14 de enero de 2019
La juntada anual de la SIP
Había decidido no ir. Ni en broma iba a gastar tiempo y dinero en asistir este año a la Asamblea Anual de la Sociedad Interamericana de la Prensa. Y el razonamiento era más o menos así: Voy a ver a los vejetes que hablan de las mismas cosas hace 75 años; unos veteranos que se desviven por la política interna de una asociación internacional de medios y periodistas, que intrigan por el poder efímero de la SIP como si estuvieran en el senado del imperio romano. Si a mí no me interesa nada esa política, ni ocupar esos cargos, ni tampoco elegirlos...
Pero fui, porque después de estas razonadas intelectuales aparecen las sentimentales, que al final pesan más que la sobrecarga de los veteranos hablando de lo mismo hace 75 años. La verdad es que tenía ganas de verlos porque resulta que son mis amigos. Será que ya soy veterano (mi periódico en la Argentina tiene casi 20 años más que la SIP y ha participado en gran parte de sus asambleas) y que al fin y al cabo me divierte pasar unos días de simpática camaradería con colegas de todo el continente, desde el estrecho de Bering hasta el canal de Beagle. Así que me fui a la ciudad de Salta, en el noroeste de la Argentina, un fin de semana con su viernes y su lunes.
Está claro que no me atraen las discusiones repetidas sobre el estado de la libertad de prensa en las Américas: informes país por país, algunos para celebrar y otros para lamentarse. Ni me atrae la política apolillada del asociacionismo. Tampoco me atraen los paneles y talleres sobre periodismo o tecnologías: nada que no sepamos… Eso es lo aburrido, lo de casi siempre.
Lo realmente bueno es la juntada de los amigos. Para que se entienda, la asamblea anual de la SIP es como un casamiento de cuatro días. El viernes cenamos en el patio del convento de San Francisco después de una función de la orquesta sinfónica de Salta, que tocó para nosotros. El almuerzo del sábado llegó con cata de vinos de los valles calchaquíes y cenamos –invitados por el gobernador y su linda mujer– en el club que conmemora la batalla de Salta y que para celebrarlo organiza un baile que se repite cada 20 de febrero hace 205 años. El domingo almorzamos en el Hotel Sheraton y cenamos en el antiguo cabildo de la ciudad, invitados esta vez por el intendente. El lunes ya estábamos agotados, pero igual todos nos animamos al fin de fiesta con el Presidente de la Nación y un asado monumental en el Salta Polo Club que terminó a las seis de la tarde…
Todos los años es lo mismo: digo que no voy y después voy. Pasa que empezamos a mandarnos mensajes entre nosotros: uno del Ecuador, otro de México y otro de Uruguay:
–¿Vas a la SIP?
Cuando faltan varios meses, la respuesta es parecida:
–No creo, tengo mucho trabajo, y va a ser lo mismo de siempre…
Pero cuando se acerca la fecha los mensajes cambian:
–Vamos, va a estar buena...
Y terminamos los mismos de siempre echando risas en la Juntada Anual de la SIP.