La libertad no es no tener obligaciones sino todo lo contrario: implica precisamente la capacidad de obligarnos, tanto que ningún acto jurídico tiene valor si falta la libertad: la capacidad humana para determinarse, para obrar según la propia voluntad. Así que las obligaciones no nos coartan la libertad sino que la confirman. Por eso –aunque no los comparto– pienso que se puede entender a los que han decidido no vacunarse porque no les gusta que los obliguen a nada. Digo que se los puede entender, pero también permítanme que los califique de inmaduros. Oponerse a algo solo porque nos obligan es propio de adolescentes, cosa bastante frecuente, por desgracia, en nuestra cultura colectiva.
Hay otros –a estos no los entiendo para nada– que no se vacunan por pura conspiranoia, que es una paranoia colectiva bien difícil de explicar en sociedades avanzadas. Son los que piensan que la vacuna les inyecta un chip para dominarlos o cosas por el estilo. Ahora hay una corriente que dice haber comprobado que el covid es un invento precisamente para inyectarnos óxido de grafeno y envenenarnos y reducir la población mundial. No vale la pena perder un segundo intentando rebatir lo del óxido de grafeno ni ninguna de esas tonterías estrafalarias. Quienes piensan esas cosas las confirmarán con cada argumento, sea a favor o en contra: así funciona la conspiranoia.
Pero todavía hay una tercera tribu. Son los que dicen que no se vacunan porque se ponen en las manos de Dios y que sea lo que Dios quiera. Se autoperciben tan creyentes como yihadistas del Islam, pero ni siquiera saben que Dios nos creó libres y se traicionaría a sí mismo si forzara esa libertad. Por eso, abandonarse absolutamente en sus manos es tan error como no contar para nada con ellas: a Dios rogando y con el mazo dando, reza el dicho con toda verdad del universo.
Desde que nos subimos al auto y nos ponemos el cinturón de seguridad cumplimos con obligaciones que nos imponen quienes pueden y deben hacerlo. Respetamos los semáforos y las velocidades máximas, no circulamos a contramano, no estacionamos donde no se debe, contratamos seguro de responsabilidad civil, hacemos la VTV, pagamos la patente... y quien no lo hace, se atiene a las consecuencias. Fuera ya del auto, vamos a la escuela primaria y secundaria, pagamos una cantidad infinita de impuestos, no matamos ni robamos, no andamos desnudos por la calle y cumplimos hasta los horarios del supermercado... Pero resulta que algunos no quieren que los obliguen a vacunarse; y lo más curioso es que el mismo estado que impone otras obligaciones no se anima a imponer la vacunación obligatoria a los que han decidido fregarse en las vacunas, que son imprescindibles para que salgamos todos de una vez de la pesadilla de la pandemia.
A cualquiera de los antivacunas les diría que, cuando los pare un policía de tránsito y le pida el seguro del auto, le conteste que no lo tiene porque es un rebelde sin causa que no piensa hacer nada por obligación; o que no lo contrata porque al aportar sus datos personales, seguro que entra en la lista de controlados por la CIA; o que es objetor de conciencia y su responsabilidad civil está en las manos de Dios y no en las propias...