6 de marzo de 2017
Carnaval desparramado
Le dije a un amigo que nos veíamos después de Carnaval y quedó loco porque no se le ocurría cuándo sería. Le tuve que aclarar que este año Carnaval cae el 27 y 28 de febrero, así que después de Carnaval es marzo. Pero mi amigo quedó loco porque para él el Carnaval dura un tiempo indeterminado que va desde que sacamos el arbolito de Navidad hasta que empieza a llegar el otoño y la Semana Santa.
No le voy a seguir contando el diálogo con mi amigo, solo quiero volver sobre la esencia del Carnaval: cuatro días locos en los que todo se trastoca, todo se hace al revés o todo vale, desde mojarse mutuamente por las calles a bailar con máscaras para que no sepan quiénes somos y así poder encarar las tropelías más audaces, casi siempre con el otro sexo.
Cuatro días locos son cuatro días locos, ni uno más ni uno menos. Porque si en lugar de cuatro los días locos son 40 o 50 la locura pasa a ser parte de la normalidad y el Carnaval se lleva el 20% del año.
Algo pasó cuando un gobierno de esos que tuvimos hace años decidió suprimir el Carnaval. Les parecía que había demasiados feriados así que anularon de un plumazo unos cuantos, entre ellos el de Carnaval, que es un feriado XXL en un buen momento del año, cuarenta días antes de la Semana Santa que cae siempre, siempre, siempre, en la primera luna llena de otoño (de primavera en el hemisferio norte). Por eso, por culpa de los caprichos de la luna, el Carnaval cambia cada año de fechas, unas veces más temprano y otras más tarde.
Los que se cargaron al Carnaval no pensaron que pasaría lo que pasa en estos casos: la gente se fregó en su decisión y siguió con el Carnaval, pero ya no había feriados para orientarse, así que el Carnaval se salió de madre y se desparramó por gran parte del verano y ahora resulta que no hay modo de volver a ponerlo en su cauce –en sus cuatro días locos– en el país que todo el año quiere carnaval.
Además de desparramarse el Carnaval se devaluó: no hay cuerpo que aguante tanta comparsa ni disfraz que se lo banque. Hasta lo efímero del Carnaval se vuelve en contra, porque una cosa es un disfraz para cuatro días y otra uno para dos meses de murga ininterrumpida. Entonces terminan desfilando con los trajes raídos, en comparsas alargadas y carrozas desvencijadas por avenidas o corsódromos mal iluminados. Imitan los carnavales de Río de Janeiro pero no imitan justo lo más importante: duran cuatro días exactos que son los cuatro días de locura que vale la pena vivir alguna vez en la vida, por la locura y por Río de Janeiro.
Los corsódromos son otra historia de la pavada del Carnaval. La ciudad de Río de Janeiro construyó en 1984 el Sambódormo Marqués de Sapucaí y luego, como para no ser menos, lo imitaron hasta en el último pueblo de Corrientes y de Entre Ríos. También en Paraguay y especialmente en Encarnación. Una lástima de construcción inútil gran parte del año, pero como ya la tenemos resulta que hay que amortizarla con carnavales largos y tendidos.
Hay corsódromos de sobra en todas las ciudades: basta con cortar por cuatro días una avenida o una plaza, cosa que hacen a cada rato y para cualquier nimiedad. También se puede ocupar un estadio, el autódromo o el hipódromo de la ciudad que ya tiene el dromo incorporado. Inexplicablemente resulta que hacemos corsódromos para Carnaval pero no hacemos manifestódromos, desfilódromos, piquetódromos, procesionódromos, rockódromos y otros dromos por el estilo. En Río de Janeiro no encierran el Carnaval en el sambódromo porque el Carnaval es mucho más que los corsos; toda la ciudad está de carnaval, precisamente por ser cuatro días locos: si fueran más, ni se enterarían.
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