Salvo para los invitados que tenían que aportar un buen regalo, la boda real fue gratis para todo el mundo y el streaming andaba de diez. Es tal la popularidad de la corona británica que exprimen estos eventos al máximo porque saben que la aumentan, tanto que sus imágenes invaden todos los medios del mundo: es casi imposible sustraerse a la cantidad de material que llega a los medios, pero también al interés que despierta la magia de un matrimonio real en el siglo XXI. Y los que llevan la delantera no son los medios conservadores sino todo lo contrario: donde más explotan esos sueños es en la prensa popular, porque saben que el pueblo consume estas imágenes y estas historias como si fueran bananas con dulce de leche.
La monarquía puede parecer una antigüedad en el siglo XXI, pero no lo es. Tampoco es un resabio del autoritarismo de los monarcas que reinaron nuestra América durante todavía más años que las democracias republicanas: desde fines del siglo XV hasta principios del siglo XIX. Toda la independencia americana se gestó entre republicanos y monárquicos a quienes los próceres llamaban realistas: las guerras de nuestras independencias fueron entre americanos, que eran tan españoles como los virreyes que intentaban destronar. La independencia americana fue una reacción contra el despotismo de la corona española y no la necesidad de vivir libres de la autoridad materna. Y la última guerra contra una monarquía que pretendía expandirse a costa de nuestro territorio no fue contra España sino contra el Imperio del Brasil: por eso se llamaba Republicano el ejército que lo derrotó en Ituzaingó.
Hoy en el mundo hay 44 monarquías. El Reino Unido, España, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia, Noruega, Luxemburgo, Andorra, Mónaco y el Vaticano están en Europa y son de los países más avanzados del planeta. Entre los países más ricos de Asia hay trece monarquías, de las que nueve son constitucionales y cuatro absolutas. Y en África quedan Marruecos, Lesoto y Suazilandia. Tonga es la única de Oceanía. Todo eso sin contar otros catorce países que reconocen al monarca del Reino Unido como su rey, entre los que están Canadá, Nueva Zelanda y Australia. En total suman 58 países los que en pleno siglo XXI reconocen a un rey o a una reina como soberanos y no son los últimos de la lista, sino que están entreverados entre los primeros.
Aunque quedan algunas monarquías absolutas, son las menos. También hay un par de monarquías electivas, como era electivo el trono del Sacro Imperio en la época de Carlos V. Las constitucionales son perfectamente compatibles con la democracia porque sus monarcas, con más o menos atribuciones, son los jefes del estado y no del gobierno. Y el gobierno sí que se rige por una constitución y unas leyes democráticas. Por eso los reyes constitucionales son más parecidos al himno o la bandera: símbolos patrios que hablan y sienten. Lo que nos choca en nuestra cultura igualitaria es que esa condición se rija por las leyes de la herencia. Por eso es curiosos que no nos choque el estilo dinástico de algunos gobiernos que se declaran muy democráticos y republicanos pero se instalan para siempre en el poder o se suceden en el gobierno entre maridos y mujeres, padres e hijos y hermanos entre sí. No hay que ir a Europa ni a una isla perdida del Pacífico para comprobarlo: basta acercarse hoy a las provincias de Santiago del Estero o San Luis en la Argentina, o hace pocos años a la Casa Rosada de Buenos Aires, donde dos presidentes fueron sucedidos por sus esposas. Y no le digo nada si repasamos los municipios de toda la Argentina, o los sindicatos...
No nos pongamos tan republicanos o modernos con las monarquías que subsisten en el mundo: casi todas ellas son bastante más modernas y democráticas que nosotros. Y si miramos para adentro vamos a ver que estamos rodeados de verdaderas monarquías absolutas enquistadas en una república que se declara muy democrática. Para que tengan magia quizá haya que ponerles corona y celebrar sus bodas como si fueran la del príncipe Harry y Meghan Markle.