10 de junio de 2019

Notre Dame


No recuerdo mayor repercusión de una noticia. No digo que no pueda haberla, solo que yo no la recuerdo, pero le aclaro que llevo años en esto. El incendio de la catedral medieval de Notre Dame de París está cabeza a cabeza con el ataque a las torres gemelas de Nueva York. Lo de las torres gemelas fue un shock mundial ante la violencia inaudita de los locos que convirtieron en misiles unos aviones repletos de gente. El incendio de Notre Dame, en cambio, apareció como una pérdida terrible del patrimonio de la Iglesia, de París, de Francia y de la humanidad.

No fue tan así. El fuego se ensañó con la estructura de madera que sostenía el techo, por encima de la estructura de piedra de los arcos góticos internos. Se derrumbó el techo del crucero, justo debajo de la aguja que lo coronaba. El resto de la estructura de piedra se mantiene casi intacto y la catedral se podrá reconstruir desde allí si es que no se han debilitado sus sillares, columnas y arbotantes. No es la primera catedral que se incendia ni será la última. Sin ir más lejos la de San Pablo de Londres (hoy barroca y anglicana) está construida sobre las cenizas de la gótica que había allí mismo y de la que no quedó nada en el gran incendio de 1666. Ya sabe que podemos admirar muchas catedrales, monasterios, castillos y palacios de Europa precisamente porque sucumbieron a bombardeos, incendios o terremotos y fueron reconstruidos una y otra vez, entre ellos la catedral gótica de Amberes, el monasterio de Montecasino, el Alcázar de Toledo o la Gran Place de Bruselas.

El incendio de Notre Dame es una prueba cabal de que las catedrales también se prenden fuego, como las casas, el papel de diario y la leña para el asado. Es física pura y la naturaleza actuando. Pensar que el incendio de Notre Dame anuncia el fin de la civilización occidental o cosas por el estilo, solo puede salir de mentes afiebradas, pero eso no quiere decir que no tenga consecuencias o que provoque en las personas emociones y acciones que no se hubieran dado de no ocurrir el siniestro.

De hecho, fue sorprendente la reacción de todo el mundo en aquel momento: el fuego se estaba llevando una joya mundial y mientras avanzaba por el techo de la catedral teníamos la sensación de que el daño se volvía irreparable. Francia se unió como los hijos en el velorio de su madre. El presidente Macron habló dos veces, primero para contener a los franceses y agradecer a los bomberos y segundo para anunciar que no estaba dañada su estructura y que Notre Dame se reconstruiría en cinco años con dinero aportado por suscripción pública. Ahí nomás monsieur Pinault (el marido de Salma Hayek) puso en la alcancía 100 millones de dólares de los 30.500 que tiene en el bolsillo.

Quién sabe qué otras cosas puede producir en la gente el incendio de Notre Dame. El ataque a las torres gemelas les jorobó bastante la vida a los viajeros que desde entonces son vejados por guardias de cualquier uniforme en todos los aeropuertos del mundo; y les solucionó la vida a los fabricantes de escáneres de equipajes, que deberían tener en sus casas un retrato de Bin Laden para prenderle una vela de vez en cuando…

Ya se ve que se puede incendiar lo que sea. Solo es cuestión de fuego, aire y tiempo. Pero el incendio de la catedral de París me da pie para volver sobre una idea que debería estar muy presente entre los cristianos del siglo XXI: la Iglesia con mayúscula no es de piedra, ni de madera, ni de ladrillos y por tanto no le afecta que se incendie Notre Dame o que le pongan una bomba atómica a la basílica de San Pedro; el papa no se cansa de repetir que prefiere una Iglesia accidentada antes que una Iglesia enferma por el encierro; también insiste en la imagen de la Iglesia como un hospital de campaña que recibe heridos de la batalla, a los que sería inútil preguntar por el nivel del colesterol. Las iglesias, en cambio, sí son de piedra, de cemento o de madera, pero hace tiempo que se volvió anticuado el modelo medieval del cura que toca la campana y el pueblo que se congrega en su interior. Hoy, templo es también cada uno de los cristianos que andan tratando de ser mejores por estos mundos de Dios, los que llegan con sus heridas a cuestas a ese hospital de campaña y los médicos y enfermeros que los atienden como pueden. Y la Iglesia con mayúscula es la reunión de todos ellos.

Los idiotas de la tierra plana


Durante la primera semana de marzo de 2019 se reunieron en un quincho de la ciudad de Colón (provincia de Buenos Aires), unas 30 personas que creen que la tierra es plana. Había unos cuantos argentinos a los que hay que sumar dos catalanes, un chileno y un paraguayo. Lo del quincho no es un chiste: el lugar de la reunión fue el cobertizo para asados de un club de la localidad. En las fotos más panorámicas de la reunión aparecen no más de 30 personas, entre las que hay que contar algunos periodistas que inexplicablemente fueron a cubrir esta tontería. Es que en esos días la reunión de los terraplanistas salía en todos los canales de televisión de Buenos Aires y en todos los diarios y programas de radio. Lo curioso es que ninguno de los periodistas decía que son cuatro gatos afiebrados convencidos de que desde la época de Ptolomeo hay un inmenso complot internacional para engañarnos a todos y son falsos hasta los eclipses. Los periodistas asistieron a la reunión y tomaron entrevistas como si se tratara de un congreso de cardiología. No importa ahora rebatir los argumentos estúpidos de los terraplanistas porque intentarlo nos pondría a su altura, como se pusieron los periodistas y los medios que dedicaron espacio y tiempo a esta imbecilidad.

Casi al mismo tiempo el periodismo mundial dio otra noticia, esta vez muy seria, de la primera fotografía de un agujero negro del espacio: un lugar del universo con tal concentración de materia que produce una gravedad extrema, casi infinita, capaz de chuparse como un inmenso inodoro todo lo que hay cerca: galaxias, planetas, estrellas… hasta la luz. No me pida más explicaciones, sólo el consuelo de que no hay ninguna posibilidad de que la tierra caiga en uno de esos inodoros del hiperespacio durante los próximos 4.000 millones de años.

Si comparamos la tierra y nuestra existencia con el resto del universo, somos apenas una pizca de polvo de esas que solo vemos porque reflejan la luz de la ventana. La tierra y el sistema solar no son nada comparados con todo el universo y estamos lejísimos todavía de saber siquiera hasta dónde llega. Sabemos que está en expansión si aceptamos el big bang, que es la más probable de todas las teorías que han intentado explicar de dónde viene el universo, con el vértigo de saber que alguien tiene que haber provocado esa explosión de una partícula ínfima donde estaba contenida toda la materia. Los científicos calculan que esto ocurrió hace unos 13.800 millones de años y también calculan que en algún momento el universo dejará de expandirse para volver a reunirse y llegar al punto primigenio del que surgió. Los locos que se reunieron en Colón aparecen a cada rato en la historia. Son gente que no puede concebir que pasen cosas importantes sin que estén ellos presentes. Siempre, en todas las generaciones, hubo quienes predijeron la cercanía del fin del mundo, igual que habrá gente que sostenga estupideces con tal de aparecer en los medios y ser protagonista. Esos son los terraplanistas de hoy en día, pero hay cientos de nombres para la imbecilidad humana a lo largo de la historia. No vale la pena ni mencionarlos... aunque yo mismo esté cayendo ahora en la trampa de los ególatras que no pueden vivir sin llamar la atención de sus congéneres con cualquier estupidez.

Justo en Colón y también en el año en que se conmemoran los cinco siglos de la gesta de Hernando de Magallanes, Juan Sebastián Elcano y los valientes navegantes que el 10 de agosto de 1519 zarparon de Sevilla en cinco naves para dar la vuelta al mundo. Lo lograron 18 de los 239 tripulantes que zarparon. Sabían ya de sobra que la tierra era una esfera y conocían de latitudes y longitudes como para no perderse: salieron a buscar un paso entre lo que hoy llamamos Atlántico y Pacífico, para llegar a las islas de las especias por el lado español del tratado de Tordesillas que dividía en dos el planeta. Pero el viaje resultó más largo y penoso de lo que se imaginaban, así que decidieron volver desde las actuales Filipinas por el camino más conocido, aunque tuvieran que hacerlo escapando de los portugueses. Llegaron de vuelta a Sevilla el 8 de septiembre de 1522, gracias a la suerte, al dulce de membrillo y al clavo de olor. Fue así como estos héroes del siglo XVI dieron por primera vez la vuelta entera a la redondez de la tierra.