Las ciudades habitadas son un dolor de cabeza para cualquier estratega, desde Sun Tzu hasta Erwin Rommel, pasando por Julio César y Napoleón. No se trata de la dificultad de tomar por asalto una fortaleza repleta de enemigos armados, sino una ciudad enemiga con sus habitantes, que también son enemigos, muchos de ellos con sus armas, impredecibles y con un odio visceral a quienes los están violando. Es imposible avanzar en un frente urbano sin dejar cabos sueltos si no se hace limpieza casa por casa, edificio por edificio, departamento por departamento. Así y todo, las bajas propias son inmensas porque hay que luchar contra guerrilleros profesionales o improvisados, que conocen cada rincón, como dueños de sus casas y de sus calles y lugares públicos.
En la Guerra Civil Española apareció la expresión quinta columna para expresar las fuerzas amigas en territorio enemigo: cuatro columnas el ejército de Franco avanzaban sobre Madrid, pero el general Emilio Mola llamaba quinta columna a la integrada por muchos ciudadanos de Madrid que esperaban ansiosos la liberación y que caerían sobre las tropas leales a la República cuando la desbandada. En la Segunda Guerra Mundial se usó la táctica de ciudad abierta, que consistió en rodear las ciudades sin entrar en ellas en los avances de los aliados por Europa; así, una vez que cayera toda la región y sin salida posible, los defensores de esas ciudades depondrían las armas. Había, además de la humanitaria, una razón cultural: no destruir los invaluables tesoros arquitectónicos. Se cumplió en ciudades como Roma o Florencia, cuyas poblaciones eran más afines a los aliados que avanzaban que a los alemanes que retrocedían. En cambio, unas cuantas ciudades hostiles de Alemania y Japón fueron reducidas a escombros por los bombardeos aliados, con su población civil incluida y por supuesto, con sus tesoros, sus monumentos, sus catedrales, iglesias, castillos, teatros y palacios. Aunque conocemos más las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki que produjeron unos 240.000 muertos, el caso más sonado de destrucción completa de una ciudad histórica, con su población incluida, fue el bombardeo de Dresde del 13 al 15 de febrero de 1945; y hay un antecedente similar, en otra escala, en el bombardeo de la ciudad vasca de Guernica el 26 de abril de 1937 durante la Guerra Civil Española.
La táctica rusa no puede ser la de la quinta columna porque no son amigos los que están adentro de las ciudades ucranianas que pretenden conquistar. Aunque podrían haberlo elegido, tampoco es el caso de la ciudad abierta, probablemente por el inmenso negocio de la reconstrucción. Y parece que la idea de los generales de Putin tampoco es el bombardeo masivo de las ciudades, con la matanza de sus habitantes como daño colateral. Aunque ya el mundo ha reconocido los crímenes de guerra que están cometiendo las fuerzas armadas rusas en Ucrania, está claro que lo que pretenden los rusos es lo que se llama táctica de la alfombra, porque, como una alfombra que se enrolla o como un tubo de pasta de dientes, se aprieta a los civiles de las ciudades para que huyan, y una vez vacías destruirlas a fuerza de bombas. Rusia ha provocado el éxodo de ya más de tres millones de ucranianos que se abandonan sus ciudades hacia a lugares más seguros. Lo que no sabemos es si Rusia calculó que Ucrania dejaría a los combatientes en sus puestos adentro de las ciudades vacías de inocentes. Esos combatientes son los maridos (a veces con sus mujeres), los hijos o los padres de los que se van, que se quedan con el firme convencimiento de defender su tierra, sus calles, sus casas y departamentos a como dé lugar y hasta la última gota de su sangre. Es una táctica no tan nueva la de Rusia (ya la ensayó en Grozny y en Alepo) pero sí es nueva la de Ucrania y también son nuevas las armas portátiles provistas a los ucranianos, que revientan tanques y helicópteros como si fueran pichones de Plaza Francia.
Dicen que queda en pie solo el 20% de la ciudad de Mariúpol, el estratégico puerto de Ucrania sobre el Mar de Azov. Mariúpol quedará como ciudad mártir en los anales de la historia, como Guernica, Dresde, Hiroshima o Nagasaki: ciudades enteras destruidas sin sentido por la barbarie humana.