A la expedición de Solís la mandó Fernando el Católico en 1515 con el fin de buscar un paso al océano que le tocó casi completo a España en el reparto de Tordesillas. Y fue su nieto, Carlos I, el que envió a Fernando de Magallanes en 1519 tras el fracaso de Solís. Una tercera expedición –comandada por un desertor de la de Magallanes– fue a buscar el paso por el norte en 1524. Y cuando ya no quedaban dudas de que el único paso posible quedaba en el traste del mundo, el emperador mandó a estudiar la posibilidad de hacer un tajo en el istmo de Panamá. El decreto está fechado el 20 de febrero de 1534. Dicen que dijo el emperador de medio mundo que quien lo consiga sería el del mundo entero. El gobernador de Panamá recorrió el istmo en su parte más angosta, la de los lagos, y llegó a la conclusión de que ni todo el oro del mundo alcanzaba para esa obra y así se lo comunicó al emperador. El canal se inauguró en 1914.
En febrero de 1516, Solís, cinco soldados y un grumete andaluz que se llamaba Francisco del Puerto, bajaron a tierra en la costa uruguaya, cerca de la desembocadura del río Santa Lucía. Allí fueron muertos a flechazos, descuartizados, asados y comidos por los guaraníes, que dejaron vivo al grumete porque aquellos indígenas se comían a sus enemigos para quedarse con su fuerza y no para saciar el hambre.
En febrero de 1516, Solís, cinco soldados y un grumete andaluz que se llamaba Francisco del Puerto, bajaron a tierra en la costa uruguaya, cerca de la desembocadura del río Santa Lucía. Allí fueron muertos a flechazos, descuartizados, asados y comidos por los guaraníes, que dejaron vivo al grumete porque aquellos indígenas se comían a sus enemigos para quedarse con su fuerza y no para saciar el hambre.
Del Puerto vivió doce años entre los guaraníes, hasta que en 1527 lo encuentra la expedición de Sebastián Caboto haciendo aspavientos con sus brazos desde la costa. El grumete devenido en lenguaraz no se cansó de trabajarle los tímpanos a Caboto con las historias de sobremesa de los guaraníes que hablaban de un reino lleno de oro y plata al que se llegaba remontando el río. Caboto subió urgente por el Paraná y llegó por lo menos a los rápidos de Apipé, hasta que se convenció de que el Paraná no lo llevaba a donde querían ir, entonces volvió hasta Paso de la Patria para subir por el Paraguay. No encontraron nada, pero las historias de Francisco del Puerto siguieron alimentando la ambición de una expedición tras otra. A ellas les debemos tanta plata en nuestra toponimia y hasta el nombre de nuestra patria.
Decían sus propios marineros que Juan Díaz de Solís era un excelente navegante pero un pésimo capitán y su muerte absurda no es más que la comprobación de esa realidad. Lo mismo se decía de Fernando de Magallanes, el descubridor del estrecho que llamó de Todos los Santos porque fue el 1 de noviembre de 1520 el día que encontraron la conexión con el Pacífico. Los dos y otros tantos eran capaces de capear las peores tormentas sin inmutarse, pero incapaces de conseguir que sus subordinados les hicieran caso.
Los tripulantes de los cinco barcos de la flota de Magallanes eran por lo menos de diez nacionalidades distintas. Todos aventureros que no sabían vivir de otro modo, tanto que se salvaban de un naufragio y volvían a subirse a un barco al día siguiente. En cuanto salieron de Sevilla, en agosto de 1519, empezaron a cuestionar las órdenes del capitán por autoritario y caprichoso. El primer intento de motín lo conjuró Magallanes el 1 de abril de 1520 en la Patagonia, pero tuvo que ajusticiar a un par y dejar en una islita perdida a otro par. Juan Sebastián Elcano también conspiró y se salvó de milagro. Y por suerte, porque Magallanes murió por un error de mal capitán en las actuales Filipinas y sin Elcano esa expedición hubiera quedado zangoloteando por las dulzonas islas de las Especias en lugar de dar la vuelta al mundo por primera vez.
Decían sus propios marineros que Juan Díaz de Solís era un excelente navegante pero un pésimo capitán y su muerte absurda no es más que la comprobación de esa realidad. Lo mismo se decía de Fernando de Magallanes, el descubridor del estrecho que llamó de Todos los Santos porque fue el 1 de noviembre de 1520 el día que encontraron la conexión con el Pacífico. Los dos y otros tantos eran capaces de capear las peores tormentas sin inmutarse, pero incapaces de conseguir que sus subordinados les hicieran caso.
Los tripulantes de los cinco barcos de la flota de Magallanes eran por lo menos de diez nacionalidades distintas. Todos aventureros que no sabían vivir de otro modo, tanto que se salvaban de un naufragio y volvían a subirse a un barco al día siguiente. En cuanto salieron de Sevilla, en agosto de 1519, empezaron a cuestionar las órdenes del capitán por autoritario y caprichoso. El primer intento de motín lo conjuró Magallanes el 1 de abril de 1520 en la Patagonia, pero tuvo que ajusticiar a un par y dejar en una islita perdida a otro par. Juan Sebastián Elcano también conspiró y se salvó de milagro. Y por suerte, porque Magallanes murió por un error de mal capitán en las actuales Filipinas y sin Elcano esa expedición hubiera quedado zangoloteando por las dulzonas islas de las Especias en lugar de dar la vuelta al mundo por primera vez.
Esteban Gómez lo traicionó aquel 1 de noviembre: cuando supieron que habían encontrado lo que buscaban, desertó con la nave más grande de la flota para adjudicarse el descubrimiento. Volvió a España, donde lo metieron preso, pero lo liberaron cuando llegó su amigo Elcano de la vuelta al mundo; fue entonces cuando el emperador le encarga buscar el paso por la costa de América del Norte, pero por esa ruta solo consiguió morirse de frío. Si sería testarudo don Gómez que en 1535 volvió al sur, esta vez con la expedición de Pedro Mendoza. Cuatro años después lo mataron los guaraníes en una playa del río Paraguay.
Ocurre en el fútbol, en la política y en cualquier empresa humana. El mejor jugador no tiene porque ser el mejor capitán, pero le damos ese cargo como un honor... y ese día perdemos al mejor jugador y tampoco tenemos capitán.
Ocurre en el fútbol, en la política y en cualquier empresa humana. El mejor jugador no tiene porque ser el mejor capitán, pero le damos ese cargo como un honor... y ese día perdemos al mejor jugador y tampoco tenemos capitán.