Margaryta Yakovenko nació en Ucrania hace 29 años, pero vive en España desde los siete. En su cuenta de Twitter se presenta como escritora, periodista e inmigrante. Hoy trabaja en el diario en El País de Madrid y también ha publicado una novela, Desencajada, en la que relata las angustias de las distintas generaciones de migrantes en la España de hoy. El viernes apareció en un podcast de El País, en el que otra periodista le pregunta sobre Ucrania, pero no sobre la invasión de Rusia que estos días nos tiene a todos en vilo, sino sobre cómo era la vida en Ucrania antes de la guerra.
Ucrania es independiente desde el 28 de junio de 1996. Todavía no cumplió 26 años, así que los jovencísimos padres de Margaryta emigraron a España poco después de la independencia cuando los rublos que habían ahorrado se convirtieron en papel mojado. Hay que figurarse lo que fue aquello: al caerse la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, dejó unos cuantos países libres de su protectorado, detrás de lo que llamábamos Telón de Acero. Otros, los más cercanos a Rusia, integraban la URSS. Entre ellos quedaron dentro de Europa los tres bálticos –Estonia, Letonia y Lituania–, Bielorrusia, Moldavia y Ucrania.
Después de 500 años bajo la sombra de Rusia, Ucrania se convirtió en independiente de la noche a la mañana. La bandera resultó cielo sobre trigo dorado, el típico paisaje ucraniano, y el escudo un tridente que parece moderno pero tiene mil años. Al mismo tiempo que la independencia vino la desmembración de la organización política y administrativa, la justicia, la infraestructura, la economía... y las fronteras, que ya se ve que para Rusia resultó un desgarro de lo que siempre consideraron bastante propio y empezaron a recuperar en 2014, cuando tomaron impunemente la península de Crimea.
Cuenta Margaryta que todos los ucranianos pueden hablar en ruso, muchos de ellos –ella misma– como lengua materna; al final hablan un yopará entre ruso y ucraniano como lengua franca para entenderse entre todos. También cuenta que los ucranianos son profundamente cristianos: ortodoxos rusos en el este, ortodoxos ucranianos en el centro y católicos en Galitzia, medio polaca, medio ucraniana... y bastante argentina por sus migrantes a estas playas: el obispo católico de rito ucraniano de Kiev habla en castellano con acento porteño.
Zelensky es un caso aparte. Un actor cómico famoso y rico, que se presentó a las elecciones y arrasó. Le costó gran parte de su carisma el enfrentamiento con el sistema corrupto, así que empezó a bajar su popularidad, tanto que todos pensaban que al empezar la invasión se rajaría del país. Pero entonces apareció un actor desconocido, que decide enfrentar a las rusos sin cuartel, en una guerra desigual pero que equilibra el fuego de la pasión de Ucrania contra la potencia de fuego de Rusia.
Desde su independencia y con sus idas y vueltas, Ucrania intenta convertirse en un país democrático, acercarse a la Unión Europea y despegarse de la Federación Rusa, para no caer en una dictadura lamebotas de Moscú como Bielorrusia o Kazajstán. La corrupción campaba y campa todavía, en manos de los oligarcas que se quedaron con todo cuando la caída de la URSS. Los hospitales no tienen insumos ni remedios, así que los pacientes los tiene que comprar en la farmacia de la esquina. Los colegios dependen del estado, pero los pagan y arreglan los padres de los alumnos, que gastan días enteros pintando sus paredes o arreglando su calefacción. Pero Ucrania también es como la Argentina en sus fortalezas: un país joven, lleno de vida y rico en recursos, que puede levantarse con una firme voluntad colectiva y un gobierno honesto que la dirija. Hoy no tenemos perspectiva suficiente, pero estoy seguro de que tarde o temprano Ucrania se levantará de esta guerra como un país fuerte, unido e independiente. Solo ruego que la Argentina no necesite una guerra para renacer desde sus ruinas.