A pesar de ser obligación, en la Argentina vota el 70% del padrón electoral. Quiere decir que aunque la ley establezca la obligatoriedad, de hecho no es obligación. Votar en la Argentina es más un derecho que un deber; un deber cívico sin consecuencias reales, ya que aunque las sanciones están previstas, nadie las aplica. Ni en Cuba ni el los Estados Unidos es obligación votar Unidos, pero los gringos votan un martes, laborable como cualquiera del año.
También puede ocurrir que los que no votan en la Argentina no voten por retobados: porque los obligan a votar. Habría que probar con el voto optativo para saber si sube o baja la cantidad de votantes. Sea lo que sea, la costumbre es una fuente del derecho, por eso las leyes se devalúan cuando la gente deja de cumplirlas sin consecuencias y eso es lo que pasa con la obligatoriedad del voto en la Argentina, sancionada por la llamada Ley Sáenz Peña en 1912, un poco después de la Edad Media.
Además del voto obligatorio, el Código Electoral establece la Ley Seca. Resulta que no se puede tomar alcohol "desde doce horas antes de iniciado el comicio hasta tres horas después de finalizado", dice la ley, pero está claro que el estado paternalista no quiere que nos emborrachemos justo cuando hay que elegir autoridades.
Es tenebroso que el Estado crea que todos somos unos borrachines en potencia, gente sin voluntad, y que por tanto es mejor evitar la venta de bebidas alcohólicas para evitar que nos emborrachemos y votemos cualquier cosa o nos desgobernemos y se nos dé por la batahola justo en el día de elecciones. Y si supone eso, también supone que los otros días del año podemos emborracharnos y armar grescas donde se nos ocurra: es decir que el problema no es la ebriedad, el desgobierno o las bataholas que afecten al resto de los ciudadanos sino sólo cuando afectan a las elecciones. Los que redactaron esa ley debían pensar que somos un pueblo de retardados mentales.
Está prohibido el expendio de bebidas alcohólicas y no su consumo. Es decir que puede tomar alcohol en su casa pero no en el bar o el restaurante, que además estará cerrado. La noche anterior a cualquier domingo de elecciones es un delito expender alcohol en bares y restaurantes en el país que declaró al vino su bebida nacional.
Los argentinos somos así: cuando nos obligan a votar se nos van las ganas de hacerlo y cuando nos prohíben el alcohol nos dan más ganas de tomarlo. Deberíamos probar a ver qué pasa si vamos a votar todos borrachos: quizá ese día elegimos a los que nos saquen de la decadencia.