8 de mayo de 2016
Crecer de golpe
El terremoto del Ecuador de 7,8 grados que mató a unas 650 personas en la zona de Manabí y Esmeraldas el 16 de abril de 2016, me recordó que olvidamos todo el tiempo que somos hormigas humanas. No hay datos certeros de terremotos más allá de unos 100 años; los anteriores solo se encuentran con arqueología y el más notable es el megaterremoto del 26 de enero de 1700 en la costa Oeste de Canadá. El más grande del que hay registro certero es el de Valdivia del 22 de mayo 1960, que tuvo una intensidad de 9,5 y duró una eternidad: diez minutos. Luego el mar se retiró dos veces y otras tres volvió en forma de tsunami devastador. En Hawai murieron 61 personas por efecto del maremoto inverso y los muertos de Chile fueron unos 1.600, casi todos ellos por efecto de las olas de hasta diez metros que arrasaron la costa.
Los terremotos se producen por el movimiento de las placas tectónicas que forman la corteza terrestre. Todo el océano Pacífico está rodeado de lo que se llama el Anillo de Fuego, y en la falla de este lado la placa del Pacífico se mete debajo de todo el continente americano, desde Alaska a Tierra del Fuego. Hace quichicientos millones de años América del Sur estaba unida a África y desde entonces se va corriendo continuamente hacia el oeste. Ese movimiento provoca cientos de temblorcitos diarios que ni percibimos y cada tanto otros más fuertes que asustan un poco. Y después de unos años arma unos terremotos monumentales cuando las placas ceden a la presión contenida y se deslizan unos metros una sobre otra hasta que se vuelven a acomodar. Esa subducción de una placa sobre la otra, aparte de hacer de goma países enteros suma algunos centímetros al Aconcagua y corre unos metros nuestro continente hacia el oeste.
La escala de Richter con la que medimos los terremotos se calcula en el equivalente a toneladas de TNT y es geométrica: cada grado duplica el anterior. Antes se usaba la escala de Mercalli, que medía estándares más borrosos como el movimiento de las arañas o los platos que se caen de la estantería. La intensidad también se puede calcular por el tiempo que duran, así que cuanto más tiempo más fuerte y menos preparados estamos ya que si las construcciones antisísmicas se hicieran previendo el Padre De Todos Los Terremotos la mitad del mundo viviría en búnkers atómicos.
Los terremotos son un corte de laboratorio en la vida de las personas. Todos pueden recordar con facilidad lo que hacían en el preciso instante de uno de ellos porque la magnitud del fenómeno los sorprende con tal intensidad que evocan con detalle el momento exacto, tanto que podría tomarse una muestra colectiva para hacer una estadística perfecta de lo que hacían los ecuatorianos el sábado 16 de abril a las 18.58 o qué hacen con sus vidas los sábados cuando entra la noche. Algunos estarían en sus casas disfrutando tranquilamente de la tarde-noche del sábado, mientras que a otros el sismo los habrá sorprendido en casa ajena y quizá de trampa y en calzoncillos. Pero no seamos malpensados: muchos estarían también en misa a esa hora, como ocurrió en el de Haití de 2010; por suerte parece que las iglesias de la zona más afectada han resistido con daños menores. También hay quienes aprovechan la bolada y se escapan para siempre de sus fantasmas, de los lugares o las compañías con quienes no quieren estar o se hacen humo para que no los persigan los acreedores. También se escapan los presos de las cárceles agrietadas y se convierten en película. Y algunos bandidos infiltrados en las fuerzas de seguridad blanqueen muertos pendientes…
Todos los países que han sufrido grandes catástrofes también han aprovechado colectivamente la oportunidad. Lo ha demostrado la solidaridad infinita de los ecuatorianos que afloró como suele ocurrir en estos casos para desmentir a los detractores del proyecto humano: hay alguna gente mala que por entrar en las noticias parece mucha más de la que en realidad es, pero los buenos son la inmensísima mayoría de la población de nuestros países y todos estamos dispuestos a ayudar a nuestros semejantes sin más retribución que la alegría de hacerlo.
Esa fuerza colectiva despierta para mostrarnos cómo realmente somos. Los avaros se vuelven más avaros y los generosos –que son casi todos– dan lo que no tienen. Los egoístas se potencian y los que piensan en los demás también y por suerte les ganan por goleada. Así en lo que a usted le guste registrar y esa misma fuerza es la que despierta ánimos de superación en todo un país que convierte la crisis en superación y resurge con una potencia nueva. Diría que nos pasa colectivamente lo que a las personas de carne y hueso: las desgracias de la vida nos muestran de lo que somos capaces y nos hacen crecer de golpe. Es lo que estoy seguro pasará en el Ecuador antes de lo que pensamos.