22 de mayo de 2022

Democracia en la cornisa

La democracia está sintiendo el vértigo que provoca la posibilidad, nada remota, de un paso en falso cuando se anda por caminos peligrosos. Y con lo de la cornisa no me refiero solo a la democracia argentina sino a toda la democracia, por el impacto tremendo que están teniendo las redes sociales en la vida pública de las naciones.


Ucrania es un caso bien actual. Allí se libra una guerra (según von Clausewitz es la continuación de la política por otros medios) relatada en tiempo real, en la que los soldados llevan una cámara en el casco y el celular en la cartuchera. Resulta que hoy podemos ver en una cuenta de Twitter a un francotirador ucraniano reventando un tanque ruso con un lanzamisiles y presenciamos la toma de Mariupol en Instagram como si fuera una Play Station.

No sabemos cómo terminará esta la guerra, pero no cabe duda de que, entre Putin y Zelenski, quien mejor maneja las redes sociales –la opinión pública– es el presidente de Ucrania, que tiene a casi todo el mundo de su lado. Es cierto que todos tendemos a defender al débil que pelea contra el poderoso, pero Zelenski tiene, además, la condición de David: puede ganar.

Lo mismo pasa en la política, digamos pacífica. Si nos preguntaran quién va a ganar las elecciones presidenciales del año que viene en la Argentina, podemos contestar que ni lo conocemos porque no es ninguno de los que aparecen hoy como candidatos. Es perfectamente posible que en junio alguien invente un candidato que gane en agosto, y después no sepa qué hacer. Y esa posibilidad, que es real y que estamos viendo en unos cuantos países del mundo, es la causa del fracaso de esos mismos gobiernos, salvo alguna excepción debida a la suerte. Es que Tik-tok puede servir para ganar elecciones pero no sirve para gobernar.

Las redes sociales son hoy la peor amenaza para los procesos electorales, que no son la esencia de la democracia pero sí un ingrediente elemental. Lógicamente el peligro no son las redes en sí mismas, que como toda cosa inerte, depende de la voluntad de quienes las usan. La impresión rápida es que el mundo será de quienes las sepan aprovechar para manipular a las masas que votan para elegir candidatos. Y da verdadero pavor pensar en esa herramienta a merced de la imbecilidad colectiva o en manos de los que tienen pretensiones despóticas, de los tiranos banderas y de los patriarcas otoñales.

Frente a esta realidad hay tres problemas que resolver.

El primero es el anacronismo de los políticos, que siguen pensando en manifestaciones multitudinarias en las que no juntan a nadie si se las compara con los números de las redes sociales. La inexperiencia anacrónica los deja desnudos frente a los que sí saben y los lleva a confiar en ellos solo para llegar al poder.

El segundo es la velocidad del cansancio social. Lo estamos viendo en la Argentina y es una de las razones por las que probablemente nadie acierte a predecir quién será próximo Presidente de la Nación ni para qué lado rumbearemos.

El tercero es la ignorancia, que es la verdadera pobreza de nuestro pueblo y de cualquiera, la que nos deja inermes a merced de cualquiera que nos quiera manipular. La educación es el remedio contra la manipulación de las redes y también contra la velocidad de los cambios sociales. Un pueblo educado sabrá elegir, pero sobre todo y más que nada, sabrá vivir en democracia, que es bastante más que elegir a las autoridades.