Curiosamente en los comentarios de los lectores aparecieron los relojes de sol, como si la columna hubiera sido sobre ellos y no sobre los de agujas que pretenden –sin conseguirlo– dar la hora en el Mástil y en la Costanera.
En las Misiones jesuíticas hubo relojes de sol. El mejor conservado es el que el pueblo de La Cruz, en la provincia de Corrientes, muestra orgulloso casi intacto en el mismo lugar donde lo pusieron los jesuitas hace más de 300 años. También están en su lugar los relojes de sol de San Cosme y San Damián, en el Paraguay, y el de la misión de San Ignacio Miní, aquí cerquita. El de San Ignacio tuvo una réplica en la calle Roque Pérez de Posadas, pero hoy no puedo saber qué fin llevó esa columna que indicaba la hora con su propia sombra. Es probable que otras misiones también tuvieran sus relojes de sol, pero el saqueo posterior a la expulsión de los jesuitas se los habrá llevado para decorar algún jardín paulista.
Al reloj solar del barrio Latinoamérica le pasó lo mismo que a los de agujas del Mástil o de la Costanera: falta de mantenimiento. Un drama muy nuestro: nos gusta inaugurar obras con aire de fiesta popular, pero después las abandonamos a las inclemencias de la naturaleza, que incluye a los depredadores humanos. Ojalá sirva esta columna para interesar al municipio y poner en valor ese reloj, pero de tal manera que no se deteriore tan rápido, quizá grabando los números en el tablero de acero y dándole algún tipo de protección al conjunto. Es que así como los relojes eléctricos o mecánicos necesitan alguien que se ocupe de tenerlos en hora, los de sol también precisan mantenimiento: el mismo que cualquier obra pública.
Sería una buena idea instalar un reloj de sol de buen tamaño y aspecto en algún lugar de la Costanera de Posadas. A la hora exacta la vemos en el celular, por eso los relojes de sol son hoy una atracción y una lección de astronomía, y en nuestro caso serán además un bonito homenaje a las Misiones. Puede ser una réplica de los que daban la hora en alguna de las reducciones, o uno más sofisticado como el bifilar. Lo bueno es que, además, sabemos quién lo puede hacer.