Entreverada en todas las encuestas, entre las principales preocupaciones de los argentinos aparece siempre la corrupción. Está entre la salud, la economía y la inseguridad. La corrupción se ha vuelto una señal de la argentinidad, un cromosoma de nuestro código genético que atraviesa todas las capas sociales y todas las posiciones del arco político. La corrupción puso en labios de dos presidentes uruguayos durísimas palabras sobre nosotros: el finado Alberto Batlle dijo un día que los argentinos somos una manga de ladrones del primero al último y Pepe Mujica nos trató de cagadores cuando le preguntaron sobre los argentinos que emigran al Uruguay para salvarse de pagar impuestos en la Argentina.
A nadie hay que explicarle qué es la corrupción porque todos tenemos naturalizado el término para aplicarlo a los funcionarios públicos que aprovechan el poder para robar todo lo que pueden. Bueno, pero déjeme aclararle que la corrupción aplicada a los funcionarios no es más que la metáfora de lo que ocurre en la naturaleza cuando las cosas se pudren. Podrido es sinónimo de corrupto, aunque la diferencia es grande cuando se trata de conductas humanas porque puede haber vuelta atrás, pero tenga en cuenta que, como tiene que ver con el camino de la vida, cada segundo que pasa uno corrompiéndose lo aleja más de esa vuelta atrás.
Como las frutas en la frutera, nadie se pudre de un día para el otro; en la corrupción se va cayendo como por un plano inclinado. Los corruptos se empiezan a pudrir con cosas chicas, quizá cuando todavía son menores de edad. Y no es siempre cosa de millones de dólares; la corrupción está también en los billetes del bolsillo, en el incumplimiento imperceptible de las leyes, en el asalto invisible a la góndola de un supermercado, en el mal ejemplo que damos a los más chicos...
¿Se cuela con una compra de más de 20 (o 16) unidades en las colas rápidas del supermercado? ¿Se alegra cuando la cajera le cobra de menos porque se olvidó de contabilizar uno de los productos que compró? ¿Se queda con el billete de más cuando alguien se equivoca en el vuelto? ¿Usa la bocina del auto para insultar? ¿Si hay peatones cruzando la calle por las líneas blancas, acelera y les dice que son unos imbéciles que no ven que está usted pasando con su autito? ¿Joroba a los demás con la luz de niebla a pleno día en lugar prender las de posición que son las que corresponden? ¿Se instala en el carril de la izquierda aunque vaya despacio, obligando a los demás a pasarlo por la derecha? ¿Maltrata a sus empleados o a sus compañeros de trabajo cuando está de mal humor? ¿Invade la vereda con su auto o con construcciones ilegales, molestando a los que pasan con todo derecho por la vereda? ¿Tapa la patente con una cinta roja para evitar las multas? ¿Usa el barbijo para protegerse la papada o abajo de la nariz? ¿Le miente a su mujer, a su marido, a sus hijos, a sus padres, a sus amigos? ¿Se friega en sus vecinos con ruidos molestos, invadiendo su propiedad, su descanso o su privacidad? ¿Cómo trata los lugares comunes de su edificio? ¿Cómo se comporta con los sitios públicos de la ciudad? ¿Usa la calle de basurero tirando desperdicios desde la ventanilla de su auto o desde donde decide desprenderse de lo que ya no le sirve?
Si se aprovecha de los demás cuando está en una situación de poder, aunque sea mínima o de poco tiempo, usted en un tirano en potencia: el día que le toque gobernar va a hacer lo mismo con los demás, así que mejor empiece ahora y no espere momentos que no sabe si van a llegar. Tenga en cuenta que dar ejemplo y ser honestos –con nosotros mismos y con los que nos rodean– es el mejor modo que tenemos todos de evitar la corrupción.
No sirve para nada quejarse de la corrupción ajena si no hacemos algo que está en la mano de todos para evitarla en cosas mínimas y cuando todavía es posible cambiar la realidad.