Raúl Castro amenaza con volver a rezar, Obama aparece a cada
rato en el Vaticano, Putin se hace el encontradizo con Francisco, Cristina no
pierde ocasión para hacer manitos con el Papa... Cuando esto escribo el Papa
está en el Paraguay y sigue asombrando a propios y extraños con sus
declaraciones, pero sobre todo con sus gestos, que son los que van quedar en la
memoria de la mayoría de la gente. En este viaje cada uno de los mandatarios
llevó agua a su molino y hacen bien: al fin y al cabo son políticos y tienen en
su casa de invitado al Papa.
Pero volvamos a eso de asombrar a propios y extraños.
Los extraños (los que no son católicos o aunque lo sean van
por la vida de agnósticos y hasta de ateos) se asombran porque nunca oyeron a
nadie en la Iglesia decir semejantes cosas. Cosas con las que están de acuerdo
cien por cien, pero que les parecen revolucionarias, sobre todo en boca de un
Papa. Primero les tengo que decir que si fueran a la iglesia seguramente
tendrían los oídos más acostumbrados a frases revolucionarias: está todas en el
Evangelio y los curas no hace más que repetirlas. A veces los medios y los
periodistas somos injustos o quizá somos también extraños y prejuzgamos en
lugar de ir a las fuentes. Otras nos fijamos más en quién lo dice que en lo que
dice. Y ahora aclaro que no solo los periodistas tenemos prejuicios. ¿Usted
sabía con detalles lo que hace años hacen los curas en las inmensas favelas de
Buenos Aires? Llegan a donde no llega nadie, ni la policía ni la autoridad
civil, para ocuparse de los más extraviados entre los desamparados. Y eso pasa
con los apestados por el ébola en África, con los intocables en la India, con
los adictos de los suburbios de las grandes ciudades y con cuanto desharrapado
anda por el mundo.
La doctrina de la Iglesia sobre la hipoteca social de la propiedad
no es invento del siglo XXI sino del siglo I, como la igualdad esencial de
todos los seres humanos que sigue escandalizando a la mayor parte del mundo. Tampoco
la idea básica sobre el medio ambiente, que es tan antigua como Noé: vivimos en
una casa prestada que recibimos de nuestros mayores y tenemos obligación de
entregarla intacta a nuestros descendientes.
Muchos propios (los creyentes, sean cristianos o no, y
también por inclusión los católicos) creían que el Papa era más conservador.
Pero ellos también se tragaron la bola que hicieron correr los que preferían
que Francisco fuera una momia porque les convenía políticamente. Unos sabihondos
dicen que el Papa es comunista porque no hace más que hablar de los desheredados,
se molesta por la explotación de los débiles, abraza a los desvalidos y
prefiere visitar una cárcel antes que una catedral (aviso a los más jóvenes que
el comunismo es otra cosa, pero sobre todo era algo que había cuando los
grandes éramos chicos). Otros piensan que Francisco debería ocuparse del caso
Nisman, de la independencia de la Justicia, dejar de recibir a Cristina… y
todas esas cuestiones domésticas que no son misión del Papa.
Está claro en sus escritos, en sus discursos y homilías, que
su objetivo es la Iglesia a la que comparó con un hospital de campaña, fuera de
los templos, audaz y atrevida, accidentada por los riesgos de la intemperie
antes que enferma de endogamia y enrarecida por el encierro. No solo la Iglesia
y los fieles, a quienes quiere recuperar si se perdieron en estos años de
sobrecarga y aburrimiento; el Papa sabe también que puede hacer lo que nadie
por el entendimiento entre las naciones y los pueblos, que es presupuesto
básico para la paz.
Y lo hace. A su paso por Bolivia el Papa acaba de realizar
otro de sus milagros (de milagro
nada, es puro trabajo discreto y gestos nada discretos): desde la Guerra del
Pacífico, chilenos y bolivianos están peleados y ahora reanudarán relaciones y
discutirán a fondo la salida al mar de Bolivia que Chile les birló al ganar esa
guerra. Cuba y Estados Unidos estuvieron peleados 50 años, pero Chile y Bolivia
llevaban 140 sin hablarse oficialmente, hasta anteayer.
El Papa es el Papa y este Papa es este Papa, que está apretando el acelerador y sabe por qué lo hace. Y los tiempos son los tiempos: ahora disfrutemos de estos que son excepcionales. Si es católico y le asusta la velocidad, ajústese el cinturón y relájese. Y si descubre que era más cristiano de lo que se creía, quizá sea porque la Iglesia apretaba más el freno que el acelerador: eran otros tiempos, nada más.
El Papa es el Papa y este Papa es este Papa, que está apretando el acelerador y sabe por qué lo hace. Y los tiempos son los tiempos: ahora disfrutemos de estos que son excepcionales. Si es católico y le asusta la velocidad, ajústese el cinturón y relájese. Y si descubre que era más cristiano de lo que se creía, quizá sea porque la Iglesia apretaba más el freno que el acelerador: eran otros tiempos, nada más.