8 de noviembre de 2015

El jacarandá de la calle Rioja


Un día de octubre cayó un jacarandá de buen tamaño en la calle La Rioja entre Rivadavia y Buenos Aires de Posadas. Había llovido casi toda la noche y se ve que el agua aflojó la tierra que sujetaba las raíces y el viento hizo el resto. Cayó entero, sin partirse, a las 11 de la mañana, sobre un Renault Clío y otros dos autos que sufrieron daños menores. Por suerte no lastimó a ninguna persona ni animal que podía pasar por allí en ese momento.

Rápidamente se presentaron los bomberos y luego los empleados municipales que –nunca mejor dicho– hicieron leña del árbol caído para restablecer el tránsito y recuperar los autos que habían quedado debajo del tronco y de la copa ya florecida en plena primavera del pobre jacaranda mimosifolia, como lo llaman los científicos.

Calculo que ese jacarandá tendría unos... 50 años, diez más diez menos. Su diámetro en la parte más ancha es de 50 centímetros y su circunferencia de metro y medio. Un botánico o cualquier aficionado que sepa de estas cosas puede sacar la edad aproximada con solo mirar el tronco, cortado el mismo sábado por los empleados municipales.

En el Jardín Botánico de la Universidad de Lisboa hay un jacarandá con más de 150 años y el más antiguo de Pretoria –llamada Jacaranda City en Sudáfrica– se calcula que fue plantado en 1888. Como el jacarandá es de estas tierras, aquí nadie mide la edad porque nadie los planta: crecen solos. Pero ese jacarandá de la calle Rioja sí fue plantado y en la Municipalidad de Posadas podría haber algún registro, pero lo dudo porque entonces nadie anotaba estas cosas.

Y si es trabajoso saber cuántos años vive, es imposible saber cuánto vale un jacarandá como ese. No digo su madera, que ya es leña, sino su sombra, sus flores, su frescura, su belleza… ¿50 veces más que tres autos? ¿200 veces? Es inútil calcularlo porque lo más valioso de este mundo es lo que no vale nada.


Lo que no se entiende es por qué lo cortaron… Costaba solo un poco más de trabajo y ocupaba algo más de tiempo darle una buena podada y volver a ponerlo vertical con una grúa, bien apuntalado hasta que las raíces y el suelo recuperen su concordia. También podían haberlo trasplantado a algún lugar señalado de la larga y casi desierta costanera de Posadas. Los autos, en cambio, son todos iguales, tienen seguro y se recuperan en un buen taller de chapa y pintura. Y hasta podemos aprovechar la ocasión para comprar uno nuevo, si el seguro o la Municipalidad pagan los daños.

Quizá todo lo que digo es un error y no había más remedio que sacrificar ese árbol en lugar de respetar su derecho a morir de pie. Pero ahora, cuando paso por el lugar de la catástrofe, miro lo que quedó del tronco, medio inclinado en el cantero en ruinas desde aquel sábado de octubre, y pienso en el poco respeto que tenemos por la naturaleza y en el desmedido amor a nuestro tiempo. Porque si este planteo es un error y no había más remedio que destrozar un jacarandá de 50 años para que no moleste al tránsito justo en un tramo de calle que se pasa meses cortado por relocalizados y otros indignados con la Entidad Binacional Yacyretá, tampoco nadie se ocupó de terminar de sacar lo que queda del árbol y plantar allí otro jacarandá que reponga al caído en el cumplimiento del deber.

Conmueve la asimetría entre el prócer que hace más de 50 años plantó ese árbol para que otros lo disfruten… y nosotros, preocupados solo por liberar la calle cuanto antes para pasar con nuestro autito de cuatro ruedas.


4 de noviembre de 2015

Narcisos


Parece que las chicas se enamoraban de su hermosura, pero Narciso no les daba ni la hora, hasta que la que se enamoró fue la ninfa Eco. La historia es larga, pero resulta que a Narciso tampoco le entraron las balas de Eco y por eso Némesis –la diosa de la venganza– lo condenó a enamorarse de su propia imagen reflejada en una fuente.

En la Grecia clásica no tenían telefonitos que sacan fotos, los mismos que han provocado la multiplicación hasta el infinito de los Narcisos y las Narcisas enamorados de su propia imagen en este siglo XXI. Tanto que el narcisismo se está imponiendo como uno de los signos de lo que va de la centuria. Millones de Narcisos lo certifican a cada rato estirando el brazo para tomarse una nueva selfie.

Hace poco tiempo lo más común era confiar en cualquier transeúnte que pasaba para pedirle que nos tome una foto con un paisaje o monumento detrás y hasta le explicábamos dónde había que apretar el botón. Hace unos días dos chicas me pidieron en Rio de Janeiro que les tome una foto, pero antes me preguntaron si no les iba a robar el teléfono... Para colmo cuando me agaché para lograr un buen efecto me explicaron que querían al revés: de arriba para abajo. Entonces se sacaron las camisetas y posaron con las caras pegadas, como hace todo el mundo para entrar en cada selfie colectiva.

Por suerte para los Narcisos y las Narcisas si no hay distancia suficiente tienen el recurso del selfie stick: el bastoncito telescópico que permite alejar un poco el teléfono y tener más perspectiva para que se vea el castillo de cartón-piedra y además entren las 34 personas del Disneytour.

Pero las historias más notables con las selfies están ocurriendo en entre policías y ladrones. Resulta que los delincuentes han caído también en el vicio del siglo XXI y los tipos se sacan fotos en pleno trabajo como para dejar testimonio de su intrepidez o quizá pasar un mensaje a sus compinches. El problema es precisamente el testimonio, ya que sus propias fotos los delatan, sobre todo cuando se olvidan el celular donde robaron.

En una casa de Bahía Blanca el ladrón entró a robar de noche en la casa, hasta que se encontró con el dueño que lo interpelaba detrás de una puerta y le avisaba que estaba llamando a la policía con su propia máquina de sacar selfies. Entonces salió corriendo, pero dejó olvidado el celular encima de una mesa. El pobre ladrón se sacaba fotos en los espejos porque su teléfono era medio viejo y hacía malabarismos para registrar sus tatuajes en los omóplatos. Para colmo tenía registrados números y chats que lo delataban tanto como sus tatuajes.

La cazaron de una oreja cuando intentaba robar las alcancías de una iglesia. En la comisaría se enteró dónde había dejado olvidado el telefonito que saca fotos. Los policías todavía se están riendo.