29 de agosto de 2021
La enseñanza de los carpinchos
La puerta principal de la Casa Botines, en la ciudad de León (España), está coronada por una estatua de san Jorge matando a un yacaré. ¿Cómo que un yacaré, si san Jorge se enfrentó con un feroz dragón para salvar a una doncella en Capadocia? Bueno es que, cuando los españoles llegaron a nuestra América conocían solo por cuentos a los dragones, pero acá se encontraron con los yacarés y seguramente dijeron asombrados: ¿Ah, esto era un dragón?
La Casa Botines es un palacio diseñado por Antonio Gaudí en 1890 para una firma de tejidos de dos empresarios leoneses. Gaudí no representó a san Jorge ecuestre, hincándole a un inmenso dragón alado por su boca humeante la lanza de caballero porque no creía en la leyenda del dragón y la doncella: como buen devoto de sant Jordi, prefirió una imagen realista del patrono de Cataluña. Después de una buena restauración, sigue allí la versión pedestre de san Jorge matando a un yacaré por su lomo y con una chuza, como lo habrá hecho más de un castellano cuando se enfrentó con un dragón lento por estas playas.
Cuando españoles y portugueses llegaron a nuestra América, se encontraron con tigres, leones, dragones y otros animales que nunca habían visto pero sí conocían por sus libros de caballería, o por las historias exageradas de los que volvían de sus viajes por el Nuevo Mundo. Por eso, cuando vieron al yacaré dijeron dragón; cuando se toparon con un puma lo llamaron león; y cuando conocieron al yaguareté le pusieron tigre. Esa es la razón de tanta toponimia con tigres en nuestra América, y ya se ve que había yaguaretés por todo el actual territorio argentino. Dicen que fue un tigre el que se comió a Juan de Garay cuando exploraba el delta del Paraná. Por el Tigre, entró Santiago de Liniers y sus tropas el 4 de agosto de 1806 para reconquistar la ciudad de Buenos Aires, ocupada por los ingleses en la primera invasión. Y en Cabeza de Tigre (Córdoba) fue arcabuceado el mismísimo Liniers por orden de Juan José Castelli el 26 de agosto de 1810.
Resulta que justo viene a ser en el Tigre donde los carpinchos se están reproduciendo como conejos. La noticia ha estado en los medios de Buenos Aires toda la semana, pero también ha llegado al resto de la Argentina y al mundo, porque parece que los vecinos de Nordelta están preocupados por una invasión de carpinchos que no los deja vivir tranquilos y hasta un repartidor de pizzas estropeó su motoneta contra uno que cruzaba distraído una calle del barrio.
Nordelta es un emprendimiento inmobiliario inmenso, una ciudad entera con zonas residenciales de distinto nivel, edificios, departamentos, colegios, centros comerciales, áreas de deportes... pero sobre todo tiene mucha agua, lagunas, canales, embarcaderos... justo lo que más les gusta a los carpinchos, además de las cosas ricas que dejan los vecinos en sus tachos de basura, y comer sus tiernas plantas, y masticar troncos, muelles, puertas, que para algo son el roedor más grande del planeta.
¿Quién son los invasores? ¿Los carpinchos o los vecinos de Nordelta? Si no hay yacarés ni yaguaretés que se los coman y para colmo hay comida más que suficiente, los carpinchos se reproducen a sus anchas; y si no dejamos a los humanos depredar a los carpinchos, resulta que vamos a tener que llamar a los yaguaretés; pero los yaguaretés se comen a los humanos como se lo comieron a Garay...
Los seres humanos somos parte de la naturaleza. Pero además somos los peores depredadores de todo lo que nos rodea, y como buenos depredadores tenemos que convivir con lo que depredamos, porque si se nos termina lo que depredemos, nos depredamos a nosotros mismos. Los carpinchos de Nordelta nos están dando un mensaje para el que hay que parar la oreja: o convivimos con el resto de la naturaleza o nos estamos suicidando en masa.
22 de agosto de 2021
Milicianos de Managua en Kabul
Pedro Joaquín Chamorro Cardenal fue acribillado a balazos el 10 de enero de 1978 desde un auto que se puso al lado de su Saab descapotable cuando iba a su trabajo, como todos los días, a las 8 de la mañana. El día anterior Chamorro se había reunido con fuerzas de la oposición al dictador Anastasio Somoza con la idea de mediar entre la insurgencia sandinista y la dictadura. Don Pedro era el director-propietario de La Prensa de Managua, el mismo diario que el pasado 12 de agosto se vio obligado a suspender indefinidamente su edición en papel al ser ocupado por la policía del actual dictador, Daniel Ortega, que fue uno de los jefes de aquella revolución que terminó derrocando a Tachito Somoza.
La opinión pública de Nicaragua entendió que fue Somoza quien dio la orden, por ser Chamorro su principal oponente desde las páginas de La Prensa. Pero lo cierto es que ese asesinato fue lo que faltaba para que el pueblo nicaragüense apoyara las columnas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que tomaron Managua 18 meses después. Somoza abandonó Nicaragua el 17 de julio de 1979, y luego de pasar por Miami, Bahamas y Guatemala, se instaló en Asunción al amparo de su amigo Alfredo Stroessner. No le sirvió de mucho a Tachito la protección del Rubio: fue asesinado, también en su auto, el 17 de septiembre de 1980 en la avenida España (que entonces se llamaba Generalísimo Francisco Franco). El comando que cumplió el encargo estaba integrado por siete argentinos que habían luchado en Nicaragua junto al FSLN, comandados por Enrique Gorriarán Merlo. El plan era dispararle con una bazooka antitanque al Mercedes-Benz de Somoza. Pero a Hugo Irurzún se le trabó el proyectil, así que Gorriarán vació el cargador de su M-16 contra el parabrisas del Mercedes –que no estaba blindado– y después Irurzún consigue destrabar su bazooka y encajarle un rocket que también entró por el parabrisas. Murieron Somoza, su asesor financiero, que lo acompañaba en ese momento, y el chofer que voló por el aire destrozado.
Volvamos a Managua. Los sandinistas entraron en la capital de Nicaragua el 20 de julio de 1979. Ante la caída inminente, la ciudad había sido abandonada el día anterior por la plana mayor del gobierno y por la Guardia Nacional, que dejó cantidad de armas en los parapetos y en los cuarteles. Esa noche apareció en la historia el concepto Milicianos de Managua. Resulta que muchos de los que permanecían escondidos en sus casas, salieron a la calle, se adueñaron de las armas abandonadas y se pasaron la noche disparando al aire. Al llegar las columnas del FSLN que entraban en la ciudad se confundieron con ellos. Desde aquel episodio se llama Milicianos de Managua a los aprovechados que capitalizan para ellos una insurrección de la que no participaron.
Pensaba estos días en los milicianos, pero no de Managua sino de Kabul. La situación es parecida a aquella de 1979, solo que los talibanes son los trogloditas de Afganistán y los sandinistas iban a liberar a Nicaragua de otro troglodita. Después resulta que todo se da vuelta... pero el hecho de ahora es la toma de Kabul el domingo pasado por fuerzas insurgentes que se hacen con el poder. Los que pueden, huyen para vivir tranqui en otros países y dejan a la buena de Dios a los que los acompañaron por afinidad ideológica o porque había que comer. Se van los ministros pero quedan los secretarios y subsecretarios. Se van los embajadores pero quedan los empleados locales. Se van los responsables y quedan los inocentes que buscan desesperados subirse a los aviones para evitar las represalias de los nuevos amos.
Mejor que intentar el escape casi imposible es agenciarse un fusil de asalto bien grande y vestirse de talibán para pasar inadvertidos. Se me ocurre que muchos de los barbudos armados hasta los dientes que hoy vemos en las fotos de Kabul, son en realidad Milicianos de Managua: afganos asustados convertidos en talibanes el domingo pasado.
15 de agosto de 2021
El sistema parlamentario
La historia política es la historia de la defensa de los abusos del poder. Es que así es el animal humano: siempre habrá alguien que se erige en autoridad y por tanto habrá súbditos, pero como el que manda tiende a convertirse en tirano, los que obedecen tratan de poner todos los obstáculos que pueden para evitarlo. Lo curioso es que muchos de los que inventan esos obstáculos se vuelven tiranos cuando les toca gobernar.
Pero la historia de las ideas políticas no es solo el relato de ese intento. Se podría decir que es la historia de la convivencia entre nosotros; y cuando digo nosotros me refiero también a todas las especies que componen la creación, con los que navegamos juntos por el Universo en nuestra arca de Noé que es el planeta Tierra.
Buscando esa convivencia apareció un día la democracia, y casi junto con la democracia apareció el sistema parlamentario. Fue en la antigua Grecia y en una época en que parlamentarios eran todos los ciudadanos libres: había muchísima menos gente en el mundo y eso se podía hacer. Todavía se conservan en Grecia algunos de esos lugares en los que deliberaba todo el pueblo con sus autoridades, como en una reunión de consorcio, pero de toda una ciudad.
Ya ve como hasta en los consorcios rige el sistema parlamentario, pero nuestras democracias cayeron en el sistema presidencialista porque copiaron el modelo norteamericano, que en aquellos tiempos era el último grito de la moda. Fue así que, para limitar el poder, copiamos la constitución gringa en cambio de la de Pericles: nuestro presidente resultó un rey con vencimiento y nuestro congreso una representación del pueblo y de las provincias, que puede entorpecer o facilitar las acciones del ejecutivo según sus mayorías y minorías.
Decía que el sistema parlamentario nació en la antigua Grecia y se perfeccionó en la monarquía británica y en el resto de la Europa moderna. Consiste en un modo de organizar el poder mucho más representativo: quien elige al Jefe del Gobierno es el Parlamento, que es proporcional a la voluntad del pueblo que lo votó. El Jefe del Estado puede ser para toda la vida, como el rey en las monarquías, o con vencimiento, como el presidente en las repúblicas, pero en los dos casos su poder es muy limitado. El Jefe del Estado es algo más que el himno nacional o la bandera: un símbolo que garantiza la unidad y la continuidad del estado y también su representación. Siempre, además, interviene en casos de crisis para ayudar en el armado del nuevo gobierno.
Es que en el sistema parlamentario el gobierno puede cambiar o no cuando hay elecciones. Aunque hay elecciones obligadas cada tantos años para renovar el parlamento, las alianzas dentro de cada periodo pueden caerse y por tanto también puede caer un gobierno que fue el resultado de un acuerdo entre distintos partidos. Y al revés: mientras dure una mayoría parlamentaria, o dure la alianza que sostiene a un gobierno, ese gobierno seguriá sin drama. Es así que presidentes como Angela Merkel o Felipe González han durado muchos años y otros, como los italianos de los últimos tiempos, suelen durar bastante poco.
Decía el domingo pasado en este mismo espacio que en la Argentina deberíamos probar con el sistema parlamentario por considerarlo mucho más adecuado a nuestro estilo. Y también decía que Chile puede ser el primer país de nuestra América en instaurarlo en su nueva constitución, que hoy redacta una asamblea que acaba de ponerse a trabajar. Y también decía que en la Argentina puede ser una provincia la que empiece la corriente parlamentarista.
Buscando esa convivencia apareció un día la democracia, y casi junto con la democracia apareció el sistema parlamentario. Fue en la antigua Grecia y en una época en que parlamentarios eran todos los ciudadanos libres: había muchísima menos gente en el mundo y eso se podía hacer. Todavía se conservan en Grecia algunos de esos lugares en los que deliberaba todo el pueblo con sus autoridades, como en una reunión de consorcio, pero de toda una ciudad.
Ya ve como hasta en los consorcios rige el sistema parlamentario, pero nuestras democracias cayeron en el sistema presidencialista porque copiaron el modelo norteamericano, que en aquellos tiempos era el último grito de la moda. Fue así que, para limitar el poder, copiamos la constitución gringa en cambio de la de Pericles: nuestro presidente resultó un rey con vencimiento y nuestro congreso una representación del pueblo y de las provincias, que puede entorpecer o facilitar las acciones del ejecutivo según sus mayorías y minorías.
Decía que el sistema parlamentario nació en la antigua Grecia y se perfeccionó en la monarquía británica y en el resto de la Europa moderna. Consiste en un modo de organizar el poder mucho más representativo: quien elige al Jefe del Gobierno es el Parlamento, que es proporcional a la voluntad del pueblo que lo votó. El Jefe del Estado puede ser para toda la vida, como el rey en las monarquías, o con vencimiento, como el presidente en las repúblicas, pero en los dos casos su poder es muy limitado. El Jefe del Estado es algo más que el himno nacional o la bandera: un símbolo que garantiza la unidad y la continuidad del estado y también su representación. Siempre, además, interviene en casos de crisis para ayudar en el armado del nuevo gobierno.
Es que en el sistema parlamentario el gobierno puede cambiar o no cuando hay elecciones. Aunque hay elecciones obligadas cada tantos años para renovar el parlamento, las alianzas dentro de cada periodo pueden caerse y por tanto también puede caer un gobierno que fue el resultado de un acuerdo entre distintos partidos. Y al revés: mientras dure una mayoría parlamentaria, o dure la alianza que sostiene a un gobierno, ese gobierno seguriá sin drama. Es así que presidentes como Angela Merkel o Felipe González han durado muchos años y otros, como los italianos de los últimos tiempos, suelen durar bastante poco.
Decía el domingo pasado en este mismo espacio que en la Argentina deberíamos probar con el sistema parlamentario por considerarlo mucho más adecuado a nuestro estilo. Y también decía que Chile puede ser el primer país de nuestra América en instaurarlo en su nueva constitución, que hoy redacta una asamblea que acaba de ponerse a trabajar. Y también decía que en la Argentina puede ser una provincia la que empiece la corriente parlamentarista.
8 de agosto de 2021
Parlamentarismo sudamericano
El pasado 28 de julio, coincidiendo con los 200 años de su independencia, asumió la presidencia del Perú Pedro Castillo. Sea quien sea Castillo, creo que hay que darle tiempo para saber quién es realmente cualquier candidato que empieza la andadura de su mandato. Dicen que por lo menos cien días, pero quizá sean más todavía y siempre se puede dar la vuelta la tortilla a los seis meses, a los nueve, a los doce o a los quince...
Pero lo que quiero resaltar hoy no es la joven presidencia de Castillo, que todavía sería prematuro juzgar, sino recordar la paridad notable entre los dos candidatos a la segunda vuelta: en el conteo oficial, la diferencia entre Castillo y Keiko Fujimori fue de 26 centésimas de un punto porcentual (44.263 votos). Es cierto que la primera vuelta mostró una gran polarización de partidos, pero para eso mismo es la segunda: para darle poder indiscutido al candidato que se imponga después de la polarización de la primera. La macana es que en el Perú el tiro les salió por la culata, porque tanta paridad solo constata que el país está dividido en dos bandos opuestos que parecen irreconciliables, con candidatos para colmo bastante extremos en sus posiciones.
Un país se vuelve ingobernable con una división tan marcada y tan pareja entre dos modelos opuestos. De hecho, el Perú viene de crisis en crisis hace unos años y todo parece indicar que la arremetida populista de Castillo va a prolongar esa sucesión de crisis. Lo mismo está ocurriendo en otros países de nuestra América. Y la Argentina no parece lejana a una crisis parecida si seguimos mitad y mitad a ambos lados de una grieta cada día más ancha y más profunda.
En el sistema presidencial –copiado de los Estados Unidos, y compartido con distintas variantes, por todos los países de nuestra América– el que gana impone su modelo, aunque sea el contrario del que quiere la otra mitad del país. El problema está en que no tienen nada que ver las diferencias entre nuestros modelos y los que se disputan desde George Washington el poder en los Estados Unidos. En nuestros países el contrapeso del Congreso apenas puede impedir algunas arbitrariedades en materia impositiva y de fondo, pero es tal el poder del presidente, de hecho y de derecho, que puede llevarnos a las antípodas de donde estaba durante el gobierno anterior. Basta con mencionar los decretos de necesidad y urgencia, las relaciones exteriores, la administración de las obras públicas o la comandancia de las Fuerzas Armadas...
La democracia republicana supone la convivencia pacífica de los que piensan distinto y no la imposición a las minorías de las ideas de las mayorías. Y aunque la minoría fuera solo una persona, deben convivir sin drama mayorías y minorías.
Es el momento de plantearse el sistema parlamentario europeo, que considero mucho más adecuado a nuestras repúblicas sudamericanas. El parlamentarismo fue instaurado por los ingleses desde 1688 –con antecedentes desde el siglo XIV–, que permite arreglar todas las diferencias entre los contrincantes y formar un gobierno proporcional al disenso de los propios ciudadanos. Hoy rige –sobre todo y con gran eficacia– en indiscutidas democracias europeas.
Chile puede ser el primer país que se lo plantee en su asamblea constituyente que acaba de ponerse a trabajar. Ojalá sea el puntapié inicial del parlamentarismo en nuestra América. Pero además creo que en la Argentina no hay ningún obstáculo para que sea una provincia la que empiece esa reforma tan necesaria. Nuestra Constitución no obliga a las provincias a darse un sistema presidencialista o parlamentario. Basta que sus constituciones establezcan democracias republicanas representativas y que aseguren la autonomía municipal.
Pero lo que quiero resaltar hoy no es la joven presidencia de Castillo, que todavía sería prematuro juzgar, sino recordar la paridad notable entre los dos candidatos a la segunda vuelta: en el conteo oficial, la diferencia entre Castillo y Keiko Fujimori fue de 26 centésimas de un punto porcentual (44.263 votos). Es cierto que la primera vuelta mostró una gran polarización de partidos, pero para eso mismo es la segunda: para darle poder indiscutido al candidato que se imponga después de la polarización de la primera. La macana es que en el Perú el tiro les salió por la culata, porque tanta paridad solo constata que el país está dividido en dos bandos opuestos que parecen irreconciliables, con candidatos para colmo bastante extremos en sus posiciones.
Un país se vuelve ingobernable con una división tan marcada y tan pareja entre dos modelos opuestos. De hecho, el Perú viene de crisis en crisis hace unos años y todo parece indicar que la arremetida populista de Castillo va a prolongar esa sucesión de crisis. Lo mismo está ocurriendo en otros países de nuestra América. Y la Argentina no parece lejana a una crisis parecida si seguimos mitad y mitad a ambos lados de una grieta cada día más ancha y más profunda.
En el sistema presidencial –copiado de los Estados Unidos, y compartido con distintas variantes, por todos los países de nuestra América– el que gana impone su modelo, aunque sea el contrario del que quiere la otra mitad del país. El problema está en que no tienen nada que ver las diferencias entre nuestros modelos y los que se disputan desde George Washington el poder en los Estados Unidos. En nuestros países el contrapeso del Congreso apenas puede impedir algunas arbitrariedades en materia impositiva y de fondo, pero es tal el poder del presidente, de hecho y de derecho, que puede llevarnos a las antípodas de donde estaba durante el gobierno anterior. Basta con mencionar los decretos de necesidad y urgencia, las relaciones exteriores, la administración de las obras públicas o la comandancia de las Fuerzas Armadas...
La democracia republicana supone la convivencia pacífica de los que piensan distinto y no la imposición a las minorías de las ideas de las mayorías. Y aunque la minoría fuera solo una persona, deben convivir sin drama mayorías y minorías.
Es el momento de plantearse el sistema parlamentario europeo, que considero mucho más adecuado a nuestras repúblicas sudamericanas. El parlamentarismo fue instaurado por los ingleses desde 1688 –con antecedentes desde el siglo XIV–, que permite arreglar todas las diferencias entre los contrincantes y formar un gobierno proporcional al disenso de los propios ciudadanos. Hoy rige –sobre todo y con gran eficacia– en indiscutidas democracias europeas.
Chile puede ser el primer país que se lo plantee en su asamblea constituyente que acaba de ponerse a trabajar. Ojalá sea el puntapié inicial del parlamentarismo en nuestra América. Pero además creo que en la Argentina no hay ningún obstáculo para que sea una provincia la que empiece esa reforma tan necesaria. Nuestra Constitución no obliga a las provincias a darse un sistema presidencialista o parlamentario. Basta que sus constituciones establezcan democracias republicanas representativas y que aseguren la autonomía municipal.
1 de agosto de 2021
Mauro Periodista
Tenía 47 años y llevaba casi 30 en el diario. Y no murió por covid, pero sí por la pandemia. Mauro era de riesgo absoluto ya que tenía un solo pulmón a causa de una neumonía que casi se lo lleva a la tumba por el 2010. "A Mauro lo mató el encierro", me dijo un colega mirando al cajón en un segundo de las tres horas escasas de su velorio. Desde marzo del año pasado, el riesgo lo obligó al encierro y el encierro le alborotó su pasión por buscar historias, por escribirlas, por conversar, por asombrarse y asombrarnos. Pero además, también mata la soledad.
Ya no sorprenden las muertes inesperadas. Los que hacen estadísticas anotan contagios y muertos como quien hace el inventario de una ferretería. Nadie cuenta los daños colaterales: los que se enferman de soledad, los que mueren de tristeza, los que se curan del covid pero nunca se recuperan del covid, los que se lleva la neumonía bilateral post covid, los que son presas de las infecciones intrahospitalarias...
Un periodista es un apasionado buscador de la verdad urgente. Urgente porque todos –las audiencias– queremos conocerla cuanto antes, por eso no basta la búsqueda afiebrada de la verdad: también hay que contarla. Los periodistas deben saber hablar y escribir además de ser genéticamente apasionados por la verdad. Y aunque no es oficio para cínicos, quizá por nuestro parentesco con la política, muchas veces se cuela –como el covid– el cinismo en las redacciones: hay que estar atentos para no contagiarse.
Mauro Parrotta era un señor periodista, genético y autodidacta. Tenía la pasión por la verdad y también era un maestro de la lengua hablada y escrita. Pero sobre todo tenía pasión por la realidad, que es lo que realmente importa, lo que permite conocer la verdad sin lentes empañados y lo que no se enseña en ninguna escuela.
No hay otro modo de conocer la verdad que no sea involucrándose con la realidad. Este principio, que hoy parece básico, fue durante mucho tiempo erradicado de la profesión: buenos periodistas eran los que miraban los acontecimientos con una escafandra, como los que atienden a los enfermos de covid en los hospitales. Se suponía que para ser objetivos había que ser distantes y también equidistantes, como si la verdad fuera el término medio de dos versiones, o de dos mentiras.
No es así, para nada. Solo metiéndose en la realidad se puede conocer la verdad. Más todavía: hay que embarrarse con el barro de los embarrados, ensangrentarse con la sangre de los que sangran, sufrir con los que sufren y celebrar con los que celebran. Abogar por los débiles, dar voz a los que no la tienen y meterse en los tuétanos de los problemas de la gente hasta que duela. Llorar con los lloran y reír con los que ríen. Vivir la vida de los otros como propia. Lo único que no puede hacer un periodista es mentir, aunque otros mientan.
Mauro era de estos periodistas. Visceral. Apasionado. Enamorado de la vida, que gastó con intensidad. Nada le era indiferente. Todo lo conmovía. Imagínese lo que puede hacer el encierro obligado de la cuarentena en una persona así... Era personal de riesgo por su mala salud; pero también era esencial, como todo periodista que se debe a la verdad. Es que el periodismo es un deber porque la verdad es un derecho elemental de todas las personas humanas.
Ya no sorprenden las muertes inesperadas. Los que hacen estadísticas anotan contagios y muertos como quien hace el inventario de una ferretería. Nadie cuenta los daños colaterales: los que se enferman de soledad, los que mueren de tristeza, los que se curan del covid pero nunca se recuperan del covid, los que se lleva la neumonía bilateral post covid, los que son presas de las infecciones intrahospitalarias...
Un periodista es un apasionado buscador de la verdad urgente. Urgente porque todos –las audiencias– queremos conocerla cuanto antes, por eso no basta la búsqueda afiebrada de la verdad: también hay que contarla. Los periodistas deben saber hablar y escribir además de ser genéticamente apasionados por la verdad. Y aunque no es oficio para cínicos, quizá por nuestro parentesco con la política, muchas veces se cuela –como el covid– el cinismo en las redacciones: hay que estar atentos para no contagiarse.
Mauro Parrotta era un señor periodista, genético y autodidacta. Tenía la pasión por la verdad y también era un maestro de la lengua hablada y escrita. Pero sobre todo tenía pasión por la realidad, que es lo que realmente importa, lo que permite conocer la verdad sin lentes empañados y lo que no se enseña en ninguna escuela.
No hay otro modo de conocer la verdad que no sea involucrándose con la realidad. Este principio, que hoy parece básico, fue durante mucho tiempo erradicado de la profesión: buenos periodistas eran los que miraban los acontecimientos con una escafandra, como los que atienden a los enfermos de covid en los hospitales. Se suponía que para ser objetivos había que ser distantes y también equidistantes, como si la verdad fuera el término medio de dos versiones, o de dos mentiras.
No es así, para nada. Solo metiéndose en la realidad se puede conocer la verdad. Más todavía: hay que embarrarse con el barro de los embarrados, ensangrentarse con la sangre de los que sangran, sufrir con los que sufren y celebrar con los que celebran. Abogar por los débiles, dar voz a los que no la tienen y meterse en los tuétanos de los problemas de la gente hasta que duela. Llorar con los lloran y reír con los que ríen. Vivir la vida de los otros como propia. Lo único que no puede hacer un periodista es mentir, aunque otros mientan.
Mauro era de estos periodistas. Visceral. Apasionado. Enamorado de la vida, que gastó con intensidad. Nada le era indiferente. Todo lo conmovía. Imagínese lo que puede hacer el encierro obligado de la cuarentena en una persona así... Era personal de riesgo por su mala salud; pero también era esencial, como todo periodista que se debe a la verdad. Es que el periodismo es un deber porque la verdad es un derecho elemental de todas las personas humanas.
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