Pero de la grieta lo que más preocupa no es el abismo que nos separa sino que sea método del poder. Hoy lo están mostrando quienes lo ostentan en casi todos los países de Nuestra América: hablan de unidad al mismo tiempo que insultan a sus oposiciones. Y los opositores buscan también ahondar la grieta para conseguir votos de los descontentos con los que gobiernan hoy, para arrebatarles el poder y convertirse ellos en los que avasallan a los que antes los estuvieron avasallando a ellos.
Esta es la gran debilidad de nuestras democracias presidencialistas, en las que basta con ganar por un voto para imponerse a la otra mitad del país, aunque piense exactamente lo contrario. Y así es imposible gobernar, a no ser que quien ganó las elecciones se convierta en un déspota, que es lo que está pasando en los países en los que no se respeta la voluntad de todos los votantes: los que ganan las elecciones y los que las pierden.
Si nuestros países tienen hoy tan marcada esa división ideológica en casi dos mitades que parecen irreconciliables, la solución es abrazarnos en un proyecto que nos incluya a todos. Todos queremos que nuestras democracias alienten proyectos de países a largo plazo y no proyectos de poder sin brújula.
El parlamentarismo europeo parece una solución mucho más a medida de las democracias latinoamericanas que el presidencialismo norteamericano, que copiaron nuestros constituyentes de 1853 y no reformaron los de 1860, ni los de 1994; y tampoco la vigencia efímera de la de 1949. Es hora de que nos planteemos el parlamentarismo en serio.
Hoy le está tocando a Chile darse una nueva constitución y las noticias dan cuenta de que sus constituyentes se están acercando tímidamente al parlamentarismo. Ojalá sea la expresión de una tendencia que se instale y crezca en el continente. Y repito ahora, ya un poco cargoso, que al puntapié inicial de este proceso para toda la Argentina lo puede dar una provincia como Misiones, que sancione su propia constitución parlamentaria.
El domingo próximo será la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Chile, entre dos candidatos que están en las antípodas ideológicas, y para colmo quien gane lo hará por una diferencia exigua, y se verá tentado de avasallar a sus contrincantes en lugar de llamarlos a compartir el poder.
Bien lejos de Chile, en la Vieja Europa, el miércoles pasado tomó posesión el nuevo gobierno alemán que sucede a los 16 años de Angela Merkel en el poder. El flamante canciller, Olaf Scholz, del partido Socialdemócrata y ganó las elecciones con algo más del 25 % de los votos, formó gobierno junto con los Verdes y los Liberales, después de tres meses de negociaciones –y de la redacción de un contrato de 177 páginas– que firmaron el martes pasado. El acuerdo no incluyó a la Democracia Cristiana, el segundo en la elección, el partido de Angela Merkel peleado con Angela Merkel. Para colmo, los liberales alemanes son lo opuesto a los socialdemócratas, pero eso no quiere decir que no puedan pactar un gobierno de coalición –en el parlamento y en el gabinete de ministros– quienes sumen una mayoría suficiente para gobernar a todos los alemanes.
¿Quiere comprobar usted mismo la eficacia de abrazarse en un proyecto común en lugar de tratar de imponer sus ideas a la otra mitad que piensa lo contrario? En los próximos años mire cada tanto hacia Alemania y compárela con Nuestra América.