El Vacunatorio VIP del Ministerio de Salud mantuvo ocupada a la opinión pública esta semana que pasó, gracias, entre otras cosas, al fogoneo del periodismo enojado con el gobierno nacional. Visto así, sin pensar mucho, parece una contradicción que en un gobierno popular se vacune primero a los amigos del poder. Parece que también lo ve así el presidente, que se lo llevó puesto al ministro Ginés González García. No es mi intención juzgar ninguna de esas conductas –de las que tampoco conozco los pormenores– pero sí sacar un par de consecuencias del episodio.
González García debe ser un buen médico, un bocho, un capo en infectología y políticas sanitarias, pero ya no tenía edad ni presencia para dirigir un ministerio; mucho menos el de Salud y menos todavía desde que se desató la pandemia que requería un esfuerzo físico diario y sin descanso, en una persona de 75 años y con un claro un perfil de riesgo. De hecho, gran parte del trabajo lo hacía su segunda, la médica Carla Vizzoti que ahora ocupa el cargo de ministra y que anteayer anunció que había dado positivo de coronavirus.
Ahora a nadie le conviene reconocer una realidad tremenda de la argentinidad, quizá por estar ocupados en tirarse con todo lo que tienen desde los dos lados de la grieta, que por desgracia divide a los argentinos hace muchos años. El gobierno nacional ha dejado un flanco muy débil que la oposición está atacando con fuego a discreción; cosas de la política que algún día debemos superar unidos: hoy es urgente ocuparse de la salud del pueblo argentino y no de revolver errores para agrandarlos.
Nos guste o no, todavía somos así. Aprovechar los privilegios del poder para vacunarnos antes que los demás, es algo que –casi con seguridad– hubiéramos hecho todos. No es por malos, es por ventajeros y pasa desde la época de Pedro de Mendoza, pero estoy seguro de que los aborígenes que se encontraron los conquistadores también eran así y quién sabe hasta cuándo llegamos si nos internamos en los vericuetos de la historia.
Cuando era chico tuve que sacar la cédula de identidad en la Policía Federal. Como mi padre era funcionario nacional, fuimos con mi madre y mis hermanos al Departamento Central de la Policía Federal, que todavía ocupa una manzana en el barrio de Montserrat, en Buenos Aires. Cuando llegamos, nos acompañó un agente hasta la fila de los recomendados (por no decir acomodados). Lo curioso es que esa fila era bastante más nutrida que la de los que iban sin acomodo y hacían la cola del otro lado del salón. Para colmo, a los recomendados los atendía una sola persona en un lindo escritorio, mientras que los simples mortales tenían unas cuantas ventanillas a su disposición y terminaban su trámite mucho antes que los acomodados. Desde entonces siempre se me ocurre que va a pasar lo mismo cada vez que me toca usar un privilegio, así que tiendo a pasarme a la cola de los simples mortales, no porque no me atraigan los privilegios, sino porque los resultados pueden ser mejores.
Si podemos aprovecharnos de una situación de desigualdad, todos lo hacemos. Dicen que es lo que más se extraña del poder cuando se lo pierde: el auto con chofer, la sala VIP de los aeropuertos, la alfombra roja... o estacionar siempre en el mejor lugar. Mire en Posadas los carteles de estacionamiento para funcionarios de todo tipo: ocupan lugares que son de todos porque imponen esos privilegios que además son abusos de poder. Es la psicología del privilegio y es una de las razones por las que nos gusta el poder: para aprovecharnos de él.
Por si no se entendió... lo que quiero decir es que no nos hagamos tanto los escandalizados con el Vacunatorio VIP de Ginés porque todos somos como Ginés y sus amigos; y quizá lo que nos da bronca es no estar en esa lista de los acomodados.