En ucraniano dice el título que la vida vencerá a la muerte. Se pronuncia algo así como zitia peremoze smert. Miles de hijos de ucranianos de Misiones podrán mejorarlo, si es que todavía conservan su idioma. Confieso que lo tomé, letra por letra, de la portada de la edición internacional de la revista Time de esta semana. Citan a Volodymir Zelensky, el presidente de Ucrania, que también dijo que la luz vencerá a las tinieblas. Que la luz vence a la oscuridad lo experimentamos cada vez que la prendemos, pero para quienes creen que la muerte es el final, la vida pierde siempre porque a todos nos alcanza, por mucho que corramos.
No deja de sorprender que en pleno siglo XXI un país haya invadido a otro. Pero más sorprende que lo haga a sangre y fuego, destruyendo todo lo que encuentra a su paso, que es una señal de castigo y no un acto posesorio (algún oligarca ruso estará calculando los negocios de la reconstrucción). Se entiende ahora la ordalía, el juicio de Dios, al que se sometían a veces los reyes de la antigüedad y hasta la Edad Media. ¿Porqué hacer sufrir a los pueblos si los que están peleados son sus gobernantes? ¡Mátense entre ustedes y déjennos en paz! al final, nos da lo mismo que nos mande uno u otro: son todos muy parecidos...
Cualquier manual de estrategia explica que solo se puede atacar de frente al enemigo cuando la superioridad es aplastante. De ese modo se ahorra tiempo, que puede ser un factor clave. En cambio, la estrategia de la aproximación indirecta establece que siempre hay que buscar los flancos del enemigo: derrotarlo en escaramuzas, dejarlo sin suministros, matar al cacique... En el ataque de frente las pérdidas serán cuantiosas; en cambio por los flancos se pierde tiempo pero se ahorran combatientes y armamento. Aquí se terminó mi ciencia de la estrategia, pero diría, por las noticias que sigo, que las tropas rusas están intentando el ataque frontal amparadas en su enorme superioridad y que no pretenden quedarse en Ucrania: solo someterla como un violador a su víctima. Mala idea, que está dejando a Putin y a Rusia en soledad frente a un mundo consternado por la violencia atroz de su avance por un país que nunca fue enemigo. Ahora está claro que más que la defensa de los prorrusos del Dombás, lo que Putin quiere es convertir a Ucrania en un protectorado, con un presidente títere como Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia.
Putin eligió la guerra sin cuartel –o la violación– del siglo XIV y se puede decir que ya perdió solo porque estamos en el siglo XXI. Podrá matar a millones de ucranianos como lo hizo Stalin, podrá destruir sus ciudades como lo hizo con Grozny o con Alepo, pero ¿para qué? ¿para convertir a Ucrania en la cárcel de los ucranianos? ¿por cuánto tiempo? En el caso hipotético de que termine ocupando todo el país, necesitará un carcelero ruso por cada ucraniano o deberá matarlos a todos. Antes de eso veremos a Putin colgado en la Plaza Roja por sus propios camaradas.
Como están las cosas daría la impresión de que solo China puede arreglar los tantos de este conflicto, desatado más en oriente que en occidente, aunque todo ocurra en el este de Europa, que es una península de Asia, como dice Oswald Spengler. Con Estados Unidos sin recursos morales para defender el orden económico mundial, China no quiere destruirlo: lo quiere gobernar; y el mundo le está sirviendo en bandeja a Vladimir Putin asado y con una manzana en la boca.
Zelensky consiguió unir al mundo en contra de Rusia usando solo la bomba atómica de su carisma y la voluntad inquebrantable de un pueblo dispuesto a morir defendiendo su patria. Ni hoy ni nunca se puede vivir en contra de todo el mundo y mucho menos declararle la guerra así como así.