2 de mayo de 2019

La igualdad desigual de los sexos

Hace apenas 50 años el teléfono se usaba para hablar con alguien que estaba lejos. Nos mandábamos cartas en sobres que era un placer rasgar. Las noticias estaban en los diarios y García Márquez era periodista. Los carros eran aparatos de gimnasio y por eso conducían los varones. Había mapas, enciclopedias y diccionarios. Para tomar una foto había que aprender a manejar una máquina complicada y mandar la película a un laboratorio para conseguir las escasas copias que salían bien. Viajábamos en avión vestidos para un cóctel y nos trataban como reyes. Conversábamos, leíamos libros y a veces intentábamos ver alguna imagen bastante borrosa en unos televisores diminutos y redondeados. En mis colegios (fui a tres, entre privados y públicos) no había mujeres; ni alumnas, ni profesoras, ni maestras, ni nada femenino. Cuando empecé a trabajar de periodista solo había una mujer en el periódico: la que hacía las notas sociales. Ir a trabajar era cosa de varones y lo hacían para llevarle dinero a sus mujeres, que también trabajaban, pero en sus casas. A las fiestas los varones iban de negro para que las mujeres pudieran lucir su belleza celestial. Hace 50 años las mujeres eran diosas a quienes los varones adorábamos…


Pero un día decidieron ser mortales. Empezaron a emular a los varones hasta hacer todo lo que ellos hacían y mostraron que lo podían hacer mejor. Primero llenaron la universidad, después llegaron a las fuerzas armadas y de seguridad. Fueron tenientes, capitanes y coroneles, también generales, almirantes y embajadores. Cirujanas, prefectas, juezas, ministras y presidentas, diputadas y senadoras, taxistas y saloneras de restaurante y barrenderas y basureras y plomeras y albañiles… Humanizaron el mundo de la medicina, de la política, de las armas, de todas las profesiones, en un mundo que hasta hace apenas 50 años era dominado por machos marcando territorio. No hubo deporte en que no se metieran, hasta el rugby, el boxeo, la halterofilia y las artes marciales… y si todavía participamos en categorías distintas debe ser para defender a los varones.

Falta mucho todavía porque esto ocurre sólo en la parte judeo-cristiana del planeta: la mayoría de la humanidad, que vive en grandes extensiones superpobladas de Asia y África, todavía considera a las mujeres como inferiores a los varones, quizá porque no leyó los primeros capítulos del Génesis, cuando el Creador fue de lo más imperfecto a lo más perfecto y coronó su obra con la mujer.

Nadie conoce el futuro. No podemos saber cómo va a ser dentro de otros 50 años, pero de este lado del mundo todos esperamos que sea igualitario. Si en las edades más lamentables de la historia los varones nos impusimos a las mujeres, habrá sido por los mecanismos sociales de la evolución y por errores colectivos que no vale la pena juzgar porque lo haríamos con parámetros distintos a los de la época en que ocurrieron.

La igualdad entre mujeres y varones debería conseguir un mundo para varones y mujeres sin ninguna discriminación. Pero volveríamos irremediablemente a la época de las cavernas si, para ser iguales, las mujeres decidieran parecerse a los varones.