El dato está impreso en la tapa del diario El País del domingo pasado, en la bajada de un título que aparece abajo y a la izquierda. La nota intenta explicar a los lectores lo que pasó el martes 4 en la Comunidad Autónoma de Madrid. Pero primero le recuerdo el acontecimiento que dio motivo a esas declaraciones que me parecieron muy significativas.
La Comunidad de Madrid tiene casi siete millones de habitantes en un área de 8.030 kilómetros cuadrados que incluyen a la capital de España y sus alrededores, serranos por el norte y llanos por el sur. Es la región más densamente poblada de España, la más rica y la más visitada, lejos. Allí está la mayoría de los extranjeros que viven en España, atraídos por la oferta laboral y también por la vida envidiable de los madrileños (los argentinos son unos 90.000). Los no españoles han convertido a la Comunidad Autónoma de Madrid en una región multicultural y variopinta, en la que conviven razas de todo el mundo atraídos por la oferta laboral, pero sobre todo por el buen vivir y el mejor carácter de los madrileños originales. Paro colmo, desde que arreciaron los intentos secesionistas en Cataluña, muchas empresas, industrias y negocios, han dejando esa región para instalarse en otros lugares de España, pero especialmente en Madrid, por lo que hace años le ha ganado a Barcelona y a Cataluña la condición de líder del desarrollo de España.
El martes 4 de mayo hubo elecciones en la Comunidad de Madrid. Le ahorro los detalles de la política española que son casi tan aburridos como los nuestros. Solo aclaro que el proceso electoral es muy distinto, propio del sistema parlamentario. Y basta decir que la actual presidenta de la comunidad, una madrileña de 42 años, decidió disolver el parlamento regional y llamar a elecciones para revalidar sus títulos. Lo hizo ante la virtual desaparición de uno de los partidos minoritarios que la apoyaba y para ganar poder para su partido, que es contrario al que hoy gobierna en España.
Insisto en que no importan las ideologías y por eso no las mento ahora. Da absolutamente lo mismo para el propósito de esta columna, que es dar una idea que puede ser aprovechada por cualquiera, piense como piense...
La elección de Madrid estuvo polarizada por un candidato que se apeó de la vicepresidencia del gobierno español para contender con la presidenta y arrebatarle la Comunidad de Madrid. Una apuesta fuerte, valiente y jugada. El martes 4 ese candidato salió quinto y se retiró de la política para siempre...
Y lo que dice la bajada del título del diario El País del pasado domingo es la razón de esa debacle y del triunfo de la candidata que ganó. El texto entrecomilla las declaraciones de una votante primeriza a quien la convenció la alegría de la campaña de la presidenta en contraste con la bronca continuada de su principal contrincante. Es que el candidato perdidoso se jugó a la bronca, a la grieta, al insulto, al destrato de sus adversarios. Puso cara de enojado el primer día y no se la sacó hasta el final. Pero además se fregó en la corona, en los toros, en las religiones, en la sangría, en El Corte Inglés, en la Castellana y en la Puerta de Alcalá. Es cierto que hay toda una filosofía detrás de esta actitud, pero el candidato la entendió al revés o no se supo bajar de una adolescencia que le vino con retraso. Se mantuvo contra todo el mundo, como el que va contramano por una autopista y se queja porque todos vienen contramano.
Habrá mil motivos, todos muy válidos, por los que unos ganaron y otros perdieron, pero déjeme que me quede con este como determinante. No fue la ideología, no fue la filosofía, no fue la pandemia ni el confinamiento, no fue el plan de gobierno, no fue la trayectoria de los candidatos, ni siquiera su cara, su pinta o su modo e vestir... esta vez fue la alegría que le ganó a la bronca.