Ya solo quedan dos meses para que demos la vuelta completa al calendario con la pandemia a cuestas. Hemos pasado pascua y navidad encerrados, pero no nos hemos librado todavía del carnaval. No digo del carnaval de cuatro días, que es como debe ser, sino del eterno carnaval argentino, que va más o menos desde navidad hasta pascua. Apenas se apagan las luces de los adornos de navidad, empiezan a flamear las plumas de los corsos que terminan ajadas y descoloridas casi en semana santa.
Todo depende de la luna, ya que es ella y no el sol quien rige las fechas del carnaval. Y según los datos del calendario lunar, este año el miércoles de ceniza cae el 17 de febrero porque el domingo de pascua cae el 4 de abril. Por eso este año el carnaval auténtico, el de verdad, toca del sábado 13 al martes 16 de febrero; ahí están los cuatro días locos, ni uno más ni uno menos, que es la esencia del carnaval: locura concentrada y no sobrecarga alargada y aburrida.
La culpa la tuvo una ley que borró de un plumazo los feriados del carnaval por unos cuantos años. Fue así como se perdieron en el almanaque esos cuatro días locos que había que pasar en medio del verano, porque nadie sabía cuándo empezaban ni cuándo terminaban. Se volvió una fiesta flotante en el calendario, sin principio ni final definidos. Ahora imagínese que pase lo mismo con la navidad: que alguien decrete que debe durar seis meses (no crea que estamos tan lejos de que se vote una cosa así). También podemos establecer desde ahora doce días de la madre por año, uno cada mes, seguros de que se lo merece. O empezamos a alargar las fiestas de los casamientos hasta que duren una semana entera... Estaríamos aguando la navidad, el día de la madre y también los casamientos... bueno y cualquier fiesta o juego que se alargue, porque todo tiene su tiempo, hasta la vida misma, tal como le retrucó Ulises a Calipso cuando quiso convertirlo en inmortal.
Algo parecido pasa con la estudiantina, la fiesta algo carnavalesca que entretiene a los secundarios de Posadas y de otras ciudades de la provincia entre julio y octubre. En 2020 se cumplieron 70 años desde la primera de todas, que desfiló por las calles del centro de Posadas el 21 de septiembre de 1950. Los memoriosos recuerdan que fue una sola noche y había tanto público que las carrozas no podían entrar en la plaza 9 de Julio. Empezó como un festejo del día del estudiante, que coincide con el de la primavera. Ese día no hay clases y los estudiantes lo celebran como más les guste. Todo bien, pero desde 1950 a nuestros días la estudiantina ha ido agregando días, himnos, ritmos, espectáculos, instrumentos y colegios. Cada tanto se agregan días de ensayos, desfiles, comparsas, shows... hasta ocupar gran parte del año lectivo: empieza cuando terminan la vacaciones de invierno y terminan un mes antes de que acaben las clases. Mucho mejor sería volver a concentrar la estudiantina en el 21 de septiembre y también volver a estudiar. Ganará en emoción, en diversión y también en impacto sobre la población, pero sobre todo enseñará a los estudiantes algo tan fundamental como aprovechar del tiempo en cosas más útiles para la vida que les espera.
Ogni bel gioco dura poco dice un refrán italiano que me recordaban ayer, parecido al
ludus bonus non sit nimius de los romanos. Todo buen juego debe durar poco, porque cuando la diversión se alarga, se vuelve tediosa y pesada, agota a los protagonistas y también al público. Al paso que vamos, la estudiantina seguirá avanzando sobre el ciclo lectivo y aburrirá a todo el mundo, empezando por los mismos protagonistas; hace tiempo que hay mucho menos público que chicos en las comparsas.
Después no nos quejemos cuando al terminar la secundaria nuestros estudiantes sepan tocar el tambor y bailar lindos pasos, pero sean incapaces de aguantar el ritmo de estudio de cualquier universidad argentina.