Pero entre 1810 y la consolidación de las repúblicas democráticas hubo movimientos monárquicos e intentos de instalar reyes y emperadores a la medida de nuestra América. México tuvo un emperador mexicano y otro austríaco. Brasil fue un imperio durante 67 años y en 1993 todavía se discutía oficialmente la reinstauración del imperio. San Martín y Bolívar eran bastante napoleónicos y se imaginaban como emperadores militares con senados de generales vitalicios. Hasta el himno nacional argentino de 1813 que todavía cantamos tiene resabios tan monárquicos como igualitarios y en 1816, cuando la Independencia de las Provincias Unidas de América del Sur (así se llamaba) estaba claro que queríamos ser independientes pero no sabíamos cómo. Los que declararon la independencia eran tan hijos de su tiempo como nosotros del nuestro, quizá por eso la monarquía mestiza con capital en el Cusco tenía bastantes números comprados.
Pero volvamos a 1810. La Primera Junta que echó al virrey del fuerte de Buenos Aires duró apenas desde el 25 de mayo al 18 de diciembre, cuando se instauró la Junta Grande con representantes de todo el antiguo virreinato (lo que hoy es Argentina, Uruguay, Paraguay, el sur de Brasil y Bolivia). Unos días antes, el 5 de diciembre, un oficial del Regimiento de Húsares que participaba en el sarao que celebraba la victoria de Suipacha propuso un brindis por el primer rey y emperador de América, don Cornelio de Saavedra, que estaba sentado en un lugar de honor acompañado por su mujer Saturnina Otárola.
Atanasio Duarte, el del brindis, estaba borracho y fue la razón por la que Mariano Moreno escribió en el Decreto de Supresión de Honores que ningún habitante de Buenos Aires, ni ebrio ni dormido podía atentar contra a las libertades individuales y colectivas y establecía penas gravísimas a quien rindiera semejantes honores a las personas y no a la Patria. La borrachera salvó a Duarte del cadalso, pero no a Moreno de morir, parece que envenenado, en el buque inglés que lo conducía en misión oficial a Río de Janeiro y Londres, a donde Saavedra los envió para sacárselo de encima.
Doscientos años después de estos hechos sigue brindando Atanasio Duarte en gran parte de nuestra América. Y hay países, provincias y municipios en los que todavía gana Saavedra.