En el origen de toda paranoia parece haber un falso concepto de uno mismo, y no es una enfermedad sino una condición, una tendencia, por cierto muy humana, a explicar con facilidad ciertas cosas que pasan. Los buenos conspiranoicos suelen tener todo explicado de antemano: ya saben que lo que sea que vaya a ocurrir va a ser por culpa de algo que ellos ya conocen y por tanto no tiene ningún sentido intentar averiguar las causas de nada. Los conspiranoicos saben todo lo que pensamos y además siempre aciertan. Hagamos lo que hagamos, les daremos la razón, porque ellos ya sabían lo que iba a pasar. Así que no hace falta ni decir lo que pensamos... bueno, ni siquiera hace falta pensar. Y tampoco vale la pena intentar contradecir a un conspiranoico porque siempre tiene razón.
Las inmensa mayoría de las cosas que ocurren en el mundo, ocurren sin que nadie le dedique un segundo de su tiempo a organizarlas. El futuro siempre nos engaña, pasa desde Adán y Eva y va a seguir pasando hasta el fin de los tiempos, sencillamente porque nadie puede conocerlo. Pero, además, las personas no somos de mármol: felizmente podemos cambiar y cambiamos. Acertamos y nos equivocamos. Corregimos nuestros errores y a veces, gracias a Dios, viramos nuestro rumbo en 180 grados… Nada de eso considera la conspiranoia, porque cualquier cambio en la conducta del sospechado es un truco, una estrategia para engañar al conspiranoico.
No se crea que están tan lejos o que son tan raros. Es pura conspiranoia etiquetar a la gente, encasillar su pensamiento, ponerles adjetivos, determinar su conducta, decidir por ellos... Y también es conspiranoia la cancelación, que descalifica el todo de una persona por culpa de una parte: si un buen músico no piensa como yo (como yo creo que piensa) no es un buen músico sino uno malo. Si un médico, un científico, un sabio... no tiene las ideas de los que mandan, no es buen médico, ni gran científico, ni sabio. Si no sabe lo que sé yo, no sabe nada. Si no opina como yo, su opinión no me interesa. Si no es de mi religión, que se vaya a freír buñuelos...
Cualquier descalificación por el modo de pensar es injusta. Pero mucho más grave es la imposibilidad de convivir los que piensan distinto, porque precisamente esa es la riqueza de la sociedad democrática.
La conspiranoia es el alimento de los autoritarios nacional-populistas de hoy en día. Basan su autoridad en lo que ellos creen que piensan los demás ciudadanos, sean amigos o enemigos. Luego construyen sus razonamientos y sus decisiones desde ahí, completamente errados.
Por culpa de la adolescencia colectiva generalizada, la conspiranoia se ha puesto de moda para explicarlo todo. Y sea como sea, tampoco parece una buena idea que nos pongamos ahora conspiranoicos contra los conspiranoicos.