Es imposible saber con precisión cuánta gente se llevó la Peste Negra del siglo XIV: en esas épocas nadie contaba ni a los vivos ni a los muertos y mucho menos se les ocurría proyectar curvas de infectados y compararlas para ver a quién le iba mejor y a quién peor... Dicen los historiadores que fueron entre 75 y 200 millones: pongamos, redondeando para abajo, que entre los años 1345 y 1355 murió la mitad de los habitantes de Europa por la Peste Negra.
En 1918, otros o los mismos historiadores, calculan que fueron 50 millones los muertos en todo el mundo por la mal llamada Gripe Española. Ya se sabe que la gripe había llegado a Europa llevada por soldados norteamericanos que viajaron a finiquitar la Primera Guerra Mundial. Esos soldados causaron más muertes por la peste que por las armas y fue la censura la que confundió los muertos de la guerra con los del virus y también la que le dio el adjetivo de española, porque por no estar España en la guerra, nadie censuraba a sus periódicos, que sí informaban sobre la gripe, así que la humanidad entendió que esa peste era cosa de España y de los españoles.
La buena noticia es que en 100 años hemos avanzado lo suficiente como para que una gripe de la misma naturaleza haya causado hasta ayer casi tres millones de muertes en todo el mundo: el 0,04 % de sus habitantes totales. Parecen muchísimas para nuestra sensibilidad, pero tenga en cuenta que en 1918 la población del mundo era de 1.825 millones, así que los muertos fueron el 2,7 % de la población mundial.
Si no cuento mal, la humanidad ya ha conseguido fabricar unas doce vacunas contra el virus del covid, de las que se están administrando nueve o diez. En unos meses habrá de todas las marcas y nacionalidades, se podrán comprar como genioles y nos las pondrán todos los años como pasa hoy con los planes de vacunación contra la gripe o la neumonía (haga el favor de ponérselas en cuanto lleguen). Todo bien con las vacunas, pero del mismo modo que lo que disparó la Gripe Española fue la desinformación, hasta ahora lo que paró los efectos del coronavirus fue la información.
Siempre es así y cada año que pasa estamos mejor gracias a que sabemos más, a pesar de lo que digan los hermeneutas del fin del mundo. Cada nueva pandemia será más fácil de combatir si nos dejan informar a la gente lo que tiene que hacer, desde no darse la mano hasta donde hay que ir a vacunarse. Fíjese lo que Giovanni Boccaccio –algo así como un periodista de aquella época– escribía en 1348: “Y más allá llegó el mal: que no solamente el hablar y el tratar con los enfermos daba a los sanos enfermedad o motivo de muerte común, sino también el tocar los paños o cualquier otra cosa que hubiera sido tocada o usada por aquellos enfermos, que parecía llevar consigo aquella tal enfermedad hasta el que la tocaba”. Lástima que en aquella época muy pocos sabían leer...
Viendo televisión, oyendo la radio, leyendo el diario, buscando información en las redes sociales o en internet... aprendimos todo lo que hay que hacer para no contagiarse. Todavía en todo el mundo los gobernantes y las autoridades sanitarias llaman a conferencias de prensa para dar noticias y recomendaciones a sus ciudadanos. Señal clarísima de la necesidad del periodismo que con su sello certifica la verdad en un mundo cada vez más embarrado por la mentira.
Antes de que lleguen las vacunas, solo con información conseguimos reducir la mortandad en unos 200 millones de personas. La información es un derecho y por eso también es un deber, pero también un buen remedio.