El 15 de abril de 2019 un incendio se llevó casi entero el techo de Notre Dame. El mundo se paró consternado para ver por televisión cómo se perdía un patrimonio de siglos y dio tiempo para ver en directo la caída de la aguja central –los franceses la llaman flèche– que coronaba el crucero de sus naves y que era un emblema de la antigua catedral desde la restauración de Viollet-le-Duc en el siglo XIX. El techo exterior de pizarra de la catedral se sostenía sobre un entramado de vigas de roble, que se apoyaban en los muros laterales, sostenidos a su vez por los arbotantes. Entre el techo interior y el exterior había un verdadero bosque de vigas de roble. Allí se originó el incendio, que todavía nadie sabe cómo fue.
Como muchas otras catedrales y monumentos de Europa, la de Notre Dame de París pasó por cantidad de reconstrucciones. Baste con recordar que sobrevivió a la Guerra de los Cien años en los siglos XIV y XV; Luis XIV la quiso más barroca que gótica; la Revolución Francesa la confiscó para depósito de alimentos y Napoleón Bonaparte la devolvió a la Iglesia y la decoró estilo imperio para su coronación el 2 de diciembre de 1804. A pesar de su historia, a nadie se le ocurrió la peregrina idea de dejar sin mantenimiento la catedral de Notre Dame, como a nadie se le ocurre dejarla sin techo después del incendio de 2019.
Muy rápido la comuna y el arzobispado de París se pusieron de acuerdo para reconstruir Notre Dame y hasta consiguieron los millones que hacen falta. Unos quieren volver a tener una iglesia emblemática de la cristiandad y otros pretenden recuperar el patrimonio que hace grande a París y la llena de turistas siempre que no haya pandemias. Por eso lanzaron un concurso de proyectos para su reconstrucción, que no debía consistir en volver al esplendor del siglo XIV sino instalarla en el XXI. Se presentaron más de 200 proyectos de 56 países y quienes ganaron fueron dos jovencísimos arquitectos chinos, ella y él, llamados Li Sibei y Cai Zeyu.
Li y Cai basaron su proyecto en los latidos del corazón de París. El nuevo techo en forma de cruz latina será espejado y la nueva flèche proyectará al interior de la catedral las imágenes actuales de la ciudad, reflejadas en espejos como en un caleidoscopio. Además, encima de la flèche, y levitando con efectos magnéticos, se colocará una cápsula del tiempo que latirá como el corazón de París. La cápsula se abrirá cada 50 años para obtener sus registros de la historia de ese tiempo.
Podemos insistir con la idea de conservar las ruinas de las doce antiguas misiones jesuíticas, que cuanto más arruinadas, más ruinas son. O podemos reconstruir por lo menos una, para que se vea en todo su antiguo esplendor, pero con técnicas, materiales y conceptos modernos. Esa sería una reconstrucción cabal, que puede atraer millones de turistas a admirar la arquitectura de las antiguas misiones y también de la actual. Y a la vez, se conservaría –en serio y no a merced de las inclemencias del tiempo– nuestro incalculable patrimonio histórico.
Hasta ahora, y a la vista del estado de nuestras antiguas reducciones, si fueran misioneros los que decidieran sobre el futuro de la catedral de París, la habrían dejado sin techo...