Uno diría, sin pensar mucho, que nunca estamos solos. Que en
el trayecto de nuestra vida vamos siempre acompañados por padres, hermanos, hijos,
mujer, marido, parientes, amigos, colegas y hasta enemigos… amores y desamores.
Estamos rodeados constantemente por personas, animales, cosas y también y sobre
todo por entidades que son personas, pero jurídicas: la familia, la patria, el
colegio, la universidad, la parroquia, el club, la empresa, el negocio, el
supermercado, el banco, el gobierno... y por siglas: la ONU, la OMS, la OEA, la
CIDH, SRI, SIP, SuperCom, ADEPA… Lo que quiero decir es que vamos muy acompañados
por la vida y que todos esos acompañantes influyen en nosotros, pero estamos
completamente solos en medio de esa compañía y de esa influencia. Se lo
explico:
El mundo –y sobre todo las ciudades– están llenos de gente
pero ninguno de los que nos rodea decide por nosotros, por mucho que nos quiera
o nos odie, que nos influya para bien o para mal. Todas las decisiones que
tomamos son exclusivas de cada uno y debemos responder por ellas, ante Dios y
ante los hombres, al final de la vida y también a cada minuto.
Si usted no aprendió todavía esta lógica, le recomiendo que se
vaya unos días a caminar. Ponga sus cosas en un morral y establezca un punto de
partida y una meta. Puede ser por la playa o la montaña o haga el Camino de
Santiago por el norte de España, que es donde le aseguro por experiencia propia
que se aprende cabalmente que estamos solos. Unos días de marcha solitaria por
la meseta castellana, por los valles leoneses o por las cuestas y barrancos de
Galicia lo marcan para siempre. En el trayecto hay caminantes adelante y atrás
y también a los costados: algunos te dan conversación y otros apenas te saludan.
Antes de salir tus amigos te dan consejos y en el camino te lo desean bueno,
pero el que sale y el que llega cada día es uno, con su humanidad, sus
pensamientos y su mochila a cuestas. Nadie camina por otro: no hay testaferros,
apoderados ni representantes que valgan.
Muchísimas veces dejamos que otros tomen decisiones por
nosotros. Pasa en el mundo globalizado y mediatizado en el que pareciera que
nos domina la inteligencia colectiva o el Hermano Mayor de Orwell que piensa
por nosotros. Elegimos entre todos, pero también elegir los gobernantes y
acertar o equivocarnos es responsabilidad de cada uno. Eso no es noticia ni novedad,
pero permítame que le explique que dejar que otros tomen las decisiones por
nosotros es una decisión tan personal como cualquiera, con todas las
responsabilidades de los actos propios. A partir de la mayoría de edad y
siempre que no estemos impedidos por alguna chifladura mayor, uno es dueño
absoluto de su propio destino y no hay nadie en el mundo que lo pueda
suplantar.
Decía que esto sirve para cada minuto de la vida y también
para el instante sublime de rendir cuentas a Dios o a los hombres de nuestros
actos. Los que creemos sabemos que un buen día nos encontraremos solos ante
Dios, cuando no valdrá el es-que ni
el creí-que. Pero tampoco valdrán
ante quienes nos juzgan en este mundo. Podemos estar acompañados por
multitudes, como en las escenas del Juicio Final descriptas en el Apocalipsis
de San Juan, pero también estaremos más solos que nunca, cara a cara con las
propias responsabilidades, ante esa multitud que nos rodeará volátil, dispuesta
a aplaudir o abuchear como el público en un estadio de fútbol.
Téngalo en cuenta porque no sirve para nada eso de hacerse el distraído.
Téngalo en cuenta porque no sirve para nada eso de hacerse el distraído.