24 de octubre de 2021

Pueblos originarios


Escribo esto pensando en los autopercibidos mapuches de la Patagonia que el miércoles incendiaron la sede del Club Andino Piltriquitrón en El Bolsón. No es lo primero que queman, y a juzgar por lo que está pasando, seguirá la escalada en Río Negro y quizá en otros lugares del sur de la Argentina –y también de Chile– por culpa de esta insurgencia okupa contra la integridad geográfica de nuestra Patria.

La tesis del título tiene dos presupuestos. Primero que es imposible encontrar hoy pueblos originarios porque estamos ya muy lejos de los orígenes y la historia ha corrido sin detenerse como pasa el agua debajo de los puentes. Pueblos originarios son los que estaban hace miles de años, los primeros humanos que habitaron el suelo, ya perdidos en la noche de la historia: todos los demás serían intrusos para la tesis de los que pretenden la propiedad de la tierra con ese argumento. El segundo es un principio elemental de la historiografía: es un grave error juzgar los hechos del pasado con estándares actuales.

Los descendientes de los pueblos originarios somos el resultado de la mezcla de los originarios con sucesivas oleadas; o los que ocupamos su lugar, por las armas, por las asimetrías, por alianzas, por la casualidad, por el hambre, por las pasiones humanas o por lo que sea. Desde Adán y Eva todas las civilizaciones se integraron con otras nuevas por alguna de esas razones, hasta conformar nuevas razas, nuevas culturas, nuevos idiomas... que aunque alguna vez hayan degradado la civilización anterior, la mayoría de ellas la enriqueció, con un resultado altamente positivo, que permite sostener que hoy estamos mucho mejor que hace decenas, cientos o miles de años. Además, siempre la polinización cruzada ha dado mejores resultados que la endogamia.

Nuestra América salió mestiza gracias a que los conquistadores eran solo varones. La América del Norte, en cambio, fue colonizada por familias. En la América española bastó que los castellanos se bajaran de los barcos para que empezara el mestizaje. En la América anglosajona esa mezcla todavía espera. Y no hay que ir muy lejos para comprobarlo: la colonización española ha hecho mestizos a los correntinos y la inmigración de familias de Europa dejó europeos a la mayoría los misioneros.

A su vez, las migraciones están convirtiendo a Europa en un continente multirracial. Basta con ver un partido de fútbol de selecciones de esos países. Francia, el último Campeón del Mundo en 2018, jugó la final contra Croacia con ocho jugadores de origen africano. Dentro de 100 años el razonamiento de los pueblos originarios expulsaría de Francia a los tataranietos de M'Bappé, Umtiti, Dembelé, Kanté y Pogba, y se quedarán con sus inmuebles, que por cierto serán los mejores de París.
 

¿De quién es la tierra entonces? ¿Del que la compró y la trabaja o del que la reclama para venderla? ¿Del vago que la mantiene improductiva o del migrante que hace grande a su nuevo país? ¿Del que la ama o del que la esquilma? Si los descendientes de los que la tenían hace 500 años somos nosotros mismos, no hay derecho que pueda superar esa posesión, que para colmo está recontradocumentada, mientras el derecho de los supuestos originarios nace de un delirio que parece encubrir un fenomenal negocio inmobiliario.

Pero hay algo mucho más peligroso en el reclamo de los supuestos mapuches: es la pureza étnica en la que basa su derecho cualquier pueblo originario, sospechosamente parecida a la doctrina que hizo delirar a Hitler y produjo la peor tragedia de la humanidad. Tanto desvarió para justificar su derecho, que mandó a buscar los orígenes de la raza aria hasta los confines del Himalaya. Es increíble que solo 80 años después estemos cayendo en la misma imbecilidad.