. Y es la razón por la que las escuelas de periodismo deberían integrarse en las facultades de letras de las universidades a las que pertenezcan.
Como en cualquier arte, la obra se parece al artista como el hijo a sus padres: nada más certero ni más justo. Y también dice Francisco que el periodismo es una vocación, y por ser una vocación no es tanto un estudio o una carrera como un llamado a servir a la verdad.