No fue tan así. El fuego se ensañó con la estructura de madera que sostenía el techo, por encima de la estructura de piedra de los arcos góticos internos. Se derrumbó el techo del crucero, justo debajo de la aguja que lo coronaba. El resto de la estructura de piedra se mantiene casi intacto y la catedral se podrá reconstruir desde allí si es que no se han debilitado sus sillares, columnas y arbotantes. No es la primera catedral que se incendia ni será la última. Sin ir más lejos la de San Pablo de Londres (hoy barroca y anglicana) está construida sobre las cenizas de la gótica que había allí mismo y de la que no quedó nada en el gran incendio de 1666. Ya sabe que podemos admirar muchas catedrales, monasterios, castillos y palacios de Europa precisamente porque sucumbieron a bombardeos, incendios o terremotos y fueron reconstruidos una y otra vez, entre ellos la catedral gótica de Amberes, el monasterio de Montecasino, el Alcázar de Toledo o la Gran Place de Bruselas.
El incendio de Notre Dame es una prueba cabal de que las catedrales también se prenden fuego, como las casas, el papel de diario y la leña para el asado. Es física pura y la naturaleza actuando. Pensar que el incendio de Notre Dame anuncia el fin de la civilización occidental o cosas por el estilo, solo puede salir de mentes afiebradas, pero eso no quiere decir que no tenga consecuencias o que provoque en las personas emociones y acciones que no se hubieran dado de no ocurrir el siniestro.
De hecho, fue sorprendente la reacción de todo el mundo en aquel momento: el fuego se estaba llevando una joya mundial y mientras avanzaba por el techo de la catedral teníamos la sensación de que el daño se volvía irreparable. Francia se unió como los hijos en el velorio de su madre. El presidente Macron habló dos veces, primero para contener a los franceses y agradecer a los bomberos y segundo para anunciar que no estaba dañada su estructura y que Notre Dame se reconstruiría en cinco años con dinero aportado por suscripción pública. Ahí nomás monsieur Pinault (el marido de Salma Hayek) puso en la alcancía 100 millones de dólares de los 30.500 que tiene en el bolsillo.
Quién sabe qué otras cosas puede producir en la gente el incendio de Notre Dame. El ataque a las torres gemelas les jorobó bastante la vida a los viajeros que desde entonces son vejados por guardias de cualquier uniforme en todos los aeropuertos del mundo; y les solucionó la vida a los fabricantes de escáneres de equipajes, que deberían tener en sus casas un retrato de Bin Laden para prenderle una vela de vez en cuando…
Ya se ve que se puede incendiar lo que sea. Solo es cuestión de fuego, aire y tiempo. Pero el incendio de la catedral de París me da pie para volver sobre una idea que debería estar muy presente entre los cristianos del siglo XXI: la Iglesia con mayúscula no es de piedra, ni de madera, ni de ladrillos y por tanto no le afecta que se incendie Notre Dame o que le pongan una bomba atómica a la basílica de San Pedro; el papa no se cansa de repetir que prefiere una Iglesia accidentada antes que una Iglesia enferma por el encierro; también insiste en la imagen de la Iglesia como un hospital de campaña que recibe heridos de la batalla, a los que sería inútil preguntar por el nivel del colesterol. Las iglesias, en cambio, sí son de piedra, de cemento o de madera, pero hace tiempo que se volvió anticuado el modelo medieval del cura que toca la campana y el pueblo que se congrega en su interior. Hoy, templo es también cada uno de los cristianos que andan tratando de ser mejores por estos mundos de Dios, los que llegan con sus heridas a cuestas a ese hospital de campaña y los médicos y enfermeros que los atienden como pueden. Y la Iglesia con mayúscula es la reunión de todos ellos.