Las palabras cambian de sentido con el tiempo, se inventan nuevas y otras se dejan de usar. No hablamos como nuestros abuelos y ellos tampoco hablaban como los suyos; y cuando una lengua se deja de hablar, se muere. Pueden quedar las reglas y los diccionarios, pero no la evolución de ese idioma: se congela en el tiempo y servirá solo para decir cosas que no cambian nunca: esa es la razón por la que a las religiones, a las leyes y a las ciencias les gustan las lenguas muertas. Las lenguas vivas, en cambio, evolucionan con el tiempo y con la geografía, tanto que a la vez que mueren algunas, otras nacen. Los idiomas son como las especies: unas evolucionan y otras se extinguen, algo bastante lógico por ser el resultado de convenciones constantes entre seres vivos, que también evolucionan o se extinguen.
Pretender cambiar el sentido de las palabras o inventarse nuevos términos es crear una especia de la nada, como un animal de tres cabezas (una quimera). Mucho peor si se lo intenta desde el poder: George Orwell lo explica en el epílogo de 1984, la novela escrita en 1949 sobre un mundo futuro, gobernado tiránicamente por el Hermano Mayor. En el ecosistema imaginado por Orwell la guerra es la paz, la libertad es esclavitud y la ignorancia es el poder. Piensa el tirano que si cuando decimos libertad pensamos esclavitud, ya nadie querrá ser libre…
El castellano es una de las lenguas más habladas del mundo y por tanto la que menos peligro corre. Pero además la globalización está evitando la formación de nuevos idiomas, a la vez que provoca la muerte de los que menos se hablan, así que todo parece indicar que en el futuro habrá menos idiomas pero más hablados.
La historia tiene sus sorpresas y todo puede volver al primer casillero por un error al apretar un botón en el ascensor del Pentágono, así que la evolución es impredecible, también la de los idiomas. Lo que sí es previsible es el fracaso de cualquier intento de crear un lenguaje como el que llaman inclusivo. Quiero decir que por más que algunos se propongan decir todos solo para los varones, todas solo para las mujeres y todes para incluir a los varones y las mujeres, eso no va a funcionar mientras quienes lo intenten sigan siendo cuatro gatos trasnochados que creen que la igualdad de los sexos depende de las palabras.
En castellano el masculino incluye a los varones, pero también a los varones y a las mujeres en los sustantivos colectivos y en los plurales. Si digo la palabra ciudadanos puedo estar refiriéndome solo a varones o también a varones y mujeres; y si digo ciudadanas solo estoy hablando de mujeres. El problema de hablar o escribir en lenguaje inclusivo es que una vez que empezamos no podemos salir de la regla, y esa regla –dice la Real Academia– es imposible de cumplir. Si decimos “buenos días a todos y a todas” o “buenos días a todes” ya no podremos equivocarnos porque cada vez que digamos ciudadanos, o enfermos, o dentistas, o periodistas… nos estaremos refiriendo solo a un género y no a los dos; y cuando digamos animales o estudiantes estaremos incluyendo, seguramente sin pretenderlo, a los machos y las hembras, los varones y las mujeres.
Lo sorprendente de esta pretensión es que quienes la sostienen piensen que la a es femenina y la o masculina, y todavía más grave es que crean que la e es neutra y plural. Minusvaloran lo femenino quienes lo reducen a una letra. También el masculino, pero lamento comprobar que lo promueve un feminismo que cree que la igualdad consiste en parecerse a los varones.
La igualdad es una realidad muchísimo más importante que la a o la o, y en todo caso el modo de hablar deberá ser el que resulte de la evolución de esa igualdad y no al revés. La jueza no es más igual por no llamarse juez y el juez no es desigual por no llamarse juezo. La fiscal no es más igual por llamarse fiscala, ni la concejal por llamarse concejala, del mismo modo que no decimos fiscalos a los varones que ejercen ese cargo, ni criminalas a las mujeres que cometen crímenes… y podemos seguir así hasta el infinito.